―El cerebro humano pesa alrededor de 1,4 kg. Está compuesto por grasas y tejidos gelatinosos, es la más compleja de todas las estructuras vivas conocidas. Hasta un billón de células nerviosas trabajan unidas para coordinar las actividades físicas y los procesos mentales que distinguen a los seres humanos de otras especies…
Tres pares de ojos están fijos en mi cara, ni siquiera parpadean, tampoco parecen respirar. Si sus mandíbulas no estuvieran sujetas a su rostro, casi tocarían el piso. Y no es que me incomode que me vean, no soy tímida. Pero no son miradas de admiración, me miran como si fuera un bicho raro. No cabe duda, lo he hecho de nuevo. Uno de los chicosse incorpora bruscamente, tambaleándose ligeramente, está verde, creo que vomitara.
―Tengo que ir al baño ―balbucea llevándose las manos a la boca y sale corriendo rumbo a los aseos. ¿Qué dije que fuera tan malo?
―Lo acompañare ―anuncia su amigo antes de correr detrás de él. ¡No, no! ¡De nuevo he metido la pata! Lentamente miro a Mick, como no queriéndolo hacerlo. Aprieta la mandíbula con fuerza y niega, fulminándome con la mirada. Si, lo hice de nuevo, los he asustado.
―¿Lo siento? ―susurro llevándose las manos al rostro.
Él hace un mohín, bebiendo de golpe su trago. Señal inequívoca, de que esta noche ha terminado.
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―¡No puedo creer que lo hayas hecho de nuevo! ―resopla sacudiendo la cabeza, golpeando al mismo tiempo el suelo con la punta de sus caros zapatos.
Desvío la mirada, fingiendo que encuentro muy interesante el jardín, mientras caminamos hacia la puerta de mi casa. Después de que hiciera lo mismo de siempre y él me sacara del bar, hemos venido directo. Ni siquiera parado a comprar algo de cenar.
―Lo siento. ―No ha dejado de reprenderme por ponerme a hablar de cosas médicas y raras delante de los chicos con los que intentábamos ligar o al menos él―. No lo volveré a hacer ―aseguro sin saber que más decir. Suspira deteniéndose en el primer escalón del pórtico, volviéndose con aire dramático.
―No tienes remedio, Han. Siempre asustas a los chicos sexys. ¿Lo haces apropósito? ―cuestiona con las manos en la cintura.
No, no es que lo haga con intensión o premeditadamente. El problema es que soy cero buena con el alcohol. Los estragos me hacen comenzar a hablar sin sentido o de lo primero que se me viene a la mente. Y eso, solo pueden ser cosas que intento grabar en mi cabeza.
―¡Perdóname! ―suplico poniendo cara de circunstancias.
―No te ofendas, pero no creo poder repetir una salida contigo, al menos no en plan ligue. De nada sirve dejarte echando tiros, si empiezas a analizarlos y hablarles de sus problemas mentales.
―Pero no dije nada malo.
―Querida, eso aterra a todo el mundo. Debiste ver al pobre de Cristian cuando le dijiste que tenía un trastorno sexual. ¿Cómo se te pudo ocurrir eso?
―No puedo evitarlo. Sabes que no hago eso cuando estoy en mis cinco sentidos. Por eso te dije que no me dejaras tomar. ―Por mucho que debata, Mick tiene razón. Pero no es que quiera hacer eso siempre, solo cuando tengo alcohol en el cuerpo y estoy nerviosa. Tengo que dejar de beber y hacer algo con mi manera de interaccionar con los chicos o me quedare solterona.
―Una chica que no bebe, es aburrida. ¡Olvidado! ―Resopla relajándose―. No tiene caso seguir con ese asunto. Espera… también me lo has hecho a mi ¿verdad? ―¡Rayos! Sus ojos se entrecierran, bajando la cabeza hacia mí. ¿Qué puedo decirle? Él tiene complejo narcisista, pero si se lo digo, es posible que nunca vuelva a hablarme―. ¿Han?
―Uhm… No.
―¿Segura?
―Puede que sólo un poquito, pero descuida, no es nada serio.
―¡Ash! Eres imposible. Déjame decirte, que yo no tengo ningún problema mental. Soy gay y punto. No hay explicación médica para eso. Así que no me analices como a uno de tus loquitos.
―Lo sé, lo sé y no lo haré más.
―Eso espero. Así que mejor me voy ―dice dándose la vuelta―. Un consejo. ―Se detiene y me mira menos molesto―. No intentes curar a todo el mundo, eso es imposible y tú, no eres Dios, Han. ¿Entendido?
―Sí, sí.
―Suerte, muñeca. Y no regreses luria. ―Pongo los ojos en blanco, metiendo las manos en los bolsillos de mi abrigo. Lo bueno de Mick es que rápido se le pasa el coraje.
―Y tú no seas tan putillo. ―Se toca el pecho con expresión ofendida. Nos sostenemos la mirada y nos echamos a reír.
―Lo lamento, pero eso no tiene cura. ¡Bye!
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Tengo un ligero dolor de cabeza. Resaca. Sé que no debí salir anoche y menos beber cuando hoy es mi primer día de prácticas. Soy una irresponsable. Pero prometo que Mick no volverá a embaucarme, aunque no creo que quiera invitarme de nuevo después de lo que pasó. Él mismo lo dijo. Suspiro y reviso de nuevo mi aspecto. Mi peinado está impecable y llevo ropa formal. Me veo muy profesional y no se me nota que tengo un poco de resaca. ¡Bien! Mi meta es convertirme en una psiquiatra, como mi profesor Cameron Hamilton. Él fue quien sembró la semilla, que poco a poco ha ido creciendo. Sé que no es cosa sencilla, puesto que tengo que completar un periodo de prácticas y luego acreditarme, presentando el examen de certificación del consejo voluntario para la psiquiatría. No es cosa sencilla, pero eso sin duda me ayudara para mi especialización. Y no es que me crea Dios, como dice Mick, en absoluto; creo que esas personas merecen una mejor calidad de vida, poder llevar una vida normal o respetable. Esa es mi motivación.