Loco amor

Capítulo 2

Mi abuelita Diana tenía esquizofrenia. Fue diagnosticada a los 50 años, justo el día de mi décimo cumpleaños. A partir de ese instante las cosas fueron complicadas. Ella solía ser una mujer alegre, fuerte, increíblemente amorosa y paciente, pero fue como si de pronto fuera otra persona. Se aisló de toda la familia, no hablaba, evitaba el contacto y parecía desconfiar de todos. Un terrible día salió a calle, ninguno de nosotros se percató del hecho y un auto la arrolló. Mi familia quedo devastada, pero sobre todo mi abuelito. Fue entonces cuando decidí que haría algo para evitar que las personas con problemas psicológicos sufrieran de esa manera. Sin duda, nadie por sí mismo desearía padecer algo así. Y muchas veces la falta de información o viejas creencias hacen difícil el que pidan ayuda. No tengo problemas con seguir las reglas de este lugar, salvo una. “No anillos”. Siempre lo he llevado conmigo, desde que mi abuela me lo regalo. Es como una especie de amuleto que porto todo tiempo. Lo miro dudosa, sin decidirme a dejarlo en esta habitación. No es que crea que alguien puede robarlo, porque puede que su valor no sea tan grande, pero jamás me he separado de él. De todos modos, no creo que alguien me revise, solo tengo que mantenerlo oculto entre mi ropa y listo. Lo escondo entre mi sostén y me aseguro de que no se note.

―¿Lista? ―pregunta Celes al verme salir. Asiento y comenzamos a movernos. Dejamos atrás los dormitorios y avanzamos por lo que parecen ser los dormitorios de los pacientes―. Como sabrás, nos especializamos no solo en psiquiatría sino también en neurología. Así que la clínica se divide en dos zonas. Del lado norte están los pacientes de neurología y en la parte del sur, los pacientes de psiquiatría. Justo a donde nos dirigimos ―explica señalando con los brazos―. Tus deberes consisten en alimentarlos, administrarles sus medicamentos y tomar muestras sanguíneas, si se requieren y llevar un registro de todo ello y si notas alguna conducta extraña.

―¿Una bitácora?

―Exacto. Sé que pensaras que eso es más propio de los enfermeros, pero se trata de que conozcas el ambiente y veas cómo se maneja todo. Si lo haces bien, podrás pasar a la siguiente etapa, que es la rehabilitación. ―¡Genial!

―Entiendo. ―Aunque desde luego que deseo hacerlo. Sé perfectamente que primero necesito aprender lo más básico y no tengo ningún problema con ello. Muero por poder aplicar los conocimientos en cuanto a terapia se refiere. De hecho me gustaría especializarme.

―Siempre estarás acompañada y antes de entrar a la habitación de un paciente, debes asegurarte de que su código sea correcto. Puesto que algunos, no muchos, son algo violentos. De ellos se ocupan los enfermeros.

―¿Eso quiere decir que hay pacientes restringidos? ―Algunos pacientes son peligrosos debido a que nos ven como enemigos y pueden llegar a atacarnos, no intencionalmente, es solo un mecanismo de defensa que su mente crea. Ellos no son conscientes, pues no son capaces de diferenciar la realidad y la fantasía. Eso no me asusta, creo que lo primordial como médicos es darles confianza para poder ayudarlos.

―Sí, pero son pocos. Y como te dije, hay personal especial para ellos. No te preocupes, rara vez tendrás contacto con ellos. ―Se detiene frente a una puerta, una que se encuentra alejada del resto. Ni siquiera me he percatado en que instante hemos llegado a esta zona que parece distinta. Celes se acerca a la diminuta ventanilla ubicada en la parte superior de la puerta y observa al interior―. Sigue igual ―suspira y sacude la cabeza. Busco un pequeño espacio para observar, pero solo veo los pies de la cama y paredes blancas.

―¿Qué pasa? ―Mi curiosidad innata se despierta ante su expresión compungida.

―Este ―dice apartándose y haciéndome un gesto con la mano para que me acerque―. Es nuestro paciente VIP.

¿Paciente VIP? Observo el cuerpo inmóvil de quien parece ser un hombre. Está en posición fenal, mirando a la pared.

―¿Cuál es su diagnóstico? ―inquiero intrigada analizándolo con la mirada. Su espalda es larga y parece muy delgado.

―Fue diagnosticado con neurosis, hace 5 años. Pero como la nomenclatura ha cambiado, ahora tiene una larga lista de trastornos que parecen ir en aumento.

―¿Cómo es eso posible? ―Se encoge de hombros y empieza a caminar. Doy una última mirada al hombre antes de seguirla. Hay algo en él que me resulta intrigante.

―¿Quién sabe? El problema es que su actitud no ayuda mucho. El doctor Williams es quien lo trata y créeme que hace mucho para intentar ayudarlo. Pero ese chico es todo un caso.

―¿Chico? ―No he sido capaz de ver mucho más allá de su espalda y los blanquísimos dedos de sus pies, así como una mata de cabello rubio cenizo. ¿Qué edad puede tener para presentar ese nivel de trastornos? Juraría que es un hombre mayor.

―Si. Tiene 26 años. Es una verdadera pena.

―¡¿26?! ―exclamo evidentemente sorprendida por el dato. ¿Cómo puede ser?―. Entonces, ¿Quiere decir que desde los 21 está internado aquí? ―¡Imposible! Es demasiado joven. Mis ojos regresan hacia la superficie de metal que hemos dejado atrás. ¿Qué fue lo que le ocurrió para que esté en ese estado?

―Oficialmente, sí. Pero desde los 19 años ha estado recluido en varias clínicas, hasta que llego aquí.

―¿Y no ha habido mejora? ―Se detiene de golpe y hago lo mismo para no arroyarla. Me mira algo molesta ante la brusquedad de mi comentario, que ha sonado como una protesta, algo que no esperaba.




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