Locura, amor y ¿peleas?

Capítulo Uno. ❤️

♥Aurora.♥

Se acerca el otoño y con él el viento frío, que nos acecha. Amo el clima, pero mi cuerpo no tiene las calorías suficientes para mantenerlo caliente.

Tendré que ir de compras, hago la nota mental, pues todo lo que tanto lleva años en mi closet. Mi hermana tiene razón, tengo que renovar.

—¡Ay! —Grito frustrada cuando el suéter que se supone me cubriría del frío de hoy se desgarra al tratar de bajarlo. — Lo que faltaba.

Me quito la prenda, noto que he subido un poco de peso. Rebusco hasta tener toda mi ropa regada por el suelo de mi habitación.

Encuentro el abrigo más grande y encuentro una camiseta para que sea el centro.

No lo pienso mucho, porque tengo el tiempo actuando en mi contra, y no me pudo dar el lujo de llegar tarde.

Hoy que tenemos muchas cosas que hacer.

Tomo un pan duro, no sé cuánto y dónde lo compré, pero será un pequeño desayuno del día.

Me despido de mi loro.

—Adiós, Zorra ——siempre dice lo mismo, desde que mi amiga le enseñó ciertas palabras. —Adiós, Zorra.

Pongo los ojos en blanco, siempre me pregunto: ¿Por qué lo adopté?

Claro, lo habían dejado sin nido y lo encontré en un parque cerca de la casa de mi amiga. Pensamos que lo robaron y luego lo dejaron tirado, era tan pequeño.

Era un pollo sin plumas, tan feo, pero ahora ¿quién diría que aquella cosita tan pequeña, fuera ahora tan orgullosa, y presumida?

Y ahora estoy loca, por perder el tiempo pensando en un ave que no me quiere.

Ahora sí, salgo y busco la estación de tren para llegar a mi trabajo. Claro, una persona normal.

Tenía que tropezar con el último escalón de la grada, pero no se quedó así.

Sin pensarlo, le doy dos pequeñas patadas para que se comporte y que un día de estos no me vaya a dejar sin dientes.

Suspiró, lo último que me falta es que venga un perro y me orine.

Saco todo mal pensamiento y le pido a Dios que me ayude, no puedo seguir con esta torpeza y, sobre todo, que me mande unas buenas vitaminas para la mente y si hay unas milagrosas para quitar lo torpe también.

Llego a la pizzería donde trabajo. Es un lugar acogedor, me gusta mi trabajo, pero a veces me desespera más de lo que quisiera, pero es lo que hay.

Solo recuerdo todo lo que tengo que tener para llegar al mes, me motiva a dar la mía extra en el trabajo.

—Hola, Bob—digo llegando. — Y no hablo el de los calzoncillos cuadrados.

Él me hizo mala cara, pero sé que solo está en siguiendo mis tonteras, y su forma de serlo es hacerse el ofendido.

—Hola, Aura. —dice y suelta — y no la hablo del aura de buena vibra.

Al menos me siguió la corriente.

—Estuvo buena, pero puede mejorar. —digo palmado su hombro derecho.

Me quito el dicho protector de aires superhelados y me coloco el mandil, para empezar con mis labores en la cocina.

Amo cocinar y sobre todo amor hacer pizzas, me recuerda cómo mi madre nos sacó adelante a mí y a mi hermano.

Empiezo con mi labor en la masa, su preparación, aunque a veces en ocasiones, en muy pocas ocasiones vende pasteles por encargo.

Me encanta la repostería y algún día, tengo la Fé de que algún día tendré mi propio negocio.

El día se va volando y todo lo que queda son molestias en las muñecas y pies.

Tengo que volver a ir al médico, tal vez esta vez si me da algo mejor.

—¿Cómo siguen tus manos? —pregunta Bob, creo que noto mis movimientos.

—Mejor que ayer. —Miento con descaro.

Sé que a Dios no le gusta que mienta, pero tampoco quiero hacer que Bob se preocupe por mí.

—No tienes que fingir conmigo, se nota tu molestia.

Me regaña y siento ganas de llorar, desde que dejé mi país. Son cosas las personas que se han mostrado realmente amables conmigo.

Bob ha sido un verdadero padre, uno que llegué a conocer, pero estuvo poco tiempo en nuestras vidas.

—Bob. —Digo, sintiendo mis ojos arder, sé que lo hace con buena intención. —Iré cuando pueda al médico.

—Lo hago por tu bien, no puede ser que tan pequeña y ya andes con ese tipo de dolor. Tienes que preocuparte por ti, recuerda que tienes en otro país quienes esperan por ti.

A mí solo me toca asentir, tiene toda la razón, mi familia piensa que estoy bien. Cuando llegué aquí, dormía casi en la calle.

En algunos días me tocaba comer solo una vez o nada y algunos otros casos nada.

Salía todos los días temprano de los refugios y estaba antes para no perder mi cupo. Quería rendirme, claro que lo quería hacer, pero solo recordaba la cara de mi hermano pequeño.

Él era mi motivación, mi bálsamo para curar cualquier mal que tenga.

—Piensa que esa carita pequeña, que te necesita.

Porque sí, lo miró como si yo lo hubiera traído a este mundo, pero la necesidad de que él no pasara lo mismo que yo, me motivó a venir a este país, para que él tuviera mejores posibilidades.

—Sabes que lo hago por él, únicamente por él, no me puedo dar el lujo de que me pase algo.

—Lo sé, pero tienes que cuidar de tu salud más y si ocupas dinero, me lo puedes hacer saber, ¿lo entiendes?

—Lo tengo presente. — Respondo, como a él le gusta.

—Bueno, siendo así, te hice una cita con un médico que dice que es exactamente para los problemas que tienes.

Él me abraza dando el valor que necesito. Tengo miedo, claro que lo tengo, no puedo pensar que en algunos estudios o pruebas en los de laboratorio puedan salir tan mal, seis a la vez tan bien.

Tengo problemas, pero no puedo estar lamentando por algo que no puedo resolver.

Tengo que buscar otras soluciones, y eso era yo para mi familia. Mis únicos parientes estaban lejos, pero necesitaban de mí.

Una vez salgo del restaurante, voy directamente al transporte que me lleva directo a mi departamento.

Saco mis audífonos, tratando de desenredar los cables, para poder viajar más cómoda.

Escucho cómo tocan la claxo de un vehículo pasando por mi lado, y para mi mala suerte hay un charco por donde su llanta golpe, llenando de ese contenido de dudosa providencia.




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