Emiliano. 🔥.
Al día siguiente.
Llego puntual a la empresa, necesito inspeccionar las empresas con menor rendimiento ese mismo día. Empezamos por una tienda de conveniencia, puedo ver los detalles, pero nada que no se pueda.
También empezamos a ver las bodegas cómo funcionaban, me gustaba esa parte de descubrir quién quería sabotear nuestro trabajo.
—Señor. —Me interrumpe mi asistente. —Es una llamada.
Asiento y me alejo para contestar, sé que no me va a interrumpir por cualquier cosa banal. Cuando saluda, uno de los investigadores se da a conocer.
—Señor, hay una pista. — Dice y no me imaginé que al que menos Fé le tenía, fue el que primero me dio resultados. —Hay un pueblo a las afueras de la ciudad, se supone que allí dio a luz, y todas las características que me compartió me ayudaron, pero hay algo que no cuadra.
Empieza a explicar lo que se supone que es. Y yo presté atención, pregunté para no quedar con la duda de lo que estuviera pasando. Las dudas las despejó sin contratiempo, sabía que tenía que viajar para ver qué pasaba, pero tenía trabajo que hacer y no podía descuidar más.
Tendré que ponerme de acuerdo con el tío, para llegar a una solución, porque no puedo estar encargada de la empresa y de su familia desaparecida.
♥Aurora.♥
Los días siguientes me las dediqué a arreglar y seleccionar qué ocupaba y qué no de mi ropero.
La mayoría no me queda, necesito al menos tener algo, tengo que ir a tiendas de segunda mano.
Suspiró, hago una videollamada con mi familia y así se fueron los días de descanso.
Con los ánimos levantados, decidí arreglar un poco mi aspecto. Me sentía con energía para levantarme.
Llegué a la pizzería, como siempre trato de estar animada, pero hoy era de esos días que ni podía ocultar mi entusiasmo.
Entré por la puerta y al primero en notar fue a Bob, como siempre tratando de llevar todo el ajetreo de la mañana; verlo me da el ánimo que necesito.
—Bob, Bob, ya llegó tu fiel estrella de mar. — digo a modo de saludo.
Él, me recibe con una gran sonrisa. —Qué falta, hiciste, pequeña.
Mi cara se calienta, él es un amor, tan cálido como una fogata caliente de invierno. —Te recibiría con un gran abrazo, pero por lo que puedes notar, ni puedo más con una gota de sudor encima.
No termina de decir, cuando voy a lugar donde dejamos nuestras pertenencias y un vestidor para cambiarnos uniforme, para ayudarle en caja.
Una vez que estoy lista, empieza mi trabajo. Me he acostumbrado tanto al trabajo que ya hace falta venir, pero eso no quiere decir que no agradezca los días de descanso.
Empiezo a atender mesa, ya que la cocina queda prohibida para mí, hasta que los exámenes salgan a favor.
Hay una nueva compañera, igual que a mí, que le ha tocado duro la vida. Y los ánimos pueden hacerte decaer, lo que uno aprende es levantarse uno tras otro tropiezo.
Ella, se ríe y agradece por la oportunidad y nosotros aconsejamos que no lo vaya a echar a perder.
—¿Qué cuentas, Aurora? — me pregunta Conchita. La señora que me recibió, lleva años trabajando aquí.
Me alegra verla, es como si estuviera viendo a mi mamá.
—Ya mejor, los dolores han disminuido.
—¿Qué cuentas, Aurora? — me pregunta Conchita. La señora que me recibió, lleva años trabajando aquí.
Me alegra verla, es como si estuviera viendo a mi mamá.
—Ya mejor, los dolores han disminuido.
Ella tomó mis manos. —Eres tan joven, y con tantos achaques, muchacha, tienes que cuidarte mejor.
Mis carcajadas no tardan en aparecer. —Conchita, claro que me voy a cuidar.
—Más te vale, o soy capaz de agarrar la escoba y darte unas buenas nalgadas.
Bob, se nos une. —La vieja tiene razón, Aura, tienes que cuidar tu salud, no es normal, además tus manos son muy importantes.
Empezamos nuestras labores, empiezo a atender a los clientes y no se me complica demasiado.
Así se va el día hasta que llega el almuerzo, y mi turno de almorzar.
El ambiente se pone bueno, cuando empiezan a contar los chismes de los clientes.
—Y verán, le vino a tirar el anillo al pobre muchacho.
—Entonces era cierto que era la amante.
—Bueno, no al parecer era la prima, pero de la impresión él no supo qué decir.
—¿No supo o lo descubrieron? —preguntó, pues me los perdí en esos dos días.
—Pues, dejó a la muchacha, y ella llamó a su mamá. —Lo piensa mejor. —Sí, la llamó, riéndose de todo lo que pasaba, y desde, pues, pudimos ver cómo él regresó por ella y la novia iba en el carro con él.
Las risas no se hicieron esperar. Entonces decido que es hora de contar lo que a mí me pasó el día de mi cita médica.
—Bueno, ya que ustedes.— digo, viendo a las dos mujeres.
El día de la cita. —Vuelvo a sentir la cara arder. — El médico me incomodo con una pregunta y salí con la cara roja del hospital, cuando una persona se me acercó y me preguntó: ¿qué estaba bien? Y yo le expliqué lo que pasó.
Obviamente, voy a omitir todo lo que pueda, y peor que les voy a confiar mi vida sexual nula.
Y créanme, pase una vergüenza…
—Cuando no. — Se ríen. —Algo tenía que pasar, no queremos saber cómo te caíste o, si se te cayó algo, pasa a lo interesante.
—Bueno, bueno, entré a una tienda que solo me permitía comprar una bufanda. —Suelto un suspiro, al recordar al Papi chulo que me arrebato la bufanda. «Recuerda que es prohibido» Mi mente trabaja en eso, también recuerdo a la mujer que estaba con él.
—¿Cómo sucedió eso? — preguntó Conchita, viendo cómo sus ojos se abrían, pero al ver que no me había sucedido nada, preguntó: —¿Qué pasó después?
—Bueno, desde de buscar en las bufandas, todas tenían un precio que no se me permitía comprar, encontré una en un millón. —Me río de solo recordar.
—Y no creen que un dios griego, también la quería, lo único malo que apareció, la antipática de la novia.