Emiliano. 🔥
Llego a la pizzería, un lugar pequeño, donde hemos invertido por ser de un amigo muy importante, pero eso no quiere decir que no esté al tanto y por lo mismo voy a tener que meter mano.
Era lo mínimo que podía hacer por él, por eso lo dejé para el siguiente día.
—Llegamos, señor. — informa el chófer, y miro a Gerson mi asistente.
—Señor, su amigo es un poco generoso. —Me extiende unos documentos.
Reviso y veo que tienes varias consultas médicas privadas pagadas, y recuerdo lo bondadoso que puede ser.
Y la última a un ortopeda, por Dios. Uno de los mejores especialistas del país. ¿En qué piensa?
—Sí, tengo que hablar seriamente con él.
—Sí, el negocio puede ser muy rentable, pero si va a estar regalando dinero, se puede ir a la quiebra y peor está con gente que puede ser deportada. Hablando desde el área legal, puede tener problemas.
Me sobo la frente por todo lo que le he dicho y no hace caso.
—¿Está en el local? — preguntó, aunque ya sé la respuesta.
—Sí, solo que ya será la hora del receso. —Como si esa excusa, sería necesaria para impedir que entre.
—Entremos.
—Sí, señor. — dice Gerson.
Salimos del coche y el chófer arranca el vehículo, esperando a que le informe que ya tiene que venir por nosotros.
—Hablará con él primero.
Entramos, y la gente que estaba por terminar su almuerzo nos queda viendo. Es obvio que no encajamos en este lugar, por nuestra vestimenta.
—Buenas tardes. —Saludó y todos vuelven a lo que estaban.
Bob, no aparece por ningún lado. Está en la oficina, por lo que averiguamos, y no hace falta decir quiénes somos, algunos saben que Bob tiene socios.
—Señor, espere que Bob está ocupado. —Me informa una niña, parece que llega a sus diecinueve años.
—Voy a tocar, no se preocupe, seré bienvenido, cuando me vea.
—Pero…
Se calla cuando ve que alguien sale de la oficina.
—Emiliano. —Su cara de sorpresa me lo dice todo.
—Sácala de la oficina, tenemos asuntos importantes de que hablar.
Él, me mira con pena y otra cosa en los ojos, asiente y, una vez me imagino que deja que ventile el aire en la oficina, saca a la mujer y nos habré para que entremos.
—Lo siento.
—Las disculpas, las dejamos para más tarde, necesito hablar contigo de negocios. —Le informo. —Y esto que no vuelva a suceder.
—Entiendo.
Cierra la puerta y empiezo a mostrar todo lo que tiene que mejorar.
—Lo de los inmigrantes, no puedo Emiliano, eso no está en discusión.
Lo miró y mi frente se arruga. Entiendo su historia, pero también tiene que entender la mía.
—Sabes que, hablando legalmente, estás cometiendo un delito.
—Pero no puedo, solo me recuerda a mis padres…
—No puedes arreglarle la vida a todos. — Le corto el rollo.
—Pero lo haré, mientras esté en mi alcance lo haré.
—Ósea, que pagarás los gastos exorbitantes de ortopeda a su amante. —Lo acuso.
—No es mi amante Emiliano, no estés pensando eso de ella. —Levanté mi ceja al descubrir que es intocable la persona que se está aprovechando de él.
—¿Entonces? —preguntó.
—Es una niña de veintiún años, es una historia larga, nunca la he visto como una mujer.
—Como la que acaba de salir de tu oficina.
—Eso es bajo.
—No es bajo, es la realidad.
—No es igual, para nada se pueden comparar, son opuestas en todos los sentidos.
—¿Es tu protegida?
—Se lo ha ganado.
—Quiero conocerla.
No sé, ni por qué hago esa petición; es algo ridículo para mí.
Bajamos, y la veo que ingresa a un comedor. Es ella.
Bajamos lentamente, pero antes de ir vamos a la cocina a inspeccionar cómo está todo por allí, y no está nada mal, pero podría mejorar.
Cuando llegamos donde está la mujer que quería la bufanda que tengo en mi casa, la escucho contar lo que sucedió ese día, me da risa como llama a Hannah, al parecer eso fue lo que la hizo huir. Bob a mi lado me mira confundido, entonces decido que es momento de poner mi cara más seria de la que he demostrado.
—Bueno, desde de buscar en las bufandas, todas tenían un precio que no se me permitía comprar, encontré una en un millón. —Escucho que cuenta esa parte, pero trato de no mostrar interés, que cuando entro ni cuantas se dan
—Y no creen que un dios griego, también la quería, lo único malo que apareció, la antipática de la novia.
—Mi novia te pareció antipática. —Digo antes de que mi cerebro procese lo que mi boca soltó.
Veo como las tres mujeres se levantan con cierto nerviosismo, pero mis ojos se quedan fijos en aquella pequeña mujer que me esta insultando a Hannah en mi nariz.
—¿Qué haces aquí? — Y de remate me tutea.
—¿Nos conocemos?
Parece notar lo que soltó, baja la cabeza, en modo de vergüenza. —Lo siento, señor.
La veo y miro como si fuera un gato acorralado y que estuviera pensando cuando el perro va a morder.
—¿Cuál novia? —pregunta Bob. —Si tú no…
—Hannah. —Lo interrumpo antes de que vaya a decir algo que no quiero que se sepa.
—Pero Hannah es…
Le doy una mala mirada y él por fin entiende que no tiene que meter su nariz donde no lo llaman.
Se calla y todo se queda en silencio hasta que decido que es suficiente, ya darle más miedo a la pobre chica, puedo ver cómo sus dedos tiemblan.
¡Pobre, no pensé que la causaría tanto susto!
—Pueden decir sus nombres y salir.
Empiezan las dos y ella se queda calla, necesitaba alejar a las demás, sabían que iban a huir como unas cobardes y dejar a la pobre en las garras del lobo.
—Nos pueden dejar a solas.
—Emiliano, con ella no, por favor.
—¿Están sordos? — ellos se miran entre sí, Bob se detiene al salir, como si presintiera algo.
—Sé amable con ella. —Solo dice eso y termina de salir.
Cuando quedamos a solas, ella sigue con la cabeza agachada.