Locura de amor

Capítulo 1

Ava

Observo la Torre Eiffel desde la ventana y exhalo un suspiro. Nunca me canso de hacerlo.

Hace unos años estaba sirviendo mesas en un restaurante olvidado en un pueblo perdido por Francia y lidiando con peleas y borrachos en las noches. Hoy me encuentro manejando mi propia cafetería/pastelería a unos metros de la Torre Eiffel.

Me siento dichosa con la vida.

A pesar de que no tengo un hombre en mi vida y mi vagina cada vez se seca más, estoy bien porque tengo un trabajo que amo y amigos de verdad que siempre están cuando los necesito.

¿Para qué quiero un hombre que me fastidie la vida a tiempo completo? Me alcanza con uno de vez en cuando que me brinde placer en las noches.

Más vale soltera y feliz que casada y amargada.

Sé que no todos los matrimonios son infelices. Mi mejor amiga y socia Aithana está felizmente casada, al igual que mis amigas Jennifer y Sophie. Son tres afortunadas que lograron encontrar buenos hombres que adoran el piso por donde caminan y se ocupan de sus hijos sin quejarse. Sin embargo, conozco más casos de matrimonios infelices o parejas divorciadas que las que son felices.

Yo no me desespero por nada. Apenas tengo treinta años.

—Mira quien llegó. —me informa una de las camareras.

Miro hacia la puerta y sonrío.

El hombre misterioso que siempre pide un café espresso y una porción de pastel de frutos rojos, entra y se ubica en la mesa habitual cerca de la ventana. Está hablando por teléfono y no es una conversación agradable porque está muy serio.

Lleva seis meses viniendo todos los sábados por mañana. En ocasiones lo hace con la notebook, otras veces con la tableta o, como hoy, con el teléfono pegado en sus manos y el auricular en la oreja derecha.

He querido averiguar algo de él, por lo menos el nombre, no solo por considerarlo guapo y misterioso, sino porque me da curiosidad saber. Soy una persona curiosa y mi ansiedad cuando quiero saber algo y no puedo.

De este hombre no sé ni el nombre. Paga en efectivo y es imposible hablar con él cuando te ignora casi por completo.

Lo intenté durante los dos primeros dos meses, lo hice con todas mis fuerzas y fracasé como nadadora olímpica lesionada.

Hoy solo me dedico a babearme un poco por él, pues está bien alimentar la vista, no solo el alma y el estómago, y a llevarle su pedido.

No suelo darme por vencida, nada más tengo cosas más importantes que hacer que perder el tiempo con un hombre que le parece más interesante una taza de café que una guapa mujer de piel negra como yo.

Él se lo pierde.

Le pido a Anabelle que me prepare el café espresso y sirvo una porción de pastel de queso con frutos rojos. Lo coloco en la bandeja justo al lado del café y camino en dirección a él.

Suelo atenderlo yo, a menos que no me encuentre o esté ocupada con algo importante, ya se me hizo costumbre.

Apoyo la bandeja sobre la mesa, él alza la mirada y corre los brazos para que acomodo su pedido.

No tengo idea con quien habla por teléfono porque está hablando en italiano o algún idioma similar, y yo de suerte sé francés e inglés un poco, he estado aprendiendo, pero no lo domino por completo.

—¿Necesita algo más?

—No. Gracias—responde sin mirar—. No, hablaba con la camarera. —dice en el teléfono.

Ruedo los ojos y me acerco a la mesa de al lado.

—Hola, John. ¿Cómo está la rodilla?

—Mucho mejor. Gracias, Ava. Esa receta que me diste me funcionó mejor que todas las pastillas que me dio el médico. —sonríe.

—Me alegro. En los tiempos de antes se utilizaba la medicina natural, luego aparecieron los farmacéuticos y comenzaron a agregar artificios a los remedios naturales y venderlos carísimos.

Él asiente.

—¿Sigues sin querer casarte con mi hijo?

Suelto una carcajada mientras levanto la mesa.

John vive al lado de mi casa, es un hombre retirado y vive con su esposa, quien todos los sábados se va a desayunar con sus amigas a otro café y él viene aquí antes de regresar y hacer planes con ella.

De vez en cuando los visitan sus dos hijos. La hija mayor que está casada y tiene dos hijos y el hijo menor, un divorciado sin hijos y al que siempre intenta emparejarme.

—Sí, sigo sin querer casarme, ni con su hijo, ni con nadie. Soy un alma libre y así me gusta—palmeo su hombro—. No digo que no creo que en el matrimonio, sino que no fue creado para todos. Su hijo se divorció hace poco, lo que me indica que no está muy interesado en volver a casarse, menos si se casó joven. Déjalo disfrutar del divorcio y yo de mi soltería.

Él niega con la cabeza.

—Qué pena. Si yo no estuviera casado y enamorado de mi esposa, te haría cambiar de opinión intentando seducirte a la antigua, con flores y cartas.

Llevo la mano al corazón.




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