Locura de amor

Capítulo 5

Ava

Le estoy dando instrucciones a Celeste cuando veo a don espresso entrar en la cafetería. Esta vez no se sienta en su mesa de siempre, camina directo a mí.

Miro la hora. Dijo que saldríamos a las cinco y todavía faltan muchas horas. Espero que no venga apurado porque se irá por donde vino.

—¿Comprendiste todo, Celeste? —cuestiono.

—Sí, chica, te puedes quedar tranquila. Cualquier cosa me comunico con Iker o contigo.

La camarera sigue con su tarea al mismo tiempo que Elliot llega a mí.  

—Hola. —saluda.

—Todavía no es la hora.

—Lo sé. Estoy yendo a una reunión y antes quería pasar por un delicioso café.

—Doble espresso para el don espresso.

—Tía, Ava, estoy aburrido. —exclama mi sobrino.

Él siempre está aburrido, pienso.

—Siéntate y pone servilletas en los servilleteros, Brennan. Tú sabes como hacerlo—miro a don espresso—. Ahora traigo tu café, novio falso.

Sonríe.

—¿Eres novio de mi tía Ava? —escucho a Brennan preguntarle mientras preparo el café.

—No, es una broma entre ella y yo, una de adultos.

—Oh, ya, eres el que le va a pagar para que se haga pasar por tu novia para impresionar a unos tontos casados de la secundaria.

Ahogo una carcajada. Me olvido que Brennan tiene la costumbre de escuchar todo lo que se dice y después lo repite como un loro.

—¿Sabes sobre nuestro trato? —cuestiona don espresso.

—Escuché a la tía contárselo a mi padre. Él opina que eres un tipo sin personalidad al que le importa lo que opinen los demás.

Y yo opino igual, agrego mentalmente.

—La opinión de otras personas es importante en ocasiones, pueden ayudarte a mejorar y a tener dirección. ¿Comprendes?

Mi sobrino niega con la cabeza.

—Tengo seis años. ¿Tú qué crees?

—Buen punto. Lo entenderás cuando seas mayor.

—Mi padre dice que hay que ser fiel a uno mismo y que las personas deben aceptarte como eres o dejar que se vayan porque no valen la pena. Mi mamá opina igual que él.

Tienen razón, solo que algunos cargan con inseguridades y no es fácil, pienso.

Estoy segura de que Elliot Martin es un hombre inseguro de sí mismo y por eso necesita una novia falsa, de lo contrario, le daría igual y presumiría a su lista de modelos que puede tener en su cama. Si bien, no soy nadie para juzgarlo ni cuestionar sus decisiones. Cada loco con sus dramas.

Pongo el café frente a mi novio falso, le indico donde encontrar azúcar, servilletas y para remover el café y ayudo a Brennan con las servilletas.

—Ya me voy. —anuncia—. Gracias por el café. —coloca el dinero—. Guarda el cambio.

Agarro el dinero.

—No iba a dártelo—abro la caja registradora, saco la diferencia y la coloco en el tarro de propinas—. Para las camareras.

—Oye—exclama Brennan—. Yo quiero mucho a mi tía Ava, ella es la mejor, y me da igual si eres novio verdadero, falso o su mascota…

—¿Su mascota? —comenta en mi dirección.

—Es una expresión. Salía con un tipo que me seguía como un perro entrenado y mi amiga Jennifer le decía mi mascota.

Soy muy mala eligiendo hombres, pienso. En realidad opino que todos merecen una oportunidad y es por eso que suelo decirle que sí a cualquier hombre que me invite a una cita… Casi, no les digo que sí ni a los ebrios, ni comprometidos, ni inseguros de su sexualidad; tampoco a los ancianos con dentaduras postizas, pues no quiero quedarme con sus dientes falsos en mi boca… Mejor no pienso en eso.  

Un tipo con el que salí me dijo que salir conmigo lo ayudó a darse cuenta que no le gustaban las mujeres y prefería a los hombres. Me lo hubiera tomado como insulto, pero decidí tomarlo como un cumplido porque no entendí si lo dijo como algo bueno o malo, y no quise preguntar, fue mejor sacar deducciones y tomarlo como un cumplido.

Al menos lo ayudé en algo, aunque no supiera que lo estaba ayudando.

—Si lastimas te las verás conmigo. Dicen que soy un grano en el trasero, de esos que duelen—lo señala con el dedo y yo me muero de amor—. Estás anunciado.  

—¿No querrás decir advertido?

—También.

Asiente con una sonrisa.

—Muchas gracias. No te preocupes. Es solo un acuerdo de adultos. No tengo intenciones ocultas y tampoco quiero ser la mascota de nadie.

—No te preocupes, Bren, sé como manejarlo. —le guiño  un ojo y me estiro para besar su mejilla.

—No necesitas besarme todo el tiempo, tía.

—Me gusta porque eres mi grano en el trasero favorito. Y amo cuando te pones protector conmigo—miro a don espresso—. Presta atención porque no bromea.




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