Elliot
Yo pensaba que el viaje iba bien y que mejor no podría ir. Incluso me divertí escuchando cantar a Ava cada canción que sonaba en la radio. Sí que las sabía todas y hasta las dos canciones lentas que pusieron se bailó.
Lo último que esperé fue que se me descompusiera el vehículo y por alguna razón, parece una escena de película de terror donde a dos viajeros se les rompe el vehículo, no tienen señal y comienza a oscurecer.
Miro a Ava que gira sobre sí misma con el teléfono en la mano.
—No creo que consigas señal girando sobre ti misma. —resalto.
—Pues sería más fácil caminar un poco, pero don espresso no quiere dejar su precioso vehículo abandonado.
—¿Sabes lo que cuesta este auto?
—Más que todos mis órganos juntos vendidos en el mercado negro. Y si tanto te preocupaba, lo hubieras llevado al taller para revisión. Todavía no puedo creer que no supieras lo que es un gato hidráulico.
—Sé lo que es, pero no sabía que se llamaba así.
Detesto que las cosas se salgan de control y no vayan según lo planeado. No soy bueno lidiando con situaciones imprevistas.
Ava deja de girar en círculos, dice que se mareó y casi me echo a reír. El sonido de un auto a distancia me obliga a girar la cabeza. Es el primer vehículo que pasa en media hora.
Ava se apresura y comienza a hacerle señas hasta que se detiene. El hombre de barba blanca asoma por la venta y nos observa con atención.
—¿Qué les pasó?
—El auto se averió. No tenemos señal para llamar a una grúa.
—Bueno, no tengo teléfono aquí, pero puedo llevarlos hasta el siguiente pueblo y ahí tendrán señal y teléfono. —ofrece.
—Claro, muchas gracias. —dice Ava y la detengo del brazo.
—Es un extraño. No podemos irnos con él y abandonar el vehículo.
—Hay por favor, es un anciano, asumo que granjero que solo está de paso. Yo no pienso caminar y mi estómago está a dos minutos de comerse a sí mismo. Honestamente, tu auto me da igual. Dudo que se roben un auto que no arranca, y si lo hacen imagino que tiene seguro—se suelta—. Yo me voy con él, si quieres puedes esperar aquí.
—No voy a dejar que vayas sola.
—Decídete porque yo me voy.
—No pasará nada con el auto, a esta hora no pasan muchas personas y el pueblo está a veinte minutos en auto, podrán agarrar señal antes que eso y llamar a la grúa. El viejo Vic trabaja hasta tarde.
—Bien. —exclamo.
—Tendrán que ir a la parte de atrás con los animales, pues aquí adelante no está en condiciones.
—Gracias. —dice Ava.
Buscamos las maletas, cierro el vehículo y me quedo mirando la parte de atrás. Hay dos gallinas en jaula, un perro enorme y sucio y una jaula con conejos.
—Esto debe ser una broma.
—¿Qué pasa, Elliot, tiene miedo de ensuciar tu ropa de diseñador? —cuestiona subiendo su maleta—. Vamos, es parte de la aventura—se sienta sin problemas.
Subo mi maleta y luego lo hago yo. El olor es insoportable.
—Huele a estiércol.
—Ya deja el papel de niño mimado y acomódate. No tenemos todo el día para ti.
El hombre nos pide que nos acomodemos, Ava cierra la puerta y nos quedamos sentados en pose india en medio de los animales.
El olor es insoportable.
No fui un hombre con dinero, fui a la Universidad con una beca, sin embargo, no tuve que lidiar con animales de granja ni nada similar. Me acostumbré demasiado a la ciudad y a las comodidades.
Ava va como si nada pasara, incluso mete el dedo en la jaula intentando acariciar un conejo.
Definitivamente, es completamente diferente a las mujeres que conocí. Nada parece afectarle y sabe muchas cosas.
—Fuiste niña granja. Pareces cómoda en este entorno. No sé como aguantas el olor.
—Comencé a trabajar a los quince años, y mi primer trabajo fue en una granja. Ahí aprendí a montar caballos, aclaro para malos entendidos—sonrío—y sobre plantas. Trabajé durante tres veranos mientras cursaba la secundaria.
—¿Y tu padre te enseñó sobre autos?
Parece ponerse incómoda y se calla por un momento.
—No, salí con un chico que trabajaba en un taller mecánico y aprendí algunas cosas.
—¿Y cómo terminaste en París?
—Mi mejor amiga se mudó, se enamoró de su hermanastro y decidió quedarse en la capital a manejar la empresa que era de su padre, quiso invertir en la cafetería y me pidió que fuera su socia dado que ella no quería hacerlo sola y no descuidar a su familia, y ahí llevo cuatro años.
—Entiendo. ¿Tus padres?
—Oh, escucha esa canción—exclama evitando la pregunta y se pone de pie. Le pido que tome asiento o se caerá, mas me ignora—. ¡Oye, hombre de barba, súbele al volumen que esa canción es de las buenas!