—¿Y bien? ¿No dirás nada?
Hice crujir mis dedos. El nerviosismo ante lo desconocido volvía a marcar presencia.
—¿Dónde iremos?
Esa pregunta desató la posterior y eterna explicación sobre lo que haríamos los próximos cuatro días. A la mañana siguiente, emprenderíamos viaje en tres automóviles hacia una ciudad turística que quedaba a una hora de allí. Estaríamos cuatro días y dormiríamos en tiendas de campaña ya que quedaríamos en el camping para aprovechar por completo la playa.
La idea empezaba a disgustarme. No odiaba de forma rotunda el hecho de compartir ese inicio de verano con mis primos y sus amigos, lo que me incomodaba era tener que pasar tanto tiempo con personas que me eran completos desconocidos. La situación me cohibía de sólo imaginarla.
Pasamos todo el camino hablando sobre esta idea y cada vez estaba más segura de que no podría librarme muy fácilmente de aquel plan. Tendría que ir. No había otra opción.
Cuando faltaban pocos kilómetros para llegar, recordé avisarle a mi madre que había llegado a destino y que ya estaba en buenas manos; no tenía motivos para preocuparse.
El auto se detuvo frente a la casa y la charla se dio por finalizada. La primera vez que la había visto, había quedado encantada con su aspecto; no era muy grande, pero estaba muy bien cuidada. Las paredes externas estaban revestidas con piedras que combinaban con el color de las aberturas de algarrobo. Las ventanas eran amplias, como siempre le habían gustado a mi tía. La puerta principal era de doble hoja. La última vez que había venido, cuatro años atrás, aun no tenían la verja que en ese momento observaba encantada. Le daba un aspecto muy lindo a esa casa que de por sí ya era encantadora.
Bajé del auto sorprendiéndome con la ola de calor que me atacó al poner un pie en el suelo. Esperé a que Ulises me pasara la maleta y Tati me ayudó con la mochila para facilitarme la entrada a su casa.
Caminamos hacia la puerta principal y mi primo se adelantó para abrirla. No terminamos de entrar que mi tía se abalanzó hacia mí para rodearme en un abrazo. Era una mujer demasiado afectiva, todo lo opuesto a mi madre. Eso me sorprendía demasiado ya que eran hermanas. Varios que las veían juntas pensaban que eran gemelas o mellizas porque eran muy parecidas y tenían el cabello de un corte similar, pero en realidad mi tía le llevaba dos años. La única diferencia era que mi madre vestía más formal, en cambio mi tía adoraba las ropas floreadas y coloridas que siempre combinaba con sus pendientes o collares. Y junto a esas diferencias también estaba la personalidad de cada una. Aunque me habían contado que antes mi madre no había sido tan distante.
Luego de una serie de preguntas relacionadas con mi actual vida y con mis padres, Ulises encontró un espacio para interrumpir. Avisó que saldría a hacer las compras para el campamento del día siguiente. Mi tía le recordó comprar comida para Coco, el perro de la familia. Ese comentario hizo que recordara al pequeño perro salchicha que había conocido el año anterior. Lo amaban tanto que, cuando viajaron a mi casa, lo habían llevado con ellos.
Insistí en ir al patio a verlo, pero mi prima se opuso diciéndome que primero ordenáramos la habitación donde dormiríamos.
Derecho a la puerta de entrada, había dos escalones que llevaban hacia el comedor y la cocina y, a la derecha, iniciaba el pasillo. Por allí fuimos.
—Despierten a Martina —Alcanzó a pedirnos mi tía antes de que desapareciéramos.
—Eso sí que no —masculló mi prima—. Lo primero que hará será venir a molestarnos. Está muy insoportable —me explicó rodando los ojos.
—Estoy segura de que tú eras igual a esa edad —Traté de defender a mi prima menor.
Ignoró mi comentario y se adelantó para abrirme la puerta a su pieza, la cual se encontraba del lado derecho del pasillo. Cuando entré me topé con una habitación un tanto cambiada a como la recordaba. Los peluches del estante habían sido sustituidos por varias fotos enmarcadas y otros adornos. Las sabanas rosas pasaron a ser verde manzana al igual que la alfombra. En un lado se encontraba un escritorio con un ordenador portátil sobre él y una silla, del lado contario estaba cama, cuya cabecera estaba adornada con un collage de fotos y algunos dibujos que había hecho ella. Al costado de ésta se ubicaba el mueble donde guardaba su ropa y, del otro lado, la ventana.
—Avanza. —Me pidió al ver que no me movía—. Necesito pasar.
Dejé la maleta al lado del estante y seguí sus movimientos con la vista. Antes que nada, prendió el ventilador al máximo para refrescar el ambiente. Luego dejó mi mochila sobre la silla y se dirigió al lado de la ventana. Allí se agachó y sacó un colchón de debajo de su cama. Lo dejó en el espacio que había entre ésta y la pared.
—Tu cama durante todo este mes. —Anunció riendo al ver mi rostro.
—Creo que, a veces, me voy a ver tentada en usurpar la tuya. —Advertí mientras me dirigía a ésta para tirarme de un salto—. Estoy agotada —comenté.