Locuras enlistadas

Capítulo 3

Después de almorzar me decidí por dormir un rato. El cansancio producido por el viaje continuaba acumulándose con el correr de las horas. Pero mi objetivo se vio truncado al escuchar la llegada de tres mensajes a Whatsapp. Eran de Ludmi.

En ellos me preguntó cómo había llegado y comentó que esa mañana había ido a hacerse unos estudios. La tranquilicé diciéndole que era necesario que se hiciera esos estudios.

<Regi: Acá todos están muy bien, la ciudad es muy linda… Y parece que serán unas vacaciones fuera de lo común

>Ludmi: ¡Qué bueno! Me alegro mucho.

>Cualquier novedad, hablamos.

Luego de esto, me dijo que iría a descansar un rato al igual que yo. Salió de Whatsapp y yo la imité. Dejé el móvil al costado de mi almohada y me dispuse a dormir. Las horas pasaron muy rápido, cuando tomé consciencia de esto eran las cinco de la tarde.

Después de merendar, optamos por empezar a ordenar lo que llevaríamos al día siguiente.

Me prestaron un bolso y empezamos a empacar. Lo primero que guardamos fueron los trajes de baño infaltables para la playa, luego le siguieron los accesorios típicos de verano y, por último, camisetas y pantalones cortos que seguramente ocuparíamos, a menos que refrescase.

Esa noche cenamos temprano y cuando nos aseguramos de que la mayoría de las cosas estaban en su lugar preparadas para el día siguiente, fuimos a directo a la cama.

Una vez que programamos la alarma para las ocho de la mañana, apagamos las luces y nos dispusimos a dormir.

Al parecer mi sueño era bastante ligero porque, apenas empezó a sonar la alarma, mis ojos se abrieron como platos. Me incorporé para detener aquel molesto ruido que tanto odiaba.

Una vez que me cambié, fui al baño para cepillarme los dientes y peinarme. Cuando volví a la habitación, Tatiana seguía durmiendo; decidí dejarla así y me dispuse a guardar el cepillo de dientes en el bolso que llevaría.

Me dirigí hacia la cocina para desayunar y me recibió el fresco del aire acondicionado. Cuando llegué al comedor, me encontré con Ulises. Estaba sentado en la punta de la mesa con una taza en sus manos y un paquete de galletitas abierto. Tenía la mirada perdida en un punto fijo de la pared. Parecía un zombie o un robot con el único propósito de subir y bajar la taza para poder sorber del contenido.

—Buen día —le dije con el tono más alegre que encontré en aquella madrugada de jueves. No podía creer estar despierta a esa hora.

—Buen día —me respondió cortante.

—¿Qué sucede? —pregunté sorprendida.

—Tengo sueño, no me hables.

No pude evitar soltar una risita mientras me dirigía a la cocina para prepararme una taza de café. Tenía la esperanza de que éste lograra despertarme por completo.

Después de desayunar, mi primo me dijo que llevase mi bolso y la mochila al living para que estuviese todo preparado. También me hizo cargar con el de Tatiana que se había despertado más tarde y seguía desayunando como si tuviese todo el tiempo del mundo.

Unos minutos pasadas las nueve y media, Ulises nos avisó que Bruno había llegado. Iríamos en el auto de él, así que de forma automática empezamos a juntar todo lo que nos pertenecía para llevarlo al baúl.

—Bruno, Regina. Regina, Bruno. —Nos presentó mi primo y nos saludamos.

Me sorprendió la altura que tenía aquel chico de cabello negro enrulado. No sabía si estaba exagerando o si en verdad era alto, porque para mí metro cincuenta y cinco cualquier cosa o persona parecía prominente.

Cuando terminamos de trasladar todos los bolsos al baúl, Tatiana y yo subimos a los asientos traseros, dejándole el del acompañante para Ulises. Y así emprendimos el viaje hacia la casa de Rodrigo, donde nos reuniríamos los catorce antes de emprender el viaje. Catorce personas de las cuales diez me eran completas desconocidas, salvo las amigas de Tatiana que las había visto en fotografías. Los nervios comenzaron a hacerse presentes en mí apenas el auto arrancó.

Al llegar a la dichosa casa, sólo se bajó Bruno para corroborar que todos estuviesen listos y poder ponernos en marcha sin perder demasiado tiempo. Al parecer las presentaciones se harían una vez que llegáramos.

El viaje de una hora se hizo eterno. Por suerte, la música nos acompañó durante el trayecto, invitándonos a unirnos a su letra y entonar junto al cantante.

Una vez que cruzamos el cartel que nos daba la bienvenida a la ciudad, las calles comenzaron a rodearse de palmeras que le daban un aire tropical al lugar. Empezaron a aparecer casas en los costados y así fuimos llegando a la urbanización que era mucho más pequeña que la capital y transmitía una tranquilidad propia de un pueblo. Adoré aquello.

Cuando atravesamos el lugar por la mitad y llegamos al otro extremo, nos topamos con el río. Y, luego de hacer otros kilómetros más hacia el este, llegamos al lugar donde pasaríamos los próximos cuatro días.




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