Locuras enlistadas

Capítulo 4

Al escuchar la pregunta, mi mente comenzó a trabajar. Repasé uno a uno los recuerdos de mis últimos años en busca de un hecho que pudiese responder a esa pregunta. Y no hallé ninguno.

Lo cierto era que mi personalidad no me llevaba a cometer muchas locuras. Pero no quería admitir eso delante de todos. No sabía cómo reaccionarían y no quería que creyeran que era una aburrida. Así que dije lo primero que se me ocurrió.

—Cuando tenía diez años, me quedé encerrada en el baño y… debieron llamar a un cerrajero para que me ayudase a salir —dije no muy convencida de haber respondido como esperaban todos.

Nos invadió un breve silencio que se vio interrumpido por la voz de un chico.

—¡Vamos! Tiene que haber algo mejor que eso.

—En este momento no recuerdo de nada —mascullé avergonzada.

—Eso significa que nunca hiciste nada —me dijo el que me había interrogado. Era el chico que lo había destacado como extrovertido; si no recordaba mal, su nombre era Yago—. Si uno hace una locura la recuerda siempre.

—Bueno… Yo… Nunca he hecho nada —confesé finalmente. No tenía sentido seguir fingiendo.

—¡¿Hablas en serio?! —exclamó alguien que no logré identificar.

—Me parece que no quiere contarlo —distinguí una voz femenina.

No entendía por qué hacían tanto drama por eso. Uno no anda por la vida buscando la manera de hacer algo memorable. Al menos yo no lo hacía.

—Bueno, a ver. Cuenten ustedes que hicieron —los desafié—. ¿Tatiana?

Ella me fulminó con la mirada pero de todos modos habló.

—Creo que la más reciente fue antes de terminar la escuela…

—¿La clase de historia? —le preguntó su amiga de cabello cortito, Sofía.

Entonces empezó a relatar los hechos de la mañana en que fue a dar clases un profesor reemplazante. Con Mica y Sofi le habían dicho que en esa hora tenían ensayo de teatro. Salieron sin problemas y estuvieron toda la hora paseando por la escuela y tratando de que no descubrieran que estaban fuera de clases.

—¡Qué rebeldes! —exclamó con sarcasmo el chico bajito y fortachón, ganándose un empujón de una de las chicas—. Mica, di no a la violencia.

Aquel comentario me sacó una risita.

—A ver, ¿qué rebeldía hiciste tú? —le preguntó al ver que se burlaba de la suya.

Y así fue como se olvidaron del juego y empezaron a contar sus anécdotas. Algunas eran verdaderas locuras, como la de Agustín, el que tenía ortodoncias, que se había ido de su casa sin avisar y apareció dos días después. Otras eran bastante inocentes, como la de Nerina, que había sido jugar al ring raje, cosa que yo también había hecho, pero cuando tenía diez años, no diecisiete.

Después de varias carcajadas y recuerdos de los que yo no formaba parte, se percataron de que el tiempo había pasado y que debíamos regresar al juego. Entonces fue mi turno de elegir.

El juego continuó hasta que uno avisó que ya estaban por ser las tres. Varios decidieron ir a dormir ya que al otro día querían aprovechar desde temprano el lugar donde estábamos.

Antes de ir a la carpa decidí pasar por el baño para no tener que levantarme cuando todos estaban durmiendo. Cuando estaba saliendo para volver, vi una sombra y luego escuché una voz.

—Espera.

Mis pasos se detuvieron de manera automática y mi corazón se aceleró. Sentí que alguien se acercaba detrás de mí así que giré con precaución. Al verlo, respiré tranquila y me topé con la sonrisa del dueño de esa voz.

—Te he asustado, ¿verdad? —inquirió divertido y yo lo fulminé con la mirada. —Espero que sí porque era la idea.

—¿Qué pretendías ganar asustándome? —pregunté relajándome un poco.

Se encogió de hombros.

—¿Divertirme?

Lo miré incrédula y seguí con mi camino.

—Espera —repitió.

—¿Qué sucede?

Me observó unos segundos en silencio, despertando mi preocupación.

—Tú… ¿te acuerdas de mí?

Aquella pregunta me sorprendió mucho más que su presencia allí.

—Si… Aún tengo memoria a corto plazo —reí nerviosa y él amplió su sonrisa—. Yago, ¿no?

Su sonrisa disminuyó, pero asintió.

—Sí, aunque ese no es mi nombre… En realidad, es mi apodo —me contó sin agregar más.

—Interesante —articulé sin saber qué más agregar—. Yo soy Regina y… no tengo ningún apodo —sonreí.

—Interesante —me imitó—. Y aburrido —agregó luego de un breve silencio.

Me encogí de hombros, tratando de ignorar su comentario, y lo observé en silencio. Como parecía no tener más temas de conversación, opté por ir a dormir.




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