Londres tiene sus propias estrellas

Capítulo 3 | Mitchell

Mitchell Radcliff.

“Has llegado”. Me digo a mí mismo cuando el motor de mi auto se detiene frente al edificio donde reside mi madre. 

Se ha mudado de la casa dónde vivíamos desde que tenía tres años porque sus escándalos mediáticos provocaron que fuera imposible ir al pórtico sin aparecer en algún tipo de revista de chismorreo básico. Supongo que eligió este edificio esperando que nadie supiera dónde se alojaba… o escondía.

—Paciencia, Mitchell…

Me desmonto y camino por el lobby. Apenas pongo un pie dentro, las cámaras de cuatro paparazzis comienzan a quemar mi rostro con luz. 

Su misión falló, saben donde vive ya. Y el hecho de que me vieran entrar ahora se los confirmará. Ana Radcliff seguirá con su descenso y declive si sigue de esta manera.

—No soy una maldita planta, no necesito hacer fotosíntesis, así que se pueden ahorrar la luz —les digo.

Sigo caminando e ignoro completamente las preguntas sobre el asunto. Me río cuando entro al elevador porque ya el secreto no lo es; saben dónde viven. 

Me intriga saber qué planea hacer con esto.

Cuando el ascensor se detiene en el último piso me pide que ponga un código… ahí está. Sabía yo. Es muy ella.

La llamo con prisa.

—¿Me darás el código?

No responde.

—Me iré de vuelta a mi graduación en caso de que sientas que es mejor no hacerlo.

—Oh, vamos, Mitch, siempre disfrutaste de un buen acertijo.

—No es el momento, madre.

Mi madre no es la mujer más ermitaña, pero tampoco la más sociable. Sin embargo, siempre será el alma más joven que jamás he conocido. Es más… su alma sigue siendo un feto.

—Tú baticueva ya no es tan secreta.

—No es baticueva, es Analand.

Dios Cristo… Analand… 

—Dame el código para poder entrar a tu penthouse, madre. No tengo todo el día.

—Solo debes escribir aquello que tu madre más anhela, pero que jamás has querido darle.

Mierda.

Cuelga la llamada y sé que no me dirá cómo entrar a menos que yo mismo haga lo que tiene que suceder. Presiono el botón rojo con un poco de cinismo, no sé como aún no se me ha contagiado su locura. 

Ana Radcliff es quizás la mujer más complicada y excéntrica que he conocido.

—Nieto —murmullo. Y escribo letra por letra.

Se abren las puertas. Ella me espera detrás de ellas.

—¡Bingo!

—No.

Entro al lugar. Observo todo. Ha cambiado el papel tapiz, las plantas están todas encima de la mesa del comedor, hay papeles por todos lados, café derramado en algunos, los muebles y sus cojines están completamente separados, hay vasos en cada rincón, migajas de comida en dónde mires… 

—Has estado escribiendo mucho estos días —acierto.

—La musa me ha visitado más que nunca.

Asiento y sigo viendo el desorden que la inspira.

—¿No me dirás que lo limpie?

—Dejé de hacerlo a los nueve.

Aprendí solo ordenar mi cuarto desde que tuve uso de razón, porque el resto de la casa era casi inhabitable debido a ella. Crecí sabiendo que no podía evitarlo, porque así era que se concentraba en dejar salir su arte, pero me incomodaba como no se puede tener una idea.

—¿Por qué estás tú tan desprolijo? Mira tu camisa… Mitchell, ¿Qué te he dicho de andar así por la calle?

Miro a mi alrededor con mucha gracia, pero decido no decir nada. Es su forma de ser, no puedo cambiarla en una sola discusión.

—Madre, alguien lo derramó cuando salí a hablar contigo, ¿Sí? 

Está más delgada, ¿No estará comiendo bien?

—¿Sabes que están abajo ya?

—Sí, es obvio, hijo. ¿Cómo no voy a saber? —dice y palmea mi rostro antes de irse caminando a mi lado.

—¿Por qué no me avisaste? —pregunto cerrando los ojos con fuerza y masajeando el puente de mi nariz —Pude haber evitado un poco toparme con ellos.

—Porque si te lo decía, no vendrías tan rápido.

—Querías que ellos me vieran —le corrijo.

—No…

—Querías que las cámaras me vieran, madre. ¿No? ¿No te mudaste aquí para que no supieran donde vives?

Ana sonríe como una ardilla cuando se roba la bellota de otra y su despeinado cabello rubio brilla al pasar cerca de la ventana.

—¡Mitchell! ¡Hijo…! —me volteo y lo veo bajar de la azotea que mi madre ha rentado junto a este piso.

—Saludos, Randall.  

—Mitch ha comenzado a visitarme más, Rand, ¿Ves? —se emociona mi madre.

Espera, ¿Él le ha hecho creer a mi madre que no la visito cuando él es la razón por la cuál me he alejado? 

—¿Algo que quieras decir, Rand? —pregunto cerrando mis puños para contenerme.

—Lo veo, An. Lo veo —responde y palmea mi hombro —. Es lo que un hijo tiene que hacer.

—Te agradecería que no me toques.

—A Mitch nunca le ha gustado que le toquen, incluso desde niño. Siempre ha sido quisquilloso —informa mi madre mientras abraza a Randall por la cintura.

—Así que lo rosita viene desde pequeño —dice en forma de broma.

—¿Me has llamado para qué, madre?

—Bueno…

—Los medios hablan de que se ha separado la familia Radcliff, y quise reunirnos, así que le dije a mi preciosa Ana que te llame, ¿No te habrás enojado, verdad?

—La familia Radcliff se ha mantenido fuerte desde antes de que tú aparecieras en escena, Randall. Pero agradezco tu preocupación por nosotros. 

—Hijo…

—Por otro lado, es admirable que aún no siendo parte de ella, te importe esta familia —me acerco y pongo la mano en su hombro. Cuando me mira fijamente a los ojos, como sintiendo las cosas que le he dicho, aprieto más mi pulgar contra unos centímetros más arriba de su clavícula.

Huele a alcohol.

—Ustedes son mi…

—Gracias, señor Monner —digo su apellido para resaltarlo —Los Radcliff le agradecen.

Aprieto mis dientes contra sí mismos con enojo contenido. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.