Londres tiene sus propias estrellas

Capítulo 4 | Raven

—¿Me puedes pasar la sal, querida? —pregunta mi padre.

—¿Me das un beso, amor? —responde, como poniéndole precio.

Mi padre le manda un beso que cruza la mesa y que ella luego lo atrapa para llevarlo a sus labios.  Solo puedo reírme, mis padres mantuvieron una leve combinación entre coqueteo y conversación. Ellos comen su desayuno. Mamá le roba el bacon —cosa que mi padre odia— y le da su black pudding —cosa que a ella no le gusta, pero él ama—. Como interviniendo algunas veces suelo soltar una que otra carcajada, pero, aunque me burlo un poco, la alegría que siento al tener en cuenta que esta podría ser mi realidad en unos años es inmensa… quiero un amor así.

Siempre he crecido sabiendo que mi madre fue el primer amor de mi padre y que mi padre fue siempre la persona más amorosa con ella; que inmediatamente la vió su corazón lo supo, que ella jamás dudó elegirlo… Crecí así y así será mi vida, de eso estoy segura. 

—¿Cómo sabrás que es tu persona? —me preguntó una amiga una vez.

—Desde que lo vea, mi corazón sabrá quién es. Lo sé… mi corazón me dirá —dije aquella vez, como si fuera la princesa de algún cuento encantado que a Disney aún se le sigue escapando. Han pasado ya diez años, apenas tenía nueve u ocho en ese tiempo, pero sé que sigo pensando lo mismo. 

Ellos dos tienen más de veinte años de casados, jamás los he visto dudar de amarse. Discutir para ellos es algo emocionante porque no es tan recurrente y lo toman como juego, porque lo encuentran divertido, ¿Qué sienten? No lo sé, pero quiero sentirlo.

Lo que sea que el amor sea, si llegase a ser tangible, son ellos.

—Ya debo irme, mamá, papá —les aviso tras limpiar mi boca de los restos con cuidado —¿Pueden llamar al chofer? Ya debería ir de camino.

—Estoy muy segura de que tienes su número, hija —dice mi madre entre risas y le correspondo al saber que si ella se enterara de mis andadas en la secundaria se sorprendería de cuánta verdad es esa —. ¿Estás segura de querer mudarte a los dormitorios? Puedes quedarte en casa, Raven.

—Sí, así podemos estar seguros de que no descuides tu alimentación o tu sueño. Tienes todo lo que necesitas, ¿Por qué irte?

—Quiero la experiencia completa —me levanto rápido y entonces beso a mi madre en sus preciosas y regordetas mejillas. Paso dónde mi padre y beso su cabeza, él me corresponde besando mis manos.

—¿De estar sola?

—De experimentar sola —aclaro.

—Igual tienes que estar aquí cada fin de semana, ¿Quedó claro, niña? —cuestiona mi madre y asiento feliz.

Tras despedirme de ella me voy a buscar la cartera dónde llevo todo lo que necesitaré en este primer día en la universidad.

Siento sanidad solo de ver a mis padres.

—Me iré en un taxi, díganle al chofer que no tiene que seguir llevándome —digo con una sonrisa y me voy casi dando saltos. 

—Oh.

—Tomé esa decisión porque valerme por mí misma no es seguir usando el chofer de mis padres; es un privilegio que no quiero tener —respondo alegre alejándome en dirección a la puerta.

—Decidir cuáles privilegios quieres y cuáles no, pues, es un privilegio, mi niña —me dice papá antes de que salga por completo de la sala. 

Desde la puerta doy una última mirada hacia ellos… mamá se acaba de parar de su silla, se ha cruzado alrededor de la mesa, todo para quedar sentada en las piernas de mi padre. Lo besa con mucha ternura, él acaricia su cabello. 

En esta escena, casi que parece que la silla de ruedas ni siquiera afecta.

Es el tipo de amor que puede con todo, que todo lo soporta, todo lo perdona, todo lo sufre… se refiere a problemas, situaciones, no a maltratos e infidelidades; eso lo aprendí de ellos.

Pido un taxi, llega bastante rápido y con cautela busco en la distribución de horario y lugar dónde se van a impartir las clases —edificios y aulas— que ya he investigado desde hace como medio año, porque perfeccionista y ansiosa claramente soy. 

Tras aclarar eso, cierro los ojos en la alternativa realidad dónde puedo volver a ayer, en el momento en que ese chico apareció en mi campo de visión. Y luego, él se quedó todo el rato viéndome, sus ojos nunca me dejaron y si lo hacían, rápido volvía a mí. Unas leves sonrisas salían de su boca mientras yo solo estaba embelesada intentando procesar la manera en la que su persona se centró en mí entre tantos alrededor, tantos en el lugar.  Y se fijó en mí y solo en mí.

Como si fuera el destino.

Como si fuera una señal.

¿Y si ese chico sería como… papá? Quizás con él pueda tener lo mismo que mis padres.

—Muchas gracias —digo inmediatamente el taxi se detiene frente a la Universidad de Londres. 

Miro mi reloj y noto que un poco tarde sí estoy, así que corro como puedo. Gracias a Dios hoy estoy usando un tenis, así que correr no es un delito suicida como con aquellas botas de ayer. Pero… mi vestido corto no coopera mucho, por lo que lo sostengo mientras tanto. ¿Era el edificio A? Sí, sigo corriendo. Por un insuficiente segundo me quedo pasmada al ver este edificio tan imponente… esta universidad sigue sorprendiéndome.

Entro corriendo cuando vuelvo en sí, en el piso cuatro —luego de subir por las escaleras porque el ascensor tardaba demasiado —, busco el aula 308. Ahí es que toca la clase de orientación laboral según mi archivo. 

Me da placer poder decir que ni siquiera sentí esos cuatro pisos que tuve que subir, ¡Cómo agradezco a mi madre proactiva!

—Solo cinco minutos tarde… —susurro. Arreglo mi pelo y me limpio el poco de sudor.

—¿Qué haces aquí? —me volteo y entonces miro a una persona que conozco, es la chica que vestía de negro ayer, la que estaba con la rubia desagradable.

—Tomo clases —digo lo menos amable que me sale, porque recuerdo lo horrible que se sintió su forma de tratarme ayer.

—En tu tique dice que eres de comunicación, este edificio está bien lejos de serlo.




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