Busco entre las cosas que esta misma tarde mis padres me mandaron hasta el dormitorio dónde ahora me quedaré. Encuentro con las manos temblorosas el cuaderno de mis apuntes que también hace de diario.
Las manos me sudan, apenas puedo sostenerlo. Siento que me estoy poniendo fría.
¿Cómo la ansiedad vino tan rápido?
Tomo mi pluma y tacho un item de los que había plasmado… Creí que duraría un par de meses antes de tomar esta decisión, pero ya lo he hecho: me mudé a los dormitorios de la universidad.
¿Me arrepiento? Obviamente.
Mierda, extraño a todos, extraño hasta la servidumbre.
Se me llenan de agua los ojos cuando comienzo a sentirme sola en la oscuridad. No tengo compañeras, irónicamente, aquí. El silencio que se esparce al estar la otra cama, que queda paralela a la mía, totalmente vacía, me hace sentir aún peor.
La ansiedad me da ganas de gritar.
La vida universitaria apenas inicia, así que no sé qué debería o no debería hacer para controlar esto, ¿Por qué estoy siendo tan pesimista, si suelo ser todo lo contrario?
—Mamá… —digo cuando responde mi llamada.
—¿Raven? —pregunta confundida —¿Hija?
—Lamento despertarte.
—Son las tres de la mañana, ¿Sucede algo?
—Lamento… —vuelvo a iniciar casi en lágrimas.
—No, niña. Mi niña… Dime que sucede. Cuéntale a mamá que ella te escucha.
Cubro mi boca con la palma libre, para ahogar un sollozo.
—¿Y si no logro… dar la talla? ¿Y si no logro ser como papá?
—Papá no quiere que seas como él, quiere que seas como Raven… Te apoyaremos en lo que sea que suceda o decidas. ¿Sí?
—He llegado tarde a mi primera clase aquí —le informo luego de unos segundos —. El profesor ni se dió cuenta.
—Sí, cielo, así funciona.
—Me siento insignificante. Minúscula, mamá. Es como si fueran un gran reloj… como si fuera el Big Ben y yo solo fuera… un engranaje. Todos tienen claro a dónde ir, yo ni siquiera sabía a cuál recinto debía asistir.
—¿Quieres volver a casa?
—No…
—Siempre puedes hacerlo, mi niña.
Estar recostada en la cama del dormitorio me hace apreciar la que tengo en mi hogar.
No tengo compañeros, lo cual es extraño. Se siente muy solitario.
—Es ansiedad, mi niña. Déjalo descansar, ¿Sí?
—¿Qué?
—A tu cerebro…
Es fácil para ella decirlo, jamás sintió esta soledad, tuvo a papá desde que pisó esta universidad por primera vez.
—Es que mamá… No lo entiendes, no es tan fácil, nunca estuviste sin saber qué hacer o cómo hacerlo… O sintiendo que te quedarás sola.
—Raven, a tu edad estaba más perdida aún.
—A mi edad ya habías conocido al amor de tu vida…
Tengo miedo a quedarme sola.
A jamás conectar con alguien.
A nunca tener eso que tanto anhelo.
Sé que mi ansiedad inició por sentirme perdida en este lugar, pero honestamente es más que eso… ¿Y si me quedo sola para siempre? ¿Y si por tener las expectativas tan altas jamás logro tener un amor real?
—¿Sabías que hacías de pequeña? Cuando tenías cinco años, mi niña, siempre llegabas corriendo hasta la habitación mía y de tu padre. Golpeabas la puerta con miedo al inicio, por no querer molestarnos, con mucho cuidado también. Luego la azotabas, porque siempre has sido decidida y segura. Te sentías de esta misma manera, te sentías perdida por estar sola en tu cuarto… y mira lo lejos que has llegado.
—Es diferente.
—La ansiedad se ha equivocado miles de veces cuando te dice que fracasarás, que no tendrás éxito o que deberías rendirte, ¿No vale la pena cuestionarla otra vez?
Recuerdo esas veces que me sentí perdida allá en la secundaria, me sentía sin identidad o sentenciada ante algún problema, y a fin de cuentas… salí de ello.
—¿Siempre me recibían?
—Siempre, como ahora.
Suspiro con un poco más de calma.
—¿Cómo supiste que papá era tu persona ideal? ¿Cómo sabías que era… él?
—Él me miraba como si todo fuese cuestionable, menos mi existencia en su corazón.
—¿Seguridad?
+
—Tu noticia me dejó un poco sacada de cuadro.
—Antirretrovirales, no es para tanto. Calma.
—Emma, dejaste al pobre Ash con la cabeza en las nubes.
Una noche sin dormir no suele ser la mejor manera de prepararte para tu día que viene con universidad incluida.
—Suficiente de hablar de mí. Te ves fatal.
—¿Gracias?
—No dormiste, ¿verdad?
Miro mal a Emma. Ha sido un día pésimo. Todas mis clases hasta ahora se basaron en charlas y demás. Yo no quiero charlas, me cansan y saber que me veo pésimo me hace sentir horrible, porque… mi piel se siente cansada.
Estoy aburridísima, me gustaría saber su drama, pero sé que dijo que aún no me lo diría.
—¿Noches malas? Es normal aquí.
—¿Qué?
—Es de las universidades más caras, competitivas, elitistas y de mejor ranking, perpetúan la supremacía del privilegiado y la tortura del desgraciado. Es normal que solo entrar te suene a miserables.
—No te encanta mucho estar aquí, ¿Verdad?
—Nop. Para nada —me responde.
Seguimos caminando, pero la bella Emma me dice que tiene que verse con su novia en el parqueo. Le digo que me deje acompañarla, pero me explica que de ahí irán a un sitio un poco…
—¿Un motel? —pregunto horrorizada.
—Un motel, niña.
—Pero, ¿Por qué?
—Porque queremos ir y…
—No lo digas —intervengo rápido —¿No tienen casa? ¿O un hotel normal?
—No llevaré a Rosé a mi casa más de lo necesario, no iré a la de ella, no pagaré un riñón por un cuarto para coger. Un motel.
—A mi me llevan a un motel y tendrán que sacarnos a ambos con la fuerza especial —murmullo —. Ni la reina me haría hacer eso. Eso sería sobrecocer los huevos, mierda.
La despido hasta cerca del parqueo, dónde la veo subir al auto de la rubia. No sé cómo sentirme sobre esa relación, suena muy… diferente a cómo creí que debían ser las relaciones amorosas.
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Editado: 27.09.2023