Londres tiene sus propias estrellas

Capítulo 14 Mitchell

—¿No sacarás la nariz del libro? —me pregunta Emma.

—¿Qué quieres, Em? —digo bajando el objeto que goza siempre de mi atención.

—¿Qué ha sido eso?  —pregunta —Si fuera otra persona diría que tú eras un amigo preocupado por otro, pero… te conozco demasiado bien para llegar a eso.

—No mentí en nada de lo que dije.

—Pero sí omitiste muchas cosas —me informa que sabe.

—Raven necesita alejarse de Thomas.

—Están grandes.

—Ella peligra la estabilidad de él, y él la de ella. Está obvio a kilómetros.

—Mira a tu alrededor, ¿Crees que todos estamos con las personas que nos hacen bailar con ángeles de azúcar? Mitch, el mundo no es perfecto.

—Ellos dos no podría soportar ni un mes.

—¿Apostamos?

—Hicimos esto mismo una vez —le susurro.

—Aún no ganas, sigo en delantera.

—Paciencia, Em. Paciencia.

—¿Qué apostamos?

—Si logran superar el mes, ¿Qué? —pienso un poquito —Entonces dormirás con Ash, y te emborracharás.

—Entonces tú ganarías la apuesta pasada, no se vale —se queja.

—De durar el mes juntos, ¿Qué quiere que haga yo?

—Lo decidiré en el momento.

—Bien —le respondo. Henry, Warren y Ashton se quedan en la mesa donde estaban mientras yo me fui para comer junto a la ventana. Me gusta hacer esto, así puedo leer más.

—¿Tienes lo que te pedí?

—Sí —le paso la funda con las pastillas —, ¿Has considerado ser como una persona normal? Te saldría más fácil y barato.

—¿Y perder nuestra apuesta? No, jamás.

+

—¿Es momento?

—Nunca lo es —le agradezco luego a Henry y me bajé de su auto. 

Abro la puerta del restaurante.

—Mitch —se levanta mi madre tras depositar la taza de té en la mesa. Besa ambas de mis mejillas y usa un hermoso vestido… completamente estrujado —, siempre tan puntual, mi caballero de brillante cabellera.

—¿Y ese atuendo? —le pregunto cuando me siento en la mesa —Siempre andas impecable aunque hagas que la casa sea una jungla, ¿Qué ha pasado?

—He escogido este vestido desde ayer, estaba muy emocionada, hijo. 

—¿Y por qué está así, mamá?

—Tuve que recoger y cocinar antes de salir, la faena, Mitch. Además, me he resbalado en las escaleras al salir… 

Trueno los dientes cuando escucho tan vil mentira improvisada.

—Tu Penthouse tiene ascensor para acceder, no escaleras —digo entre dientes. El olor peculiar del líquido color ambar que ella termina por llevar a su garganta directamente de la taza me sorprende —¿Desde cuando bebes?

—El estrés, Mitchell.

—¿Estás bebiendo Ron en plena tarde, madre, cuando deberías estar tomando el té?

—Necesito algo más fuerte estos días.

—Jamás corromperías el rito del té, Ana.

Se queda callada y sigue mirando a su alrededor hasta que finalmente mis ojos casi se salen de su órbita y ahí ella toma mi mano por encima de la mesa.

—No sobrepienses, hijo. Estamos fuera de casa, como querías, ¿Sí? Aquí no está Randall. 

—Eso te pone muy triste, ¿No? —digo con desprecio.

—Siempre soy más feliz cuando él está cerca.

—Su esposa seguro piensa lo mismo.

—Ya se han divorciado.

—Cosa que esa señora aceptó encantada. ¿No, piensas que debe haber una razón?

—¿No vas a dejar de sacarme en cara que él era casado?

—Nunca ha dejado de ser el hombre que te convirtió en una rompematrimonios frente a la presa y jamás salió a defenderte?

—Es abogado, sabe que las cosas no se resuelven con… emociones.

—¿No es la agresividad una prueba de emociones? —digo ya saliendo de mis casillas —Como aquel moretón que crees que ocultas con esa bufanda. O el dolor en tus caderas. Vamos madre, fui inocente quizás al nacer, y tú vieja quizás como para necesitar intervención quirúrgica, pero no como para que al sentarte hayas hecho esa mueca tan pronunciada.

—Es un chupón… 

—¿Y las caderas?

—En el amor se vuelve un poco agresivo.

Me dan ganas de vomitarle justo frente a la cara.

—Mamá, ¿Cuántas veces has llorado estos últimos días?

—¿Qué clase de pregunta es esa, Mitch? —se ríe nerviosa.

El cabello rubio y algo canoso de la mujer que me dió a luz y que más amo en el mundo me hace ver lo mucho que ha envejecido estos años. Han pasado tantos meses desde la última vez que me fijé en pequeños detalles de ella, que fue en su boda clandestina y nada legalizada con el señor digno de mi odio.

—Randall ha dicho que considera el divorcio…

—Gracias a Dios —digo con honestidad.

—¡¿Gracias a Dios?! —grita levantándose de la mesa y llama la atención de todos alrededor —¡Es el amor de mi vida, niño ingrato! 

“Cuando los pilares de una persona que es abusada y lo consciente por engaños se le caen, es normal que reaccionen de manera arbitraria, puesto que se desbalancea la pseudo realidad que tanto lucha por mantenerse a sí mismo” Eso me dijo Warren cuando le comuniqué que no quería dejarla sola ya, pero que tampoco me quedaría viendo.

—¿Cómo alguien que no lucha, no te protege, no te cuida, no te ama con amor de verdad, ese amor del que tanto escribías cuando era niño, te hace llorar y jamás te ha hecho sentir la mujer que realmente eres, puede ser el amor de tu vida? Vamos, Ana, eres mejor que esto. 

—¡Randall…!

—¿No te hace llorar?

Se queda muda, pero entonces sus bellas y arrugadas facciones se vuelven más duras y al mismo tiempo tiemblan por las lágrimas.

—¿No te hace algunas veces sentir la persona más desdichada del mundo? 

No puede decir nada, solo suelta un par de lágrimas.

Las personas alrededor nos miran, miran la escena, y mientras ella está levantada con las manos apoyadas en la mesa, yo estoy reclinado sobre mi silla, porque sé que me gusta confrontarla, me gusta que sepa la realidad.




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