Londres tiene sus propias estrellas

Capítulo 15 Raven

Tenemos que ir a dejar algunas cosas a la biblioteca, según tengo entendido. Y he dejado atrás todo lo obviamente preocupante, como que por mi estado mental no asistí a clases de Sinclair ni le hice las asignaciones, entonces, solo camino feliz de la vida, como si la caja de pandora se me hubiera abierto. 

Que bueno es que el ser despreocupada de Em se me ha pegado un poco.

Emma va muy callada tomando un mate, ni siquiera sabía qué era eso, solo me quedé observando mientras lo preparó en la minicocina que tenemos. Me ofreció, pero… mejor no. No quiero probar cosas extrañas previo a una fiesta, no sé cómo mi cuerpo reaccionará. No quiero que nada arruine mi momento con él.

Estoy un poco ansiosa debo admitir, y he sofocado a preguntas a mi amiga sobre cómo son las fiestas de los chicos. Ella me dice que es la primera a la que sí puede asistir, porque ya salió de la secundaria, pero que las que vió que prepararon el año pasado, cuando ella aún no estaba en la universidad, fue asombrosa; que en el campus hablaron de ella por semanas según le dijo Ash.

—¿Me pasas los…? —ni termino de decirlo, la pelinegra me los pone en las palmas rápido, honestamente quisiera saber que pasa por su mente, porque la verdad es que parece estar llena de energía y de su propio nerviosismo, cosa que la verdad es que no encaja con la usual confianza, seguridad y rebeldía que suele enseñar —Gracias. 

—Buenos días, ¿Cómo puedo ayudarles? —pregunta una aburrida pero hermosa bibliotecaria.

—Venimos a entregar estos libros, ya culminamos con las investigaciones para las materias —digo porque al parecer mi amiga no tiene intención de poner su atención en algo que no sea su teléfono o su vaso —, aún nos quedan dos días antes de que se cumpla la fecha límite de entrega.

Dimos la matrícula de ambas, entregamos por separado los que ella tomó y los que tomé yo. Finalmente, veo como Emma reconoce una cabellera rubia a lo lejos y pide que por favor nos acerquemos, sabrá Dios para qué.

Entre varias personas esparcidas entre varias mesas, él está todo solitario. No me extraña.

—Sabes que no es mi persona favorita, Em…

—Si quieres quédate aquí, iré yo, no te preocupes —me dice de una manera más amable de lo normal, pero por alguna razón sigo caminando a su lado —. Gran decisión, si no venías, igual te iba a arrastrar.

Nos reímos, pero irónicamente, mi cara se queda tiesa solo de saber qué ahora él nos mira.

—¿Necesitas algo, Emma? —le dice él, aunque ahora mismo pese a ignorarme en ese saludo, solo me mira a mí con un rostro neutro.

—Que me cuides a Raven, mientras resuelvo un par de cosas.

—No soy una niñera de castañas, ¿Sabes?

¿Qué acaba de decir?

—¿Dónde se supone que vas a ir, Emma?

—Adiós —se despide y se marcha. 

Como niña obediente termino por sentarme en la silla restante de la mesa que tiene ocupada él. Mitchell no me presta atención, solo sigue leyendo su libro como si apenas yo existiese. 

—Está muy extraña estos días.

No me responde y cambia de página en su libro. ¿Qué lee? Leo el título y finalmente veo que es…

—Lord Byron también es de mis favoritos.

—Un ápice de cultura.

Me parece muy interesante la manera en las que estas mesas están plasmadas bajo el gran candelabro que parece de la era victoriana solo tienen dos sillas, cuando en la mesa de manera poco forzada lograrían entrar hasta seis. Luego recuerdo algo que Emma me dijo… estas mesas son especiales, porque la universidad las crearon para dar un aire romántico, para que ciertos estudiantes se pudieran sentar a tener una cita… entre ellos y los libros.

—¿Por qué te sientas en estas mesas, si son para citas?

—Hay menos probabilidad de que una persona se siente si me ve en estas.

—No me sentaría aquí contigo si no fuera por Emma.

—Tienes libertad de irte, a decir verdad.

Ruedo los ojos.

—¿Por qué no puedes levantar los ojos de ese libro cuando te hablo?

Mitchell sigue leyendo sin intentar para nada el mirarme. Entiendo que Lord Byron sea más interesante que mi cara o mi conversación con él, honestamente, yo con un libro de Jane Austen en la mano jamás lo miraría a él, pero ser una interlocutora ignorada es muy pesado, en especial porque la última vez que me miró a los ojos mientras hablaba conmigo me vió llorando de esa manera tan poco digna.

—Estoy mejor —digo rápido.

¿Acaso soy estúpida? 

—Claro, cuando le dan el sueldo al empleado miserable siente que valió la pena su obtusa vida —esta vez sí lo dice de manera igual de fuerte que lo imponente que se ve, aunque igual no me mira.

Está interesante su metáfora, lo admito. Pero igual voy a juzgarlo.

—¿No te aburres de ser tú mismo?

—No, por lo usual me gusta mucho decirles las cosas claras a las personas confundidas.

—Que amable y humanista tu vocación desinteresada —digo con ironía.

—Un placer siempre —sonríe de manera muy poco honesta y entonces, sube la mirada por primera vez. Tiene unos ojos muy diferentes a lo que uno esperase de una persona así, tiene esas pestañas espesas que toda mujer siempre quiere y cuencas muy profundas, así que esos óvalos llenos de maldad y altivez llegan a parecer quizás los de un niño travieso.

—¿Irás a la fiesta? —pregunto haciéndome la desinteresada y mirando hacia los estantes de al lado, en vez de a él.

—Jamás asisto a esas cosas, y por la manera en la que lo dices, supongo que tú sí. ¿No?

—Asistiré a esta, sí.

—Me refiero a en general.

—Me gustan las fiestas, ¿Qué pasa con eso? ¿Por qué ese tono de desaprobación? ¿No pueden gustarme?

—No, sería poco coherente que una persona que está bien porque la persona que la hizo estar mal le dió exactamente lo que ella quería, no porque ella misma superó la situación le guste el andar de fiesta en fiesta, eso suele ser muy normal en las personas que necesitan anesteciarse para anular sus propias emociones.




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