Londres tiene sus propias estrellas

Capítulo 17 | Mitchell

—¿Por qué estoy aburrido si esto es claramente lo que quiero hacer? —me reprocho una y otra vez. Yo decidí no irme, y la verdad es que tampoco me da felicidad imaginarme rodeado de personas y bullicio.

Me he quedado solo aquí, y no me gusta. De hecho, me gusta menos que lo antes mencionado.

¿Desde cuando me siento mal por quedarme en casa un viernes en la noche cuando mis amigos están de fiesta?

No entiendo el sentimiento de inconformismo que me crece.

Desearía que Warren estuviera aquí, de verdad que sí. Así al menos entendería un poco más mis pensamientos. Aunque, a decir verdad, me ha dado instrumentos para analizar mis sentimientos, porque “No siempre hay que hacerlos callar con el cerebro, algunas veces debes dejarlos gritar y llorar”.

Sus frases cursis vienen a mí, pero no a hacerme caer en razón o calmarme, sino a taladrar mi cerebro, golpear su forma de manejarse también.

Jamás he sido bueno en dejar que las personas tomen control sobre mí, mucho menos en darles la importancia como para que tomen mi certeza y pensamiento lógico en sus manos.  Y ese mismo pensamiento lógico no se hace justicia a sí mismo, ¿Por qué lo haría? No es lógico que la tenga pendiente a ella.

—Es la preocupación, al verla caer en lo mismo que Ana, es eso…

Intento volver a mi libro, pero Lord Byron y sus letras tan monumentalmente cursis no me hacen salir de imaginarme a la chica llorando. ¿Habrá llorado esta noche también? Si no, seguro lo hará cuando sienta que algo no sale como ella quería en su pequeño e infantil mundo de fantasías. 

Detesto con toda mi alma el sentir la necesidad de recalcar una y otra vez la manera en la que se ve patética cuando se vuelve susceptible, pero no puedo dejar de hacerlo. Es idéntica a Ana.

No puedo decirle esto a Warren o me va a tirar toda una charla sobre Freud… Freud y mi madre jamás serían cosas que quisiera oír en un mismo tema.

Caminar por toda la casa no me calma, mucho menos seguir leyendo. Ya Limpié el cuarto de Ash y Henry que siempre está hecho un desorden, doblé la ropa que Thomas lavó y la puse en el armario de Warren, lavé la loza y limpié los zapatos que se dejan en la entrada. ¿Es ventana necesitará…? No. No puedo seguir en esto de limpieza compulsiva para calmarme, entonces, todo desorientado me voy hasta la mesita de estudiar que está en el centro del pequeño cuarto que la para nada modesta universidad me provee y al abrir mi portatil comienzo a teclear. 

El manuscrito que jamás me he atrevido a enseñarle a nadie, ni siquiera a mi madre, seguirá siendo así, me da la bienvenida. Comienzo a teclear de una manera en que la señora antes mencionada, la que me dió a luz, una vez me dijo: escribe todo, sin pensar en si está correcto, bien escrito, socialmente aceptado, solo escribe, lo que quieras pero escribe, ya luego decidirás si vale la pena, o si se irá a un borrador. 

Sus años de exquisitez literaria jamás me habían parecido tan necesarios, como ahora que quiero desahogarme.

Eso hago, escribo todo lo que me pasa por la cabeza todo eso. Sin jamás pararme a pensar ni un poco.

Alcanzo a leer luego de media hora mis propias creaciones.

“Sus ojos son muy azules, empañados por lágrimas y dolor; aunque la agudez de sus palabras algunas veces me divierten mucho, estos suelen seguir así, como si la altivez y la ansiedad se siguieran complementando en ella” 

“La manipulación de la pena y la lástima quizás sean la manera en que quiero camuflar el interés en su persona” 

“¿Qué parte es la que más me molesta? ¿Qué ella esté llorando como me molestaría que cualquier mujer sea dañada, o que sea ella la que esté haciéndolo?” 

“Ojos y alma fijos en ella. ¿Qué la hace tan importante?, llenó de sucio mi caminar, interrumpió mi concentración, y aún así es irritante, pero, sigo pensando en sus estupideces”

Joder.

Estoy aburrido de quedarme aquí.

Ir a una de esas fiestas no estaría de más, y no para verla, sino porque quizás Henry tiene razón: y deba darme un respiro de estrés, me asusta el compromiso que acepté con la universidad y debo enfrentar mis emociones sobre eso, pero por hoy, quizás con divertirme un poco esté bien.

—¿Qué debo usar? —me miro, desentonaría con todo. Pero igual tomo un pantalón normal, de esos que uso en el día a día y un sueter negro liso, lo casual siempre es lo normal. 

Tomo mi bicicleta, son cerca de las once y media, así que inmediatamente pongo un pie en el piso cero, donde está el guardia de turno, este se me queda mirando fijamente. Sé que me conoce, aquí hice mi grado, mi especialidad, y estoy haciendo mi maestría, ese señor podría dibujar mi cara de su mente si quisiera.

—¿A dónde se supone que va, Radcliff?

—A una fiesta —digo más avergonzado de lo que debería.

—¿Usted?

—No, usted —respondo por lo bajo, pero controlo mi temperamento y le sonrío —. Sí, es que el anfitrión es como mi hermano.

—Sabe que el horario del toque de queda ya pasó, hace como una hora, ¿Lo sabe? Y que tendré que notificarlo como que salió después de que se cerraran las puertas, ¿No?

—No esperaría menos —lo absuelvo de su culpa —. Es su trabajo, no tengo nada que reprocharle. 

Sigo mi camino luego de que asienta un poco apenado y siga dando las rondas que debe. Los demás que han salido, cerca de un cuarto del campus, pues al final de todo, salen antes de que el toque de queda corte sus horas y entonces el sistema jamás podría saber que salieron. Regresan después de que abran las puertas de los dormitorios, así no tendrían que deslizar su tarjeta de identificación en las entradas, como sería el caso de que necesitaran entrar o salir dentro del rango de las 11:00 de la noche, a las 05:00 de la mañana, que es el toque de queda.

Mi bicicleta, fiel amiga y método de transporte de emergencia, está un poco oxidada, muy demacrada y bastante cuestionable son los sonidos que hace, sin embargo, soporta mis pedaladas. La vida nocturna de la ciudad de Londres es muy salvaje en ciertos lugares, como este lugar bastante céntrico y concurrido, donde está estratégicamente establecido el club del amigo de Thomas. Hay pocos carros en mi trayecto desde mi dormitorio al club, pero igualmente veo personas llegando en taxis, aún a esta hora.




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