Los Brazos de Morfeo.

03.

El ruido de los pájaros cantando es lo que me despierta, anoche no soñé nada. Fue como si hubiese soñado en negro toda la noche.

El tapado cubre mi cuerpo y me encuentro al dios del sueño sentado contra el tronco del árbol que me da sombra, mirándome con curiosidad.

— ¿Has dormido?, Estás en la misma posición que cuando me dormí —digo sentándome, es tan hermoso no sentir dolor con cada movimiento.

Mis heridas ya se regeneraron; tampoco me siento como nueva, pero ya no siento dolor. Eso sí, la regeneración es un proceso bastante doloroso, los huesos se acomodan y regeneran, la piel vuelve a unirse, no es así como así.

Sanar duele.

—Soy el dios del sueño, no se me permite dormir —responde él como si fuese obvio y ruedo los ojos—. ¿Estás lo suficientemente bien como para que salgamos de aquí?

— ¿Y adónde iremos? —pregunto.

—De vuelta al río, necesitas un baño, hueles asqueroso.

Su sinceridad es como una bofetada y mis mejillas se encienden. Sé que huelo mal, ¿qué esperaba?, No se me ha permitido tomar un baño desde que me encerraron. 
Y el "chapuzón" que nos dimos al aterrizar en el río no pudo sacar la mugre impregnada en mi cuerpo.

—Lamento no oler a rosas luego de estar tres años secuestrada.

—No podemos presentarnos ante otro dios si estás así, ¿entiendes? —dice mientras comienza a caminar.

Meto mis brazos en las mangas del abrigo y comienzo a seguirlo.

—Si sigo con ésta ropa seguiré apestando, te lo advierto.

—Tienes razón... —dice pensativo mientras caminamos entre los árboles y arbustos del bosque—, a ver, ¿Con qué dios podemos ir sin que te echen?

—Hace mucho frío —murmuro mientras un escalofrío me recorre.

—Te dí mi tapado, mujer, ¿qué más quieres?

—Disculpa por no ser inmune al frío, idiota. Estoy débil, ¿qué esperabas?

— ¿No se supone que todas tus heridas estaban sanadas?

Lo miro como si fuera un chiste.

«No todos tenemos esa capacidad de sanación.»

—Mi cuerpo solo regenera las heridas que pueden resultar letales, aún tengo moretones, aún tengo cortes leves y estoy anémica.

Rueda los ojos con exasperación y su mirada escrutadora se fija en cada esquina de mi cuerpo.

— ¡Bien! —exclama como si estuviera molesto y se quita su camiseta azúl.

—No, no quiero tu estúpida camiseta. Sobreviviré. Ahora sigamos. —espeto adelantándome por el camino.

La furia y la indignación se colan en mí sin pedir permiso y mis pasos son más duros. Si le oigo decir otra puta palabra...

— ¿Quién te entiende?, Estás semidesnuda, te doy mi tapado, te quejas de que tienes frío, quiero darte mi camiseta y la rechazas. ¿Qué es lo que quieres? —espeta tomándome por el hombro.

— ¿Qué quiero?, ¡quiero volver a mi vida! —Estallo—, ¡quiero que todos los que fueron asesinados por tu gente vuelvan!, ¡quiero borrar todo lo que pasó en los últimos tres años!, ¡¿tienes idea de lo que pasé ahí adentro?!

—Escucha, yo no tengo la culpa de lo que pasó con los tuyos, ¿todo lo que pasaste?, Golpes de la vida, niña. Al menos estás viva, al menos eres la que aún mantiene el linaje vivo, eres lo único que queda y la clave de esto, ¿quieres dejar de lamentarte?

—Era obvio que no lo entenderías... ¿Qué sabe alguien como tú del dolor?, Tus heridas tardan segundos en regenerarse, eres inmune al frío, al calor, tienes una fuerza sobrehumana y eres inmortal. ¡¿Qué puede entender alguien así sobre mi sufrimiento?!, A ti... a ti... —Las palabras mueren en mis labios.

«A ti no te violaron hasta la inconsciencia.»

Quiero gritárselo en la cara a pesar de que de seguro lo sabe, a pesar de que no le importará una mierda. Pero no puedo, no puedo decirlo porque no quiero creerlo.

Él está por decir algo, pero entonces veo como una gran rama atraviesa su espalda, saliendo por su pecho.

—É-Ésa no la ví venir... —murmura mientras un hilo de sangre desciende por la comisura de su boca.

—Oh, demonios... —exclamo retrocediendo.

—¿Cómo que "oh, demonios"?, ¡al menos ven a sacarme ésta cosa! —exige Morfeo colocando sus manos en el gran pedazo de madera que atraviesa su cuerpo.

—Te advertí que no volvieras, Morfeo. —Una voz ronca se acerca de entre los árboles y  veo a un joven de cabello gris y ojos tan grises que su tono no puede ser humano, su torso está desnudo y tan solo lleva unos pantalones marrones.

—Vincent, mejor amigo, ¡pero qué cálida bienvenida! —exclama él con, me atrevo a decir, felicidad pura.

— ¿Y tú quién eres? —Me pregunta arrugando la nariz.

— ¿Recuerdas la Nefilim que les dije unas trescientas veces?, Ahí está. —dice él.

Sus ojos se fijan en mí con incredulidad.

— ¿Cómo sé que es cierto?

Me doy vuelta y bajo el abrigo para enseñarle mi espalda, allí yacen las dos marcas con las que nacen los Nefilim, son las salientes de las alas que nunca desarrollamos, como si fueran dos cicatrices a pesar de que nacemos con ellas.

—Te lo dije —musita el dios logrando arrancar la enorme rama de su cuerpo.

—De todas formas no te quiero en mi bosque. —Le espeta.

— ¿Por qué?, Me prohibiste volver sin pruebas, volví con la Nefilim, ahora cumple con lo que dijiste.

—Tu estúpida revuelta terminará mal, Morfeo. No quiero salir mal parado de todo eso —dice el tal Vincent con capricho mientras se acerca de forma amenazante al Dios.

—Vincent, ¡eres el jodido espíritu del bosque!, Eres capaz de hacer cosas impresionantes, ¡¿cómo saldrías mal en todo esto?!

—Aún estoy en busca de mi cuerpo, no puedo hacer nada hasta que lo encuentre y lo sabes —espeta.

— ¿Tu cuerpo? —Me meto en la conversación.

—Vincent es un espíritu del bosque, antes era El Señor de él y su protector, pero hace unos siglos, Artemisa, celosa por el amor y obediencia que le daban los seres vivos de aquí, separó su alma de su cuerpo y lo escondió en alguna parte de aquí —explica Morfeo —. Lo ha buscado por todos esos años, incluso yo lo he ayudado, pero no hemos encontrado nada.




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