Noah:
Artemisa casi destroza la Sala de estar con sus flechas de fuego en un intento de asesinar a Vincent, quise intentar ayudarlo, pero los demás no me dejaron.
No puedo creer que dejen a Vincent peleando en ese estado.
—¡Voy a acabar con tu miserable vida! —exclama la diosa volviendo a disparar al escudo que el señor del bosque ha creado con ramas de árboles que salieron de la nada.
—¡Eres una loca! —exclama él con voz quebrada—, ¡¿por qué eres así?!
—¡Tenemos que hacer algo! —exclamo pero Morfeo no me deja moverme—, ¡déjame, idiota!, ¡están asesinando a tu amigo!
—Cierra la boca y observa. —espeta.
—¡Van a matarse!
—Estarán bien, caramelito —Rueda los ojos Hades—. Que poca percepción tienes, Artemisa se está quebrando lentamente y él también, es cuestión de minutos.
Mis ojos se dirigen hacia la diosa, quien efectivamente tiene los ojos llorosos. Vincent ya está llorando, pero no sé si por malestar o por la situación.
—¡Me mentiste! —exclama ella disparando otra flecha—, ¡me dijiste que me amabas!
—¡¿Cómo amarte si tú no te dejas, mujer?!, ¡ni siquiera me dejabas besarte!, ¡ni siquiera podía poner un dedo sobre tu piel!
—¡Si no podías respetar mi castidad entonces nunca me amaste!
—¡Lo hice, pedazo de estúpida!, ¡y lo sigo haciendo! —exclama él y su rostro se relaja—, a pesar de todo.
Artemisa duda de disparar la última flecha, y finalmente baja el arco entre lágrimas y sollozos.
—Te odio. Te odio a ti y a todos los hombres, no pienso ayudarlos —escupe—, por mi pueden morirse ahora.
Da media vuelta para salir de la habitación, pero entonces la tomo de la muñeca.
—Debe ayudarnos —digo y sus ojos se abren como platos, con un brusco movimiento de mano se libera de mi y me mira con asco.
—No me toques impura, por Atenas, ¡que asco! —espeta retrocediendo.
Mi mandíbula tiembla, mis manos también y siento que voy a explotar.
—Una mujer como tú no puede tocarme, Nefilim asquerosa, debí imaginarlo.
—Y-Yo... —balbuceo sin saber qué decir mientras la vergüenza me carcome.
Sus crueles ojos se dirigen hacia Morfeo, yo no puedo seguir su mirada.
—Menuda puta has traído a mi casa, Morfeo —Su voz es venenosa—. Los quiero fuera de mi casa, ahora.
—Artemisa —exclama Apolo caminando hacia su hermana.
—No, me traicionaste trayendo a esa cosa aquí —exclama ella señalando a Vincent—. No te quiero ver, ¡fuera!
—¡No ha sido mi puta culpa! —Estallo y sus ojos verdes se fijan en mi—, ¡¿crees que yo quise?!
—Eres una debilucha que no sabe defenderse como es debido, no te atrevas a venir con ese discurso barato de "yo no tuve la culpa", no intentes buscar compasión en mi, porque no la habrá. Las basuras rotas como tú no merecen estar en mi presencia —Por un instante pienso que va a golpearme, pero se marcha al fin.
Ni siquiera me giro para afrontar las miradas de los dioses, simplemente salgo corriendo. Y nadie grita mi nombre.
Salgo de la casa y corro; corro hasta que no me dan las piernas, hasta que estoy envuelta en un mar tormentoso de lágrimas y recuerdos traumáticos.
No fue culpa mía.
¿Fue inmaduro salir corriendo?, Por supuesto.
¿Quedé como una idiota?, Como siempre.
Pero tenía que salir de ahí, en el momento en el que pise esa casa que quise irme.
Camino hasta llegar a un puente y me recargo contra el barandal para observar el río moverse a metros de distancia.
Las lágrimas caen y un torbellino de tortuosas sensaciones me envuelve; siento frío y desesperación.
Ya no sé qué pinto yo en todo esto.
No sirvo para pelear, no sirvo para una mierda, lo único que lograré es que nos maten a todos.
Oigo el ruido de los autos pasando tras de mi y me permito llorar con más intensidad sabiendo que el ruido de las bocinas esconderá mis jadeos.
—Eres una gatita depresiva —La voz de Morfeo me sorprende, aparece a mi derecha.
—¿Cómo me encontraste? —murmuro.
—No fue difícil, simplemente pensé en ti mientras atravesé el portal —explica mostrando la varita de antes.
—Esa cosa es ridícula.
—Bíbidi Bábidi bu —dice golpeándome suavemente en la coronilla con eso—, ahora deja de llorar.
Me lo quedo mirando como si fuera un mal chiste, sus ojos azules son tan claros que quisiera hundirme en ellos.
—¿Tengo que cantar toda la canción para que dejes de llorar como una niña? —musita y comienza a agitar la varita —. Salacadula Chalchicomula, bíbidi Bábidi Bu, siete palabras de magia que son...
—¡Para ya! —exclamo sin poder contener la carcajada y él también sonríe de lado.
—¿Ves?, Soy capaz de hacer reír a cualquiera —dice engreído mientras guarda la varita en su bolsillo—. Entonces, ¿tanto te afectó lo que Artemisa dijo?
Desvío la mirada hacia el río nuevamente, no contesto.
—Si no liberas los demonios en tu interior, nunca podrás seguir adelante, Noah —dice mirando también el río—. Déjame tragar todos tus problemas y te contaré uno mío para que veas que no diré nada a nadie.
Mis ojos se fijan en el azul de los suyos.
—¿Qué clase de problemas tendría alguien como tú? —digo escéptica.
—Todos tenemos problemas. Nadie tiene una vida perfecta, nada es perfecto.
Respiro hondo y aferro mis manos al barandal. Su mano toma la mía y me mira.
—Si quieres puedo empezar yo —dice con voz aterciopelada—. Sígueme.
Comienza a caminar arrastrándome consigo y no me resisto.
Luego de varias cuadras en silencio, su celular comienza a sonar, haciendo que nos detengamos frente a un club.
—Hola —responde dándome la espalda—. Sí, sí, se tiró bajo un maldito camión, ahora déjame en paz. —espeta y cuelga.
—¿Quién era?