Los Brazos de Morfeo.

10.

Noah:

Ni siquiera me molesto en ir a recuperar aquella mochila, si dejaré a Morfeo y su estúpido plan, no es correcto que me lleve lo que me compró.

Siento que mi cabeza va a estallar, no puedo dejar de darle vueltas al asunto de que mi casa sigue en pie.

¿Seguirán allí mis CDS?, ¿mi ropa?, ¿las fotos?, ¿los recuerdos?

—¿Cómo se supone que llegaremos a Londres? —pregunto.

—Estamos en Ohio, Estados Unidos, ¿prefieres el viaje normal o el especial?

—Lo que más rápido me saque de aquí —digo cruzándome de brazos.

—He perfeccionado la habilidad de abrir portales con el tiempo —explica mientras caminamos por la concurrida ciudad—, no fue fácil, pero aprendí.

—Genial —digo cabizbaja.

En el fondo siento que ésto está mal, pero realmente no siento que pueda ayudarles con algo. Morfeo tendría que haber pensado un poco en lugar de abandonarme ahí. Si Sacha no me hubiera seguido, ¿en dónde estaría ahora?

Sacha comienza a explicarme la estructura de los portales, pero yo dejo de escucharlo. Comienzo a notar que estoy sudando mucho.

Mi respiración comienza a agitarse todo empieza a darme vueltas, mi corazón late tan rápido que siento que se saldrá de mi pecho. Estoy muy mareada, creo que dejé de caminar, mis manos no responden, y siento el escalofrío del miedo repentino inundar mi cuerpo de una forma terrible. Tiemblo, ¿estoy temblando?

¿Qué me pasa?

«¿Y si morimos en un ataque?, ¿y si nos están persiguiendo?, ¿y si Zeus nos encontró de verdad?

No quiero...
No quiero dejar que me hagan eso de nuevo, ¡no!, ¡no pueden llevarme otra vez!»

El nerviosismo me agobia y asfixia, creo que puedo sentir mi boca moviéndose, ¿estoy hablando?, Estoy demasiado aturdida para notarlo.

Los ojos grises de Sacha me miran sumamente preocupados pero no puedo hablarle con claridad, lágrimas descienden por mis mejillas mientras siento que voy y vengo entre el limbo de la inconsciencia y la desesperación.

Los miedos mezclados con los tortuosos recuerdos vuelven a azotarme con más intensidad y ahogo un grito, mis manos no responden para nada, mi cuerpo tampoco, ni siquiera sé si sigo de pie o estoy en el suelo.

Siento mi camiseta pegarse a la piel de mi pecho por el sudor frío que lo recorre. Oigo murmullos a mi alrededor, pero no puedo distinguir lo que dicen; mis ojos van de un lado a otro y de repente me encuentro con unos ojos azules.

El rostro de Morfeo aparece en mi campo de visión y siento la necesidad de huir de sus manos, respirar se está convirtiendo en una tarea complicada.

Conozco esto...

No es la primera vez que me pasa...

Tiene que serlo.

Un ataque de pánico.

Me pasó la primer semana en la celda, lo recuerdo, pero fue una sola vez. No sé como mierda reaccionar a esto para calmarme. 
La mano del Dios de sueño se fija en mi mejilla pero no puedo sentir su calidez.

El miedo vuelve a aferrarse a mi con sus afiliadas fauces. Lloro, mierda que lloro.

—Shh, princesa, ya está —Una voz cálida susurra en mi oído—. Duerme, Noah.

Todo se vuelve negro mientras me dejo llevar por unos fuertes brazos y una mirada preocupada.

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El ruido de las olas es lo que me despierta, el olor salado del mar inunda mis oídos y mis ojos se abren lentamente.

Lo realmente doloroso ocurre cuando intento sentarme sobre la arena. Es como si todo mi cuerpo me pidiera a gritos que no me mueva. Absolutamente todo me duele.

Mi cabeza me da terribles puntadas, y mi cuerpo se siente como si me hubiesen atropellado quince veces.

—¿Por qué nunca dijiste que tenías ataques de pánico? —La voz de Morfeo hace que gire mi cabeza hacia la derecha, y ahí está él.

Mirándome, de pie, con sus jeans negros, su chaqueta negra y una remera del mismo color que dice "Idfc" en blanco. Su cabello negro danza con el fuerte viento que azota la playa en donde estamos y sus ojos me parecen más azules de lo normal

—¡Tú! —exclamo intentando nuevamente sentarme, pero me rindo cuando el dolor me estruja—. ¿Qué hago aquí?, ¿dónde está Sacha?, ¡¿de dónde diablos saliste?!

—Estamos en la playa de Los Ángeles, y son las seis de la mañana, así que baja el tono —masculla sentándose junto a mi—. Caímos desde diez metros, por eso te duele todo. Te traje aquí para que podamos hablar tranquilos.

—¿Y Sacha? —Vuelvo a preguntar.

—Él está bien, por suerte no sabe donde estamos. —Rueda los ojos y yo lo miro mal— ¿Qué?; Oh, por cierto, ¿no crees que tiene nombre de perro?

—Quiero volver con él —digo intentando levantarme de nuevo, e ignorando el dolor lo logro. 

—Y yo quiero acabar con Zeus, ¿sabes? —Me mira—. ¿Planeabas irte?

—Sí. —admito sin rodeos— No puedo con esto, no me necesitan con ustedes, Morfeo. No les sirvo de nada, ni siquiera puedo pelear decentemente. Prefiero volver a mi casa y...

—¿Y qué?, ¿intentar tener una vida normal?

Lo miro con recelo.

—¿Qué?, ¿acaso pierdo algo intentándolo?

—Noah, nunca la tendrás. Porque "ser normal" es un término humano, tú vas más allá de eso —exclama—. Nunca serás "normal", nunca podrás volver a la escuela, conseguir amigos humanos, tener un novio, casarte y volver una tarde de trabajar con la única idea en tu mente de que al fin alcanzaste la felicidad de una familia —Su voz se tensa con cada palabra—. "Normal" no es más que un adjetivo hediondo para que los humanos separen a la gente interesante de la aburrida y rutinaria. De los que trabajan como máquinas, de los que razonan antes de actuar. De los que hablan de lo misma mierda siempre de los que intentan contar algo distinto. Tú simplemente, vas más allá de eso.

—Sé que nunca seré normal del todo, pasé por esto antes, ¿sabes? —espeto—, sé por experiencia que lo normal no me va. Pero no pierdo nada intentándolo.




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