Los Brazos de Morfeo.

30.

Noah:

No tengo idea de cuánto tiempo he pasado en la oscuridad. Tal vez han pasado minutos, horas, días...

Intenté todo lo que se me vino a la mente para despertar, pero nada ha funcionado. Sigo encerrada en la inconsciencia.

El Espíritu Santo no apareció en ningún momento, no escucho su voz ni siento su presencia.

Me pregunto si los demás estarán bien, si Morfeo lo estará, no puedo recordar lo que hice mientras perdí el control de mi cuerpo, absolutamente nada.

De repente escalofrío me recorre de pies a cabeza, el frío comienza a carcomer mis entrañas, mientras algo en el ambiente cambia drásticamente.

No estoy sola.

Puedo sentir a algo acercándose a mi, pero no puedo moverme para alejarme. La presencia abrumadora se acerca cada vez más, mientras la desesperación inunda mi ser. Un miedo irracional me corroe, mientras lucho contra la fuerza que me impide moverme.

La sensación de ser observada me parece absurda y asfixiante, ¿Quién podría estar en mi mente además del Espíritu Santo?

Mis oídos pitan con una frecuencia que me lastima y quiero gritar, quiero cubrir mis oídos para protegerlos del horrible sonido, miro a la oscuridad vacía de mi mente, no puedo verlo pero puedo sentirlo perfectamente.

—¡Sal de mi cabeza! —grito mientras la desesperación envía choques de inquietud a través de mi.

«Necesito salir de aquí...

Ya basta, ya basta, ¡Ya basta!...»

Mis ojos se abren de golpe, y al instante siento la pesadez de la ropa mojada contra mi piel, al bajar la vista, el horror me asalta y arrastra nuevamente hacia la desesperación, mientras la adrenalina juega con mis extremidades para intentar salir de la tina en la que estoy.

No hay agua, sino un líquido espeso y rojo, sangre. Estoy embadurnada en sangre, en un cuarto sin puertas ni ventanas.

Un grito de puro horror se desliza por mis labios, mientras intento salir de la bañera, pero algo me tiene sujeta a ella. Una fuerza invisible me mantiene pegada a la base, sin que pueda salir.

El miedo, la confusión y la incredulidad se arremolinan en mi interior cuando sigo luchando para salir del baño de sangre, pero algo cae sobre mi cabello, una gota. Levanto la cabeza lentamente para poder ver lo que acaba de mojarme y me quedo sin habla.

Mi madre.

El cuerpo de mi madre cuelga desnudo por unas cadenas, tiene un gran corte desde la tráquea hasta su entrepierna, su pecho yace abierto frente a mis ojos; no se ve ningún órgano, pero la sangre comienza a caer desde su cuerpo hacia la bañera.

Un shock me inunda y pego un grito cuando mis ojos se cruzan con los suyos abiertos y sin vida. Las lágrimas caen por mi rostro, intento escapar nuevamente, pero el ruido de huesos rompiéndose me alerta, miro el cadáver de mi madre con el miedo apresándome y siento las ganas incontenible a de gritar nuevamente, mientras el horror se cola en mi sistema.

—Traidora —dice mi madre mirándome con unos ojos tan pálidos e inhumanos que parecen de demonio—, planeas ayudar a los asesinos de tu familia —Su voz suena cortante y gruesa, mueve su cabeza de forma extraña y las cadenas bajan su cuerpo hasta que su cabello toca mi rostro—. Me das asco.

—Ellos no fueron tus asesinos —espeto—, no todos son iguales.

—Sí lo son, ¿crees que quieren ayudarte?, ¿crees que se preocupan por tu seguridad?, Ahora que aquél monstruo tiene parte de tu poder, ya no te necesita —escupe—, nadie te necesita.

Entonces siento unas manos frías aferrándose a mis tobillos y tiran de mi, hasta que termino sumergida en la asquerosa sangre.

Pataleo y me resisto para intentar salir, mientras el miedo me destroza y la desesperación se aferra a mi como las fauces de un Rottweiler.

El líquido se filtra en mi boca y la repulsión me golpea, cierro los ojos con fuerza y es entonces cuando dejo de sentir.

La fuerte confusión me hace abrir los ojos, ya no estoy en la bañera, sino en un frío y muy espantosamente conocido suelo.

La celda en la que pasé tres años siendo víctima de múltiples torturas me encierra y asfixia de una forma terrible. Mis manos están encadenadas, al igual que mis pies. Niego con la cabeza, sin poder creer lo que está pasando.

«¡¿Qué hago aquí?!»

Miro a mi alrededor para confirmar que estoy en el calabozo del palacio de Zeus. La incredulidad y la desesperación luchan para poseer mi mente. No sé qué hacer, no sé qué pensar.

—Admito que me costó meterme en tu mente, Nefilim —La voz de Zeus inunda mis oídos y los gélidos recuerdos reaparecen, es como si pudiera sentir su respiración contra mi cuello, sus manos en mi cuerpo... —. ¿Te gustó volver a ver a tu madre? —Se burla entrando en la celda.

Distingo a los guardias de Oro tras él, listos para atacarme ante el más mínimo movimiento contra el Dios.

Como si necesitara que lo protejan...

Sus ojos dorados me escanean y sigue caminando hacia mi, mientras yo me arrastro hasta que mi espalda toca la fría pared de piedra.

—N-No te me acerques... —exclamo con mi voz temblorosa, él sonríe.

Es claro que le gusta ver que le tengo miedo, que me tiene intimidada, que con el más mínimo toque suyo puedo caerme en pedazos.

—Por cierto, olvidé preguntarlo la otra vez, ¿fui lo suficientemente placentero?, ¿lo disfrutaste?

—Eres un hijo de puta... —murmuro mientras las lágrimas a las que intento resistirme, descienden por mis mejillas.

—¿Te sientes como en casa, ya? —pregunta acercándose más—, Deberías porque no saldrás de aquí.

—Ellos vendrán por mi y te harán trizas —espeto mirándolo a los ojos—, perderás, Zeus.

Él suelta una risa cínica antes de tomar mi mentón con su áspera mano.

—¿Crees que les interesas tanto, Nefilim?, Morfeo lo único que busca de ti es poder, lo ha absorbido, ya no te necesita.




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