Morfeo:
Cuando mis ojos se abren, no puedo identificar dónde me encuentro, cuatro paredes pintadas de negro me rodean, muebles en tonos rojizos la adornan.
No hay ventanas.
No hay puertas.
Lo que pasó antes de quedar inconsciente cruza por mi mente y quiero pensar que todo esto no es más que una broma de mal gusto.
Puedo sentir la energía oscura vuelta loca dentro de mí, como se mueven, como intentan tomar el control con más fuerza que antes. Me levanto lentamente e intento calmarme.
«No puedo entrar en pánico...»
—Morfeo, Dios griego del Sueño —Una voz gruesa y escurridiza se filtra en mis oídos y me giro para encarar al dueño.
Un hombre algo alto, con un poco de barba y ojos oscuros me observa, viste un traje negro y sus manos están en sus bolsillos.
—Esto no puede estar pasándome —Llevo mis manos a mi cabeza con cansancio—. ¿Y ahora qué?, ¿debo entregarte un alma que apenas tengo?
Él sonríe.
—Estoy más interesado en lo que eres, ¿sabes? —dice caminando hacia mí, cuando se acerca noto que sus ojos no son café, sino de un color rojo sangre—, no comprendo como funciona tu mundo, pero seguramente sabes cómo funciona el mío.
—Bueno, tengo bastantes mierdas tuyas dentro de mí, así que tengo una idea de lo que sucede —espeto cruzándome de brazos.
—Sí, puedo ver algunos de mis demonios dentro de ti. Iré al grano, porque no me gusta divagar —musita caminando hacia un sofá rojo—. Toma, seguro lo extrañas —dice y me arroja algo, un cigarro de marihuana, chasquea los dedos y una llama comienza a salir de su dedo índice—, ¿quieres fuego?
Guardo silencio, mientras miro el cigarrillo entre mis manos.
«Hades...»
—No lo quiero —escupo tirandolo al suelo—, dime para qué me quieres aquí y terminemos con toda esta basura, tengo mejores cosas que hacer.
—¿Asesinar más dioses, quizá? —Sonríe y quisiera golpearlo—, ¿qué?, ¿acaso no es lo que hiciste?
—No lo hice porque quise.
—Lo hiciste de todas formas, tu voluntad es tan frágil como las alas de una mariposa. No sirves para esto.
—¿Y tú sí?
—Soy la maldad encarnada, ¿qué esperas?, Tengo más conocimiento de guerra que un Dios que se dedica a armar sueños —dice encendiendo una pipa con una forma extraña—, ya te tengo aquí, tranquilamente podría entregarte a Zeus.
—Pero si no lo hiciste hasta ahora, es porque quieres algo, vamos, dilo.
—Quiero el Espíritu Santo —explica y se me pone la piel de gallina.
Las voces aumentan, el dolor regresa y siento que no puedo controlar lo que hay dentro de mí.
—No lo tengo —Logro decir.
—Pero puedes tenerlo, eres como una aspiradora de energía, puedes tenerlo de vuelta.
—¿Por qué lo haría?
—Porque me necesitas para conseguir lo que quieres, a donde quieres ir, no puedes solo. Alguien debe mantener la puerta abierta, y ahora que Hades no está, ¿quién lo hará?, ¿quién es lo suficientemente fuerte?
Aprieto los puños, mi mandíbula se tensa, las almas están tan alborotadas que termino de rodillas contra mi voluntad.
—Ganas más de lo que entregas, Morfeo, no solo me tendrás a mí y a mis demonios, sino también te ayudaré con esas almas que llevas dentro —Sonríe con superioridad y se levanta para acercarse.
—Necesito el Espíritu Santo para cortar el lazo —exclamo cuando un intenso dolor se instala en mis costillas—, N-No puedo dártelo.
—No lo estaba pidiendo para ahora, Morfeo, luego de la guerra lo reclamaré, no será problema y nadie saldrá herido, la hija de Gabriel no morirá por perderlo —informa—, a éste paso, morirás, y si toda esa oscuridad toma control sobre tu cuerpo, no habrá quién te pare.
—No puedo hacerle eso... Esa energía es... Todo lo que tiene.
—La bastarda de Gabriel estará bien, no morirá por falta del Espíritu Santo, Morfeo.
—¿Y por qué no lo negociaste con Zeus?, Ella está en el Olimpo —mascullo y gimo de dolor.
—Los demonios reconocen a su amo —comenta—. Si no hablé con ese bastardo engreído, es porque la Nefilim ya no está ahí.
Me las arreglo para levantar la cabeza y mirarlo.
—Un Dios se la llevó, aunque claro que sin su consciencia, no hay mucho que ese tipo pueda hacer...
—¿Q-Quién lo hizo?
—Thor, aunque hay una loca historia tras todo eso, pero no gano nada diciéndotelo —Rueda los ojos—. Voy a contar hasta tres, aceptas mi oferta o los demonios van a destrozarte. Uno;... Dos...
Puedo sentir como mi cuerpo es torturado por un dolor más fuerte con cada palabra que dicen sus labios y golpeo el suelo con mi puño.
—¡Bien!, Trato hecho —espeto.
—Considerate honrado de haber hecho un pacto con el diablo. —musita y da una palmada en mi espalda.
Con tan solo es gesto, puedo sentir los demonios calmarse, de repente me siento bien. Me siento normal.
«No puede ser posible... Tanto dolor, tanta fuerza, tanto poder y con un toque de este tipo, de ésta cosa... Todo se ha calmado. ¿Cómo es posible tal control?»
—Es sencillo, Morfeo —dice y lo miro a esos ojos extraños—. Oh, puedo leer tu mente, lo he hecho desde que tocaste el infierno, por eso conozco tu plan de pies a cabeza, nunca dejas de pensar en eso.
Voy a hablar, pero entonces me interrumpe: —No le diré a Zeus, no, al menos que eso me sirva de algo. Pero ese hombre es tan... Petulante que no se puede negociar con él. Volviendo a lo de tu cuerpo, es sencillo, cada parte de oscuridad me pertenece, sea de tu mundo, del humano, de Asgard o de donde sea, me pertenece. Cada pesadilla que debiste causar fue a raíz de mi oscuridad, de los demonios que descansan en cada uno de los humanos, por eso es tan fácil poseer sus almas —explica como si me estuviera hablando de algo casual—. No te quité la oscuridad de tu alma, te dí la capacidad de controlarla, con ese grillete y con las cosas tales y como están, te dejaría indefenso y si pierdes la guerra, pierde mi bando. Ni tú ni yo queremos que eso ocurra, ¿verdad?