Los Brazos de Morfeo.

68.

Nale:


—Tal vez llueva —comento mirando el cielo sumamente nublado.

No tendría que haber traído a Santiago conmigo luego de lo que sucedió en el bosque, pero se notaba a leguas que Morfeo quería estar a solas con Noah, debo dejarlos ser y concentrarme en mis problemas.

Emeraude confesó que me mintió, que se metió con otra persona y se enamoró, mientras que mi mejor amigo me confesó que siente cosas por mí. Todo parece suceder a la velocidad de la luz, sin que pueda procesar de todo lo que sucede.

Mi interior no es más que un torbellino de sentimientos encontrados hacia ésta situación.

—Me importa una mierda si va a llover o no —espeta Santiago comenzando a caminar hacia el bosque.

—Hey, debemos vigilar —exclamo.

—Pues vigila mi trasero —refuta sin voltear.

Ruedo los ojos y me muevo rápido para tomarlo por la capucha de su sudadera y estamparlo contra el tronco de un árbol.

— ¿Quieres dejar de comportarte como un niño? —Le espeto.

— ¿Y tú quieres dejar de hacerte el héroe?, Los dioses están alerta, los de la ONP están aquí, tú sabes tanto como yo que cada vez sobramos más en todo esto. ¡Ni siquiera sabemos dónde está Sacha!

—Volverá, es Sacha Byron, Noah es su vida, no la dejará sola.

—Sí, ya noté que Noah es la vida de todos ahora —masculla empujándome para irse.

— ¿Por qué eres una mierda, Santiago?, Deja de intentar llamar la atención, ¡estamos camino a una maldita guerra!, ¡no tenemos tiempo ni ganas de soportar tus caprichos!

— ¿Por qué hablas en plural?, Que yo sepa, somos casi invisibles para esos dioses, si tienes un problema conmigo, dímelo en la cara —escupe.

—Yo no quiero pelear contigo —exclamo—, quiero que razones y te calmes.

—Y yo quiero que dejes de poner a todo el mundo sobre ti siempre, lo hacías con Emeraude, lo haces con Noah, ¡vamos, Nale!, ¡hasta con esos dioses lo haces!

Golpeo el tronco de un árbol, incapaz de saber qué otra cosa hacer ante ésta horrible situación.

—Bien que te gustaría que te pusiera a ti por sobre todas las cosas, ¿no es así? —ataco y él se queda callado un segundo.

—Yo lo hago —refuta—, te pongo a ti por sobre todas las cosas de éste mundo asqueroso y lo único que quisiera es que vieras por mí por dos malditos minutos. Pero eres incapaz de hacerlo, lamento no ser una mujer que pueda satisfacerte.

Da media vuelta y lo dejo ir. Si está así de enfadado no tiene caso que yo haga algo al respecto, no voy a cumplir un capricho. Es un ángel caído, todo su comportamiento se reduce a eso, al egoísmo, al capricho, a la violencia que corre por sus venas.

Estuvo para mí siempre, pero no puedo...

Un grito de dolor viene del bosque y me quedo quieto por un momento.

Santiago.

«¿Y ahora qué?»

Mis alas compuestas por energía destrozan mi chaqueta y emprendo vuelo al instante, sintiendo el rastro de escencia que ha dejado mi amigo, los ángeles caídos son fáciles de rastrear.

Otro grito inunda mis oídos y acelero.

Mis ojos se fijan en un punto en el bosque donde un aura oscura lo llena todo, esto solo puede significar una cosa: demonios.

Desciendo, enciendo mis puños en fuego y golpeo al primer monstruo que veo, enterrando su cabeza en la tierra. Santiago está siendo torturado por una gran masa oscura, retorciéndose en el suelo. Me paro dándole la espalda, dispuesto a pelear, pero una densa niebla me impide ver más allá de mí.

—Un ángel, creí que ya estarías muerto —comenta una voz gutural.

—Lamento decepcionarte. —mascullo parándome más cerca de mi amigo.

Lo levanto del suelo, está rodeado por energía oscura que quema su piel. Lo envuelvo con mis alas, logrando que la energía pura comience a alejar a la demoníaca.

—Respira —exclamo tomando su rostro entre mis manos—, ¿cómo te tomaron tan desprevenido?

Lágrimas de sangre descienden por sus ojos y sus piernas ceden, pero lo sostengo contra mi cuerpo para que no caiga al suelo. Mi poder comienza a purificarlo, sanando sus heridas y alejando a la oscuridad.

— ¡Vamos, angelitos! —exclama una voz desde alguna parte—, ¡¿por qué no salen y pelean?!

—Santiago —Lo llamo—, ¡Santiago!

Sus ojos se abren lentamente y cuando cae en la cuenta de lo que sucedió, se separa de mí con brusquedad.

Su guadaña aparece en sus manos y está dispuesto a atacar a cualquiera que se acerque, pero lo sostengo por el brazo.

—Escucha, debemos alertar a los de la mansión, no podemos contra todos, son más de veinte, puedo sentirlo —Le digo—, vámonos.

—Tú vete, yo pelearé.

Lo levanto por la cintura y mis alas nos elevan en el aire a una velocidad intachable. Él se retuerce, queriendo bajarse, pero no se lo permito. Nos pondré a salvo.

— ¡Suéltame! —exclama, pero lo sostengo fuerte.

— ¡No voy a soltarte!, ¡nunca voy a hacerlo! —exclamo—, estamos juntos en todo esto, Santiago y no dejaré que te suceda algo por más que seas un idiota.

Desciendo sobre el jardín de la mansión, dejo a Santiago y corro hacia adentro.

— ¡Nos atacan demonios! —grito—, ¡en el bosque!

—Debemos proteger la casa —dice Armin acercándose a mí—, ¿no sientes el Deja Vuh en todo esto? —Una sonrisa débil asoma en su rostro y asiento.

—Como en los viejos tiempos, Kabock.

Se gira y comienza a farfullar órdenes. Los agentes llenan la sala de estar al instante y comienzan a moverse.

—Zed, Allen, los quiero en el bosque, ahora —ordena—; Baek, Quincy, formen una barrera que envuelva a la casa, no podemos dejar que entren o esto será una masacre. Shade, utiliza tus sombras, combate oscuridad con oscuridad, que los confunda con los suyos, trata de alejarlos lo más posible; Kol —Le dice a un chico con tanta ropa encima que apenas si puedo ver sus ojos—, utiliza tus cartas de aumento de fuerza en ellos. Y Tamara —Mira a la chica que me sanó—, tú quédate aquí, por si alguien debe ser curado.




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