Pandora:
—Rei, despierta —murmuro entre escalofríos, mi cuerpo no puede parar de temblar y la caja ha comenzado a moverse sola, cosa que me aterra.
El Kitsune duerme como un tronco junto a mí, en el pequeño hotel donde nos hemos quedado desde el accidente, me ha obligado a no ver atrás. Estoy sufriendo cambios extraños desde que Hefesto murió, estábamos conectados después de todo... Él me creó.
La caja quema cada vez que la toco y parece menos estable que antes. Las pesadillas me persiguen y el miedo repta sobre mí como una cobra.
— ¿Qué ha pasado ahora? —pregunta con cansancio mientras se sienta en la cama—, mujer, quiero dormir.
—Me siento terrible —musito soltando lágrimas color carmesí y los temblores siguen azotándome.
—Trata de lidiar con ello —masculla siguiendo acostado y sin mirarme, comienzo a hiperventilarme, me falta el aire y aferro mis manos a las sábanas.
—Apesta a sangre... —dice girándose apenas para verme, mi nariz ha empezado a sangrar, una fuerte migraña me ataca y lo miro en un pedido mudo de auxilio.
¿Qué me está sucediendo?
—Diablos —exclama sentándose y posando una mano en mi espalda—, tranquila, trata de detener el sangrado —dice dándome un pañuelo y se levanta—. ¿Tienes alguna idea de qué puede ser esto?
Niego lentamente.
—Debes calmarte, ¿sí?, Respira, Pandora, si te pones nerviosa, será peor —dice tomándome por los hombros—, trataré de sanarte, pero será temporal, esto va más allá de una herida normal.
Sus lazos de energía me envuelven y siento que puedo volver a respirar, pero los escalofríos siguen allí.
—No quiero morir aún —musito recostándome nuevamente, totalmente asustada.
Una tos horrible me ataca y mi garganta raspa.
—No lo harás —dice él volviendo a la cama.
Rodea mi cintura con sus brazos y me atrae hacia él, dejando que me acomode para enterrar mi rostro en su pecho y aspirar aquél olor a flores silvestres que todo su cuerpo tiene. Sigo temblando, pero trato de controlarme.
—Hice una promesa, no te dejaré morir, Pandora —susurra mientras acaricia mi cabello—, en la mañana veremos qué hacer, trata de descansar.
— ¿Cómo hacerlo? —Sonrío incrédula—, tengo pesadillas horribles.
—Ya no las tendrás, estás en mis brazos.
¿En verdad ésta criatura era un monstruo en el pasado?, ¿asesinó tantas almas inocentes?, Es tan delicado, tan elegante y su rostro tan bello que me cuesta imaginarlo manchado de sangre. Me cuesta imaginarlo aprovechándose de una mujer o atacando una aldea.
Luce salvaje, sí, pero aún así... Pero aún así cálido, acogedor y amable.
—G-Gracias —musito acurrucándome mejor y me abraza más fuerte.
—No es nada, el palpitar de tu corazón me relaja —dice posando su mano en mi pecho, sobre mi corazón—, es lento y rítmico, me recuerda a los tambores que sonaban en la aldea cuando era una fiesta. También los tocaban cuando un matrimonio se llevaba a cabo.
— ¿Tú no estabas casado?
—No, el matrimonio era demasiado para mí en ese entonces, pero mi hermana si lo estaba. Tenía unos seis hijos, dos habían salido humanos y el resto eran Kitsunes. El más grande tenía doce cuando fui encerrado.
— ¿Qué fue lo que hiciste, Rei?, ¿qué fue tan grave?
—Cosas malas, cosas que te harían salir huyendo de mí —murmura con somnolencia—, pero no me importa asustarte con ello, no pretendo hacerte creer que soy un santo. Si quieres saberlo, cuando despierte te lo diré, ahora estoy cansado, no toco un colchón hace seis siglos.
Me quedo callada.
—Y hace seis siglos no abrazo una mujer —añade en mi oído—, aunque no solía abrazarlas en ese entonces tampoco.
Lo miro a esos extraños ojos celestes.
—Tranquila, la promesa que hicimos me impide dañarte, además de que no eres precisamente mi tipo —comenta y ruedo los ojos.
—No salgo con asiáticos, así que...
—Siento que siempre hubo prejuicios hacia nosotros, somos encantadores.
—Eso quisieras —mascullo cerrando mis ojos y en cuestión de segundos, soy arrastrada hacia un sueño de oscuridad.
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Cuando despierto, una gélida capa de sudor envuelve mi piel, jadeo mientras trato de escapar de los brazos que envuelven mi abdomen. El zorro está tan dormido que puedo tocar sus orejas sin que me regañe por ello. Son tan suaves y grandes que me parecen tiernas en cierto modo. Quito un mechón de cabello de sus ojos para poder verlo mejor, está tan tranquilo durmiendo que me da algo de pena despertarlo.
—Es hermoso, ¿verdad? —dice una voz a mis espaldas y me giro, asustada y sorprendida.
Tsukoyomi está sentado en el pequeño sofá en una esquina de la pequeña habitación. Luce distinto, sombrío e intimidante. Apenas lo ilumina la luz de la pequeña lámpara sobre la mesita de noche a mi derecha.
— ¿Qué ha pasado? —pregunto logrando liberarme de los brazos del Kitsune.
—Fuimos atacados, Freya y Hefesto están muertos y Noah está bastante grave.
— ¿Freya ha muerto? —pregunto a media voz—, fue...
—No fue tu culpa —Me corta—, pero algo pasó cuando Hefesto murió, Pandora.
Entonces siento como mis huesos comienzan a romperse, causando que grite de dolor mientras me arrastro fuera de la cama.
—No —niego con la cabeza mientras chillo de dolor.
—Tu alma estaba ligada a la de Hefesto, por eso vivías eternamente, al morir él... Te ha condenado.
— ¡Rei! —exclamo retorciéndome.
—Es inútil, lo he dormido.
— ¿P-Por qué? —sollozo.
—Ese zorro no puede ser libre —dice levantándose—, es un monstruo.
Veo a la caja arrastrarse hacia mí y la tapa abrirse, la energía oscura me envuelve y lastima. Todo ocurre rápidamente, no puedo respirar. Todo se nubla pero entonces veo una luz.
—Hice una promesa —espeta el Kitsune tomando mi mano a pesar de que la oscuridad le quema.