Los Brazos de Morfeo.

77.

Nale:

—Entonces, lo besaste —dice Sacha arqueando las cejas con complicidad.

—Él me besó a mí —aclaro cruzándome de brazos.

—Pero tú le seguiste el beso.

—Fue solo un beso —mascullo.

— ¿Te gustó?

—No lo sé...

Sacha golpea su frente con su mano en un gesto de estupor y me fulmina con la mirada.

— ¿Cómo puedes ser tan lento?, Así no te crié.

—No me criaste...

— ¡Cállate! —chilla golpeándome en la cabeza con un libro—. Con más razón, tienes como setecientos años más que yo, luchaste contra una infinidad de criaturas cuando eras un ángel, ¡Y no puedes con un simple amorío!

Una risa algo silenciosa se escucha desde el otro lado de la biblioteca y dirijo mi mirada hacia allí para ver a Loki, el dios nórdico del caos, leyendo tranquilamente un libro, con una taza de café en una mano.

— ¿Y tú, qué? —mascullo cruzándome de brazos.

— ¿Me hablas a mí? —Suena incrédulo y burlón cuando me lanza una mirada petulante con esos ojos ambarinos que tiene.

Sacha se aclara la garganta.

—Loki solo está leyendo, es una biblioteca, ¿Qué esperabas? —Me dice.

—Dime algo, angelito, ¿Cómo puedes no saber si un beso te gustó o no? —pregunta dejando la taza en el suelo, como si le diera pereza levantarse para dejarla en una mesa—. ¿Acaso no sentiste nada?

Bufo con exasperación.

—Creo que iré a entrenar —mascullo dándome la vuelta.

Comienzo a caminar hacia la puerta, pero ésta se abre e Hipnos aparece en ella.

—Oh, vaya, la homosexualidad se siente en el aire, muchachos —dice tomándome por los hombros—. Vamos, angelito, acabo de llegar, no te vayas ahora.

Me empuja nuevamente dentro y me siento como un ratón acorralado por gatos. La incomodidad me azota.

—Eh... Tengo cosas que hacer —digo.

—Hipnos, ¿Qué haces aquí? —pregunta Loki tomando nuevamente su taza de café.

—Estoy de visita —espeta—, ¿Y?, ¿Cómo está Eros, querido?, ¿Ya tienes lo que querías?

El dios del caos la mira con desprecio y arroja la taza contra una estantería, se hace pedazos.

— ¡Hey!, Éste no es lugar para pelear —exclama Sacha interponiéndose.

— ¿Te resulta gracioso? —escupe Loki acercándose a Hipnos—, a mí no me lo parece.

—Todo eso fue culpa tuya, ¡Ahora, dime!, ¡¿Ya tienes la libertad que tanto querías?!, ¡Vamos!, ¡Eres libre de ir y revolcarte con quién quieras!

Retrocedo lentamente y dejo que Sacha se encargue de ese par. Me siento aturdido cada vez que pienso en ese beso, en Santiago, en su suavidad.

Soy tan imbécil.

No tendría que haberlo besado. ¿Qué se supone que haga ahora?

Camino por los pasillos, necesito despejarme. Entonces unas manos me toman por la espalda.

—Nale, necesito hablar contigo —dice Santiago sosteniéndome por los hombros.

—Ahora no, Santiago —mascullo tratando de librarme de su agarre, pero me aprieta más—, ¡Déjame ir!

—No, no, tonto, no es nada de eso —exclama empujándome contra la pared—, mi guadaña.

—Al diablo con tu guadaña —Ruedo los ojos.

— ¡Exacto!, ¡Dejamos mi guadaña con Belcebú!, ¿Es que no entiendes lo que eso significa?

Caigo en la cuenta de lo grave de la situación, su guadaña tenía parte de mi poder.

Poder que me fue otorgado por Noah.

El Espíritu Santo.

—Ya no podemos recuperarla —razono y de repente me siento algo mareado—, Santiago, les hemos dado lo que querían, hemos cometido un grave error.

—Sí, y no podemos arreglarlo, Nale —musita—. ¿Qué se supone que haremos?

—No lo sé... No sé —balbuceo—, tienen algo del Espíritu Santo, Santiago, he arruinado todo, esto es un grave problema.

—No fue tu culpa, fue mía —dice buscando ahuecar mi rostro entre sus manos—, se nos ocurrirá algo.

Niego frenéticamente con la cabeza y mis piernas ceden, pero él me sostiene.

Me siento extraño, un dolor de cabeza demasiado fuerte comienza a azotarme y trato de respirar, pero me falta el aire. Mi pecho comienza a quemarme de una horrible manera y suelto un gemido, mientras me ahogo.

— ¡Nale! —exclama Santiago sosteniéndome—, ¡¿Qué te pasa?!, ¡¿Qué sientes?!

—Dolor —Logro balbucear y termino cayendo lentamente al suelo.

Mi pecho se ilumina y comienzo a temblar, todos mis músculos se tensan mientras marcas en idioma angelical aparecen en mi piel.

— ¡Alguien que me ayude! —grita el rubio en plena desesperación y consigo aferrar mi mano a la manga de su sweater.

Siento mis huesos ser aplastados por una fuerza invisible y me retuerzo inútilmente en busca de algún alivio que no existe.

—S-Santiago —exclamo y entonces comienzo a ahogarme nuevamente.

Me levanta en brazos como si no pesara nada y comienza a correr por los pasillos, tratando de abrir puertas que están cerradas con llave.

—No puede ser, pero si la biblioteca estaba cerca —dice—. Esto no puede ser —Comienza a correr nuevamente.

Todas las puertas son iguales, todas cerradas, un pasillo infinito.

—San —murmuro y se detiene—, está aquí... Nos ha encerrado.

— ¡Muéstrate! —grita mirando a su alrededor—, ¡Vamos!, ¡Cobarde!

—No es necesario que me muestre —Se escucha que alguien dice—, tu amigo ya está perdido.

— ¡Voy a... ! —Comienza, pero se detiene, no tiene su guadaña.

Todo me da vueltas, siento que soy una bomba a punto de estallar. Es como si el poco poder que me queda se volviera contra mí, quemándome vivo, destrozándome.

Santiago cae de rodillas, conmigo en sus brazos y me mira sin saber qué hacer.

«Si Noah estuviera aquí...»

—Nale, debes resistir —dice tomando mi rostro con sus manos, están muy frías—, ¡¿Por qué tengo que ser un ángel caído?!, ¡Maldita sea!

El dolor se intensifica y me retuerzo, mis huesos no se curan, mis músculos están demasiado tensos y apenas puedo respirar.




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