Los Brazos de Morfeo.

79.

Kol:

Fui tan tonto, fui tan iluso...

Por un momento quise creer que podría salvar a alguien, que podría ayudar.

En mi visión, Hades asesinaba a Jasper por ésto, por ser poseído, por haber herido gravemente a Skadi. Busqué impedirlo, y logré que me apuñalara.

Y que su madre lo asesinara.

Las heridas en mi pecho duelen tanto que no sé qué hacer para que todo mejore, Jasper era tan fuerte que invirtió mi carta y les quito los poderes a todos por un momento. Todo me duele, absolutamente todo.

El cielo está nublado...

Victoria ha muerto, no puedo evitar pensar en ella, en Zed y Allen, lo destrozados que estarán.

Iba a funcionar, se supone que debía funcionar, que Jasper sería derrotado y salvado, que todo esto se detendría.

Ahora... Ahora estoy muriendo y Skadi grita por su hijo.

Ahora me cuesta más respirar y me siento demasiado cansado.

Tal vez vea a mi hermano, tal vez a mi familia, tal vez... Siento tanto frío.

Las gotas comienzan a ensuciar mi rostro, la lluvia solo hace más horrible la situación, me duele el pecho.

Veo al tal Lyell correr hacia Skadi y caer de rodillas junto a ella.

Al verlos, quisiera volver a ver a mis padres, quisiera una madre que llore mi muerte. ¿Quién llorará la muerte de un huérfano inútil?

«Lo siento, Jasper, lo siento Skadi, lo siento Zed, lo siento Allen, lo siento Lyell, lo siento Armin, lo siento... Les he fallado a todos.»

Ya apenas puedo respirar.

— ¡Kol! —Se escucha una voz lejana y Allen aparece ante mis ojos, tiene sangre en el rostro y los ojos llorosos—, ¡Debes resistir!

Es tarde, no podrán salvarme de todas formas, traté de cambiar la muerte de alguien. Me he condenado.

—Por favor no... —murmura el híbrido y sale corriendo.

Tal vez fue por Tamara, pero de todas formas ya no sirve.

«Lo siento, lo siento mucho.»

Cierro los ojos y cuando escucho voces pero no puedo distinguir lo que dicen, no puedo abrirlos nuevamente.

Respiro una última vez y me dejo ir.

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Skadi:

Lyell se acerca y cae de rodillas junto a mí.

—Levántate, Jasper —ordena apretando los puños.

Yo solo sigo sollozando, abrazando mi estómago y rogando porque esto no sea más que una pesadilla.

— ¡Vamos, Moscoso! —chilla dándole un puñetazo y luego otro, sacudiéndolo y ordenándole que reaccione—, ¡Ya despierta!

—Lo maté —murmuro y mis manos tiemblan ante mis ojos—, lo maté, Lyell...

Sus ojos verdes me miran entonces.

— ¡Lo maté, maldita sea! —chillo y se acerca.

Por un segundo creo que va a atacarme, pero me rodea con sus brazos.

—Es mi culpa —dice apretándome fuertemente contra él y le devuelvo el abrazo.

Me quiebro totalmente, grito, lloro y me maldigo una y otra vez. Duele tanto, duele tanto siquiera pensarlo, siquiera verlo.

Era un niño de cinco años.

Obligado a crecer por culpa mía, porque ni su madre ni su padre lo protegió, y lo único que hicimos fue lastimarlo, una y otra vez, gritarle, insultarlo. Lo hemos arruinado. Lo hemos acabado.

— ¿Qué se supone que haga ahora?, ¿Cómo se supone que siga sin él? —balbuceo.

—No lo sé, mierda, no sé cómo puede ser esto. No es justo, no es... ¡No pude hacer nada!, ¡No pude evitar que entre en mí!, ¡No pude evitar pasárselo a la Nefilim! —solloza Lyell—. No pude pararlo, por más que estoy en forma ahora, no pude hacer nada, Skadi.

Es cálido, tanto como lo recordaba, huele a sangre y a humo, no puedo parar de llorar en sus brazos y él en los míos. Somos un maldito fracaso.

Hace ademán de soltarme, pero me aferro a él.

—No me sueltes ahora —mascullo con voz temblorosa, si me sueltan, voy a desmoronarme—, por favor, Lyell.

—No lo haré —murmura en mi oído—, no lo haré, Copito.

—Skadi —Sé que es Hades, pero no tengo el coraje para mirarlo a los ojos luego de lo que hice, para que me vea como a un monstruo.

Necesito aferrarme a Lyell porque también era su hijo, porque más allá de todo lo que es y lo que hizo, es el más cercano al dolor que siento en éste momento. Mientras que mi mente me atormenta con recuerdos de Jasper, de su risa, de su vocecita, de sus berrinches, de su alegría, de mi niño.

Ya no está, ya no está y es culpa mía...

—Quise alejarlo de todo esto, de todo éste mundo de mierda, de la guerra, de la muerte... De ti —digo y trago duro—, ahora está muerto. Ahora no hay nada que hacer.

— ¡Victoria! —chilla Zed a unos metros.

Cierro los ojos con fuerza cuando oigo al otro híbrido, Allen, gritar el nombre de Kol.

Kol, pobre niño, pobre chiquillo valiente. Solo quería ayudar, confiaba en que podría, yo también lo hice, y ahora murió a manos de Jasper y el Diablo. 

Lyell me ayuda a levantarme, no puedo mirar al dios del Inframundo a los ojos, seguro me mira con decepción, no solo por lo que sucedió, sino también por estar con el hombre que me mintió y usó en lugar de con él, que solo fue amable conmigo, que solo me ayudó y protegió.

Pero Lyell entiende lo que sucede, siente el mismo tipo de dolor que yo, la misma impotencia. La misma necesidad de aferrarse a algo.

Toso un poco debido a la fatiga, a mi garganta lastimada por gritar tan alto. Estoy algo mareada.

Apenas puedo procesar que hemos entrado en la mansión, apenas puedo pensar que estoy subiendo las escaleras. Caminamos hasta una puerta que parece ser su habitación y entramos. Él está temblando.

Me tumbo en su cama y comienzo a llorar nuevamente, abrazando mi vientre, torturada por lo que ha pasado. Los recuerdos no dejan de atormentarme, cuando nació era tan pequeño, tan indefenso, tan ajeno a todo lo que lo rodeaba, a toda la brutalidad de Asgard o a la insendatez del mundo humano. Su pelo era tan rubio que parecía blanco, su piel era tan pálida como la mía, pero su mirada me recordaba a Lyell.




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