Los Brazos de Morfeo.

91.

Noah:


Todo esto es demasiado que procesar. Un lazo, que todo desaparecerá, que mis recuerdos de ellos se desvanecerán, como si éste infierno nunca hubiese sucedido...

Y Morfeo diciendo que soy la mujer que ama, luego de casi un año de estar metidos en todo este embrollo de la guerra, de aquella separación donde terminé en el Olimpo y él jamás vino por mí, de toda la mierda que pasamos.

Tengo miedo. Temo que vuelva a traicionarme o mentirme.

—Si no puedes quererme como alguna vez lo hiciste, te pido que al menos me perdones —dice con sus ojos cristalizados.

«Estaría dispuesto a desaparecer con tal de que todo lo que yo he sufrido se revierta».

—Eres diabólico —murmuro bajando la vista, mi pecho se hincha con una emoción que estuvo reprimida todo este tiempo—. Prometí tantas veces que no lloraría más, que parece una mentira tratando de disfrazarse de verdad.

—No eres un robot, Noah —musita acercándose—. Llorar nos hace más humanos. Debes permitirte sentir, no siempre te hará más débil.

—Ahora sí suenas como el Morfeo que conocí. —Unas lágrimas descienden por mi rostro y lo abrazo, él me estrecha con fuerza—. Tiene que haber otra alternativa.

—No la hay, lo he pensado muchísimas veces, pero no la hay. Zeus es imparable, lo quiera aceptar o no. Con el ejército que tenemos no podremos vencerlo, es la única opción.

Aprieto su sudadera negra con fuerza y de solo pensar en todo lo que desaparecerá me duele el pecho. Pero también mi familia volvería, Nale no moriría, Jasper estaría con su madre, todo el sufrimiento quedaría atrás, en la oscuridad.

— ¿Recuerdas lo que te dije aquella vez? —dice en mi oído—. Tendrás la vida más feliz porque eres la que más lo merece, encontrarás a alguien que te cuide y se deje cuidar por ti. Lamento no poder ser ese alguien. —Me aprieta con más fuerza—. Lo lamento tanto...

Me separo de él y lo miro a sus ojos azules, casi violetas. Quiero impedir que corte ese lazo, pero también es algo necesario. Si hubiese otra alternativa, por más que sea doloroso aceptarlo, habrían optado por ella.

Respiro hondo, pensándolo, tomándome algo de tiempo, sabiendo que será limitado porque estamos cerca de la fecha para la guerra.

—Puedes serlo —murmuro y me mira a los ojos—, puedes serlo hasta la guerra, Morfeo. 

Tal vez no debería perdonarlo, tal vez no debería acercarme así a su rostro, no tendría que rozar sus labios con los míos o fundirlos con los suyos. Pero si lo que dice es verdad, todo terminará. Y el sentimiento que estuve reprimiendo con odio todo este tiempo trata de hacerse presente a toda costa. Me sigo preocupando por él, sigo queriéndolo, soy una imbécil.

Retrocedo, arrastrándolo conmigo y ambos caemos sobre la cama. Me besa con añoranza, mientras que yo enredo mis dedos en sus oscuros rizos.

—Te amo, Noah. Y no me importa que sea pronto para decirlo, no tendré el tiempo suficiente para hacerlo en un momento más indicado. —Apoya su frente contra la mía y una de sus lágrimas cae sobre mi mejilla—. Lamento tanto todo. Te he perdido tantas veces que...

—Ya, tranquilo —lo abrazo contra mi pecho—, Morfeo, estoy aquí contigo, debes calmarte. Harás que llore contigo, tonto.

Deposito un beso en su frente, y cierro los ojos, abrazándolo contra mí y esperando a que termine de desahogarse.

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Me despierto abrazada a Morfeo, no sé en qué momento me quedé dormida, pero no he descansado bien estos últimos días. Alguien nos ha cubierto con  una manta y en la mesa de luz yace una bandeja con la cena.

El dios del sueño duerme plácidamente, rodeándome con sus brazos.

—Morfeo —digo con suavidad tocando su cabello—, alguien nos ha traído la cena. ¿No quieres comer algo?

Se remueve un poco y abre los ojos, me suelta y estiro mi brazo para encender la lámpara sobre la mesita.

—Lo siento, me quedé dormido sobre ti —musita levantándose—. Esto de dormir me suele tomar por sorpresa.

—Me pregunto si Georgina se habrá enfadado, falté al entrenamiento —digo tomando el vaso de agua de la bandeja, sigue algo frío, no debieron dejarla hace mucho.

—Tranquila, si te dice algo asumiré la culpa, además debes descansar bien, de otra forma, el entrenamiento no servirá mucho —dice poniendo su mano en mi mejilla y yo le doy un sorbo al agua.

—Morfeo —murmuro dejando el vaso donde estaba—, yo... —Me sonrojo un poco—. ¿Quieres quedarte aquí ésta noche?

Sonríe, de manera genuina.

—Sí, por supuesto, siempre y cuando no te moleste.

Asiento y me acerco al armario pequeño que hay en la habitación para tomar una de las remeras largas que Sacha me dio para dormir. Sigo estando bastante exhausta.

Miro la remera gris en mis manos y al dios del sueño.

— ¿Quieres que me vaya un poco para que puedas cambiarte tranquila? —pregunta levantándose.

—No, de hecho, iba a preguntarte si me prestarías tu sudadera, hace frío aquí por las noches y... —No es necesario que de más excusas tontas, porque él se levanta la sudadera negra para poder quitársela y en el proceso logro ver su torso, algo tenso y con los músculos marcados.

Desvío la mirada y la acepto cuando me la da.

—Puedes quedarte si quieres, de todas formas ya me has visto desnuda una vez —digo girándome.

Me quito la blusa blanca que llevaba puesta, los zapatos y luego los ajustados pantalones negros para dejarlos a un lado, quedando en ropa interior. Sigo estando demasiado delgada, a veces pienso que nunca podré volver a mi peso original. Desabrocho mi sostén, y me pongo la remera gris, que me llega a los muslos, luego la cálida sudadera de Morfeo. Me queda bastante enorme, pero eso no es un problema.

Cuando me giro, él desvía la mirada, aunque no es tan rápido, así que logro verlo.

—No es como si hubiese mucho que mirar de todos modos —mascullo dejando mi ropa dentro del armario.




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