Hades:
El día ha llegado y todo es un caos en la ONP, armas siendo preparadas, últimos entrenamientos y calentamientos antes de la batalla. Mi perro, Cerbero, volvió del Inframundo para llevarme en su lomo durante la pelea, dispuesto a arrancar la cabeza de cualquiera que intente tocarme un pelo. Mi sobrino ya tiene todo listo y se dedica a asistir a Tsukoyomi con sus dragones; los demonios se la pasan molestando como de costumbre; Noah está con Morfeo repasando el plan que deben seguir para cortar el lazo.
Y yo no encuentro a Skadi.
La he estado buscando durante toda la mañana pero no logro encontrarla. Es como si se hubiera desvanecido. El collar que contiene la dimensión que la protegerá sigue en mi bolsillo y el terror latente de que nada de esto funcione me tortura. Pensaba en darle el collar a Tsukoyomi para que la liberara luego de todo, sé que estaría seguro con él. Pero lo primordial es encontrarla.
Subo por enésima vez por el elevador hacia el piso donde está nuestra habitación y entonces alguien me choca, me volteo para ver a Shade, quien carga con varias lanzas.
—Quítate de mi camino —espeta y la tomo del brazo.
—Déjame ayudarte —digo tomando algunas de las lanzas—. ¿A dónde las llevas?
—A la sala de armas cinco, allí guardamos este tipo de lanza —explica mirándome con pereza en sus ojos pardos y sigue caminando.
La sigo por los pasillos, intentando calmarme un poco, pero me es muy difícil. Varios agentes en formación pasan a nuestro lado y Shade les dedica un asentimiento de cabeza para saludarlos. Cuando llegamos a la sala de armas, detecto un cambio de temperatura en el ambiente, lo que me da algo de esperanza. Abro la puerta y algunos copos de nieve terminan en mi zapato.
Skadi está en una esquina del cuarto, totalmente congelada en un gran cubo de hielo, resguardada de todo. Apenas si puedo distinguir su silueta.
—Dile a tu novia que no es momento de jugar a hacer muñecos de nieve —farfulla la agente colgando las lanzas en la pared junto con las demás armas—. Debe ir con los demás a ayudar.
—Y-Yo... Me encargo —digo sin prestarle mucha atención, pues estoy hipnotizado con lo que veo.
Puede ser que me gane una paliza de su parte por esto, pero quiero corroborar si su hielo es diferente. Las llamas envuelven mi mano izquierda y me acerco para tocar su escudo gélido. No se derrite. Pruebo de nuevo, con más intensidad y mis dos manos, el vapor me molesta en el rostro por un segundo y el hielo sigue igual.
—¡Hey, Elsa! Veo que practicas nuevos trucos. —Sonrío de lado mientras retrocedo un paso—. No dejas de enamorarme, ¿Sabes? Pero debes salir de ahí, los demás necesitan asistencia.
No oigo sonido alguno de ella y la impaciencia se acrecienta. Suspiro y golpeo suavemente el hielo.
—Skadi, por favor, hay algo que necesito darte —digo cerrando los ojos con fuerza, el collar se siente frío en mi mano—. Por favor...
El hielo estalla y me valgo de mis brazos para cubrir mi rostro, un bloque me golpea la pierna pero no caigo. La sala queda repleta de hielo que no tarda en desintegrarse para volver a las manos de su dueña. Skadi me mira, sus ojos son tan celestes que pareciera el mismísimo Ártico. Está más alta, sus músculos han crecido como si hubiese estado entrenando por meses y meses, lleva una armadura de hielo con algunas partes de plata y su cabello está suelto en una cascada de ondas platinadas. En su mano se forma una gran hacha y la cuelga en si espalda. Es como si fuese otra persona.
—¿Skadi? —musito dubitativo y ella me da una media sonrisa mientras hace sonar sus nudillos.
—Estoy lista —dice acercándose—. Hace siglos que no hacía eso pero supongo que situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.
—¿Y qué has hecho?
—Hay hielo bajo mis músculos, el más sólido que puedo lograr, además de que el embarazo finalmente está dándome un respiro y ha fortalecido mi hielo. Voy a arrancarle los ojos a Zeus y voy a usarlos de aretes —explica caminando hacia la puerta—. ¿Qué era lo que querías?
Me quedo boquiabierto.
—¿Por qué no hiciste esto antes? —pregunto apretando el collar en mi bolsillo con mi mano.
—Porque me cansa demasiado, luego de la guerra es posible que caiga dormida unos meses, así fue la última vez que lo hice —dice con un suspiro—, es algo que tengo que usar a último momento.
—¿Crees que... Crees que podrías perdonarme? —murmuro sacando el collar y ella me mira confundida—. Te amo, para toda la eternidad y lo que exista luego de eso y esa es la razón por la que no puedo permitir que ellos te hagan daño.
Le pongo el collar y susurro las palabras mientras ignoro su mirada de confusión. Una luz la envuelve y desaparece de mi vista, encerrada en la joya. Unas lágrimas descienden por mis mejillas mientras me maldigo una y otra vez por no haberme despedido como se debe. Pero pronto ya nada de eso importará y mientras que ella y el niño estén seguros yo podré descansar en paz.
Guardo el collar y salgo de la sala directo hacia donde esté Tsukoyomi para dejárselo y que esté bien protegido. En el camino encuentro a Morfeo.
—¿Estás bien? —Me pregunta y niego.
—Acabo de encerrar a Skadi —digo mostrándole el collar.
—Lo siento mucho —musita abrazándome y le devuelvo el gesto.
Lo abrazo con fuerza porque sé que también es mi última oportunidad de despedirme de él. Mi amigo del alma, el niño que tuve que cuidar, una de las mejores cosas que me han pasado en mi inmortal vida.
—Es lo mejor para todos —dice en mi oído y me aprieta contra él—. En verdad lo siento tanto, Hades.
—Lo sé, no te culpo y lo sabes —digo soltándolo y choco mi mano con la suya—. Te amo, bello durmiente.
—Y yo a ti. —Sonríe y se refriega los ojos.
—Bien, ya basta de sentimentalismo, tenemos una guerra que ganar —declaro y ambos nos vamos con el resto.