Los Brazos de Morfeo.

94.

Santiago:

Las valkirias nos atacan, mis amigos se encargan de ellas con las armas que Armin les proporcionó. El ejército se colisiona con el enemigo, todo es caos y destrucción.

Tomo mi guadaña firmemente y desciendo, ansioso por deshacerme del primer dios que vea. Zed se queda en el aire, mientras que Allen está dirigiendo a su grupo, sus piernas están envueltas en sus llamas demoníacas y su cabello rubio pareciera arder. Somete a un soldado dorado contra el suelo y se vale de su arma para arrancarle la cabeza a otro. Cuando mis pies tocan la tierra le doy vueltas a mi guadaña para encargarme de los enemigos que me rodean. Una hacha sale disparada hacia mi dirección, pero logro esquivarla y un hombre aparece frente a mí. Tiene ojos azules y cabello castaño claro, su armadura es nórdica y tiene a su lado a dos lobos gigantes. Tales y como los que ofreció Thor.

Debe ser el famoso Tyr. Creí que Sacha lo había asesinado.

No dice nada tan solo deja que sus lobos se abalancen hacia mí. Esquivo al primero y entierro mi guadaña en el lomo del segundo, arrancándola de su carne a tiempo para degollar al otro. La sangre caliente ensucia mi cuerpo y escupo a un lado. La energía corrompida que corre a través de mí no hace más que aumentar mi deseo de sangre. Tyr se acerca con otra hacha en una mano y un gran escudo en la otra. Ataco con todas mis fuerzas y él esquiva mi golpe con agilidad para golpearme en la espalda con el hacha. El dolor es inmediato, pero no me atrevo a caer. Le doy una vuelta a la guadaña entre mis manos y golpeo su escudo. Es más rápido que yo, por lo que vuelve a golpear, esta vez en mi cintura por lo que me arroja al suelo.

—No puedes contra un dios —espeta y me escupe en el rostro.

Veo el hacha elevarse y el recuerdo de Nale cruza mi mente. Me estiro para tomar mi arma y bloquear la suya con ella. Una llamarada lo envuelve, alejándolo de mí, unos zapatos negros aparecen en mi campo de visión y Belcebú me mira con sorna mientras ataca al dios. Mis heridas comienzan a sanar y me levanto, trastabillando un poco y cuando me giro le atino un golpe a un guardia de oro que planeaba atacarme, dejándolo en el suelo para rematarlo con mi guadaña.

Belcebú arremete contra Tyr, es más fuerte que yo. Sus garras logran arruinar el bello rostro del dios, regando de sangre la tierra. Decido buscarme otro objetivo con un deje de vergüenza instalado en mi pecho. Entonces me arrojan al suelo, Sacha se interpone entre la espada de Ares y mi cuerpo. Recibiendo la herida en su costado y cayendo. No me detengo a asistirlo y extiendo mis alas corrompidas que con suerte sirven para elevarme, aleteo para nublar la visión del dios griego de la guerra y doy unas vueltas para enterrar mi guadaña en su tórax. Me toma del cuello como si apenas le hubiese hecho un rasguño y me arroja al suelo con desprecio, al arrancar mi arma, esta se derrite en sus manos y maldigo por lo bajo mientras retrocedo.

Salto hacia Sacha para sostenerlo y elevarme. Mis alas no son lo suficientemente potentes como para cargarnos por mucho tiempo, pero puedo alejarnos de ese lugar.

—T-Tamara, debes llevarme con ella —dice con dolor en sus ojos grises, pero entonces una valkiria me toma del cabello y entierra sus garras en mi cuello.

Un gemido se me escapa y se vale de sus patas como manos para destrozar mis alas, el dolor y la desesperación me hacen soltar al guardián, el cual cae sin que pueda hacer algo para salvarlo. Grita en mi oído y se oye como si se tratara de una águila enferma. Arrugo el rostro y entierra aún más sus garras en la carne de mi cuello. Mi sangre se derrama sobre mi armadura y clavo mis dedos en sus manos ásperas.

No puedo morir aquí.

Una flecha impacta en la frente de la valkiria y me suelta. Caigo varios metros hacia el campo de batalla donde los guerreros pelean los unos a los otros, esto no puede salir nada bien.

Cierro los ojos, esperando el impacto, pero unos brazos me reciben, amortiguando mi caída. Apolo me observa con nerviosismo y me ayuda a levantarme. Trae su arco, así que él debió ser quien me salvó.

—Toma, ayúdanos —dice dándome una espada y la acepto.

El dolor en mi espalda es bastante potente y lo tomo del brazo.

—Corta mis alas, córtalas por favor. —Le pido y no se detiene a pensarlo porque las arranca de mi espalda.

Heridas, desplumadas y débiles lo único que iban a hacer era retrasarme. Emito un grito y aprieto la espada mientras mi espalda quema. Mis manos se encienden con llamas rojizas y mis ojos arden. Apolo se dedica a cubrirme mientras me recompongo y veo a Medusa arremeter con una serpiente gigantesca de piedra sobre los soldados 

—¡Levántate! —chilla mirándome con nerviosismo y respiro hondo antes de hacerlo.

—Así que te has transformado —comenta Abaddon mientras le arranca el brazo a un guerrero nórdico para asesinarlo a golpes con él—. Ahora eres uno de los nuestros. —La sonrisa que me ofrece me pone la piel de gallina.

—¡Santiago, reacciona! —grita Apolo mientras sigue disparando sus flechas de luz.

Mis llamas envuelven la hoja de la espada y arremeto con un elfo que se cruza en mi camino. Sus ojos rasgados y asesinos se clavan en mí, me arroja un cuchillo que logró esquivar y corro hacia él para enterrar mi espada en su pecho, haciéndolo cenizas al instante.

La euforia se cuela en mi sistema y veo mis uñas transformarse en garras. Me vuelvo para matar a otro guardia dorado y la adrenalina aumenta aún más, ansiosa de más muerte.

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Hades:

Cerbero se dedica a devorar las cabezas de los guerreros enemigos, mientras que mis llamas se encargan de incinerar a cualquiera de ellos que se cruce en mi camino. Mi propio ejército compuesto por las almas de varios guerreros me rodea y respalda, encargándose de varios obstáculos.




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