A la mañana siguiente, Gonzalo se despertó con el tenue sonido de su alarma. "Bip, bip". Se frotó los ojos, estiró los brazos y dejó escapar un suspiro largo antes de levantarse de la cama. La luz del amanecer se filtraba entre las persianas, tiñendo la habitación con un tono cálido y anaranjado. Caminó hacia el baño y se duchó con agua fría para disipar el sueño. Tras secarse, se puso pantalones deportivos y zapatos negros cerrados, dejando la camiseta para después mientras terminaba de alistarse.
Se estaba cepillando los dientes cuando el timbre de la puerta resonó en el apartamento. Al abrirla, se encontró con Tasha,, quien se detuvo por un segundo al verlo sin camiseta. Su rostro se encendió con un leve rubor, desviando la mirada hacia el pasillo. Gonzalo, confiado en la relación de confianza que habían construido con el tiempo, no le dio demasiada importancia.
—Buenos días —saludó él con la voz algo amortiguada por la espuma de la pasta de dientes.
—B-buenos días, Gonzalo —respondió ella, esforzándose por mantener la compostura—. ¿Lidia sigue dormida?
—Sí, como un tronco. Si quieres ir despertándola con calma, yo termino aquí.
Tacha asintió y entró en la casa con pasos suaves. Gonzalo se enjuagó la boca y se puso la camiseta antes de dirigirse a la cocina, donde Tacha ya preparaba el desayuno.
—¿Te hago un café rápido? —ofreció ella mientras batía unos huevos con destreza.
Gonzalo miró la hora en su reloj. Era el primer día de la temporada de entrenamiento para el torneo escolar, y se había prometido a sí mismo, al director y a los chicos llevar ese trofeo a casa. Llegar temprano era fundamental.
—Me encantaría, pero mejor no —dijo con una sonrisa agradecida—. No quiero exigirte demasiado. Pasaré por uno rápido en la tienda. Cuida a Lidia, ¿sí?
—Por supuesto. ¡Mucha suerte hoy! —respondió Tacha con una media sonrisa.
Gonzalo asintió y tomó las llaves. Mientras salía, Tacha lo siguió con la mirada, reprimiendo un impulso que llevaba tiempo sintiendo: las ganas de acercarse, tomarlo del cuello y besarlo. Quisiera confesarle que ya no estaba ahí solo por el trabajo o el dinero. Estaba porque lo amaba. Pero incluso ella sabía que él, con casi ocho años de diferencia entre ambos, seguramente no correspondería esos sentimientos.
El aire fresco de la mañana despejó las ideas de Gonzalo. Bajó por el ascensor y se subió a su auto, encendiendo la radio que reproducía una melodía pop. Hizo una rápida parada en una tienda de conveniencia, donde se compró un café. No era ni de lejos tan bueno como el que solía tomar en la cafetería con Lidia, pero era suficiente para calentarle las manos y terminar de despertarlo. Con el vaso humeante entre los dedos, retomó el camino hacia la escuela.
Al llegar, notó que era de los primeros. Algunos estudiantes apenas comenzaban a llegar, conversando somnolientos o revisando sus teléfonos. Gonzalo estacionó en el aparcamiento y, al bajarse luego de dar unos cuantos pasos, se topó inesperadamente con Laura y su hijo David.
—¡Buenos días, entrenador! —saludó el chico con entusiasmo.
—Buenos días —respondió Gonzalo, sonriendo al pequeño antes de cruzar la mirada con Laura.
Ella le devolvió el saludo con una tímida sonrisa y un leve movimiento de dedos. La incomodidad de la noche anterior flotaba entre ambos, cargando el aire con una tensión que ninguno sabía cómo disipar. Gonzalo pensó en romper el hielo con alguna broma, pero las palabras se le quedaron atrapadas en la garganta. Finalmente, se limitó a asentir antes de seguir su camino hacia el gimnasio.
Una vez dentro, respiró hondo y se enfocó en preparar el lugar para el entrenamiento: colocó varias filas de conos para los circuitos de agilidad, infló los balones desinflados, también distribuyó figuras de plástico para practicar tiros. Cada movimiento lo hacía con precisión, visualizando los ejercicios que pondría en práctica ese día.
Terminados los preparativos, se dejó caer en las gradas, bebiendo los últimos sorbos de su café ya tibio. Sacó su laptop de la mochila para revisar algunos archivos pendientes mientras revisaba mentalmente la estructura del entrenamiento.
Más tarde, durante el primer descanso de los alumnos, el gimnasio comenzó a llenarse de murmullos y pasos apresurados. Las risas y charlas de los estudiantes inundaban los pasillos. Los chicos del equipo de fútbol entraron corriendo hacia el vestuario con sus mochilas deportivas al hombro.
—¡Vamos, que hoy empezamos con todo! —les animó Gonzalo, recibiendo vítores y sonrisas emocionadas a cambio.
Mientras se cambiaban, Gonzalo cerró la laptop y la guardó en la mochila. Se frotó las manos y dio un último vistazo a la cancha improvisada. Era un nuevo comienzo. El torneo estaba a la vuelta de la esquina, y con él, la oportunidad de demostrarles a los chicos —y a sí mismo— que, con esfuerzo y dedicación, podían alcanzar cualquier meta.
Después de salir del vestidor, los chicos, ya con sus uniformes, estaban preparados para empezar el entrenamiento. Gonzalo, con su lista en mano, llamó al primero: —¡Josh, adelante! —indicó, pasándole el balón sin hacer preguntas.
Josh tomó el balón y comenzó la rutina de dribleo entre los conos. Con habilidad, se llevó los primeros cinco sin perder el control, pero al llegar al sexto, accidentalmente pateó el cono. El balón se le escapó ligeramente de los pies. Sin embargo, en lugar de escuchar burlas o críticas, el gimnasio se llenó de aplausos.
—¡Bien hecho! —gritó uno de sus compañeros—. ¡Esa velocidad estuvo increíble!
Josh sonrió, recuperando el balón con rapidez. La atmósfera era de compañerismo y ánimo, lo cual Gonzalo notó con satisfacción.
—¡David, tu turno! —llamó el entrenador, mientras Josh le pasaba el balón
David se posicionó y empezó a moverse entre los conos. Mantuvo buen control hasta el cuarto, donde perdió el ritmo y tuvo que detenerse para no tropezar. Levantó la mirada, preocupado, pero los aplausos llegaron igual.