Los cachorros perdidos del alfa cruel

Capítulo 5: Intenta sobrevivir por tu cachorro y por Leif

*Raisa*

Pensar en irme de la manada siempre me dio miedo, a pesar de saber que a nadie le importaría. Pero ahora que estoy a muchos kilómetros del pueblo, experimento un terror espantoso que me cala los huesos y contrae mis entrañas. Durante estos infernales días en los que asimilaba la noticia del embarazo y esperaba el veredicto del señor Moonstone, quien fue el primero en notar el latido cardiaco de mi bebé, encontrar ayuda en mis pocos contactos en el mundo humano fue mi única esperanza. Ahora, por desgracia, no me queda nada de eso. Solo espero con impaciencia a que alguien venga a buscarme a la cabaña, lejos de la civilización, a la que la señora Moonstone me ha traído. Ni siquiera puedo salir a andar por los bosques porque me ha encerrado por completo con magia.

Suspirando, abro la penúltima lata de sardinas que me queda. La primera vez que probé una, no pude soportarlo y terminé dos días sin salir del baño. Sin embargo, ahora que es lo único que tengo, hasta le estoy tomando el gusto.

No, en realidad odio las sardinas, pero no me queda otra opción. Silvia no se preocupó en lo absoluto por mí, me abandonó como a un pobre animal. Porque eso somos los humanos para los licántropos: seres que solo se consideran mascotas.

Como lentamente, saboreando lo que será mi única comida del día. Aún tengo agua para sobrevivir más tiempo, pero en mi estado, y más aún cuando el bebé no es humano, me será imposible resistir más allá de una semana sin probar alimentos.

—Debí haberme ido antes —musito, derramando algunas lágrimas—. Solo caímos en una trampa, bebé. Ojalá alguien pueda sacarnos de aquí.

Con mucha dificultad, logro pasar el bocado. Tengo muchas náuseas, pero si aún existe la posibilidad de que mi cachorro se salve, la tomaré. No puedo desperdiciar ningún alimento que pueda nutrirlo.

Después de comer, me dirijo a la cama que está en un rincón. Las sábanas, viejas y llenas de polvo, no las he lavado por temor a que no se sequen. Por eso, lo único que hago es ducharme cada mañana para no estar tan sucia.

Al estar recostada y cerrar los ojos, vuelvo a pensar en Leif y en esa boda tan perfecta que seguramente tuvo. Sin embargo, lo que me extraña es que no he sentido dolor alguno, como si él no hubiera estado con nadie. La noche en que me fui, me retorcí de dolor entre estas sábanas, pero en todos estos días no ha pasado.

¿Acaso los conflictos en la frontera le han impedido iniciar la búsqueda de su heredero? No estoy segura de los planes específicos de Leif, pero sí sé que es obligatorio que busque tener hijos lo antes posible.

—Si tan solo no fuera humana y yo fuera su luna, podrías ser su heredero —susurro a mi bebé.

En parte, me tranquiliza saber que mi hijo no tendrá que asumir la responsabilidad de la manada y del pueblo. Al mismo tiempo, me llena el corazón de amargura la idea de que jamás podré tenerlo entre mis brazos, y que, si tengo suerte, solo podré escuchar su llanto.

—Mamá no quiere dejarte —digo con voz rota—. De ser posible, nunca lo haría. Rezaré para que mi espíritu pueda seguir cuidándote a dondequiera que vayas.

Mis ojos se cierran poco a poco. Por las ventanas no puedo distinguir la hora del día, pero está comenzando a anochecer. Dormir me vendrá muy bien si no quiero sentir el ataque del hambre y la sed.

Pero pasan los minutos y no puedo dormir. Si bien no me ataca el dolor, siento ciertas molestias corporales que me indican que algo no está bien, que necesito salir de aquí a toda costa. Aun así, me quedo quieta, hecha un ovillo entre las sábanas que huelen a humedad y moho, que prefiero pensar que es tierra.

La tierra parece temblar y mi cuerpo da un respingo. Una respiración lobuna está cerca de aquí, pero sé que no es la de Leif y, por tanto, mi pánico aumenta. Si es el lobo de otra manada, estoy frita.

Intento quedarme lo más quieta posible, controlando mi respiración. En el fondo de mi mente, recuerdo que eso no sirve de nada, ya que los lobos pueden escucharme desde varios metros, pero me aferro a la esperanza.

—Sé que estás ahí —dice una voz femenina que reconozco perfectamente y me deja petrificada—. Sé que estás ahí, Raisa.

La puerta se abre de golpe y dejo escapar un grito. Como todavía hay suficiente luz, la reconozco enseguida: es Eden, la hermana gemela de Leif. Aunque nunca me ha hablado, sé que es una buena persona.

—Dios mío, mi madre es… —niega con la cabeza y se acerca a mí.

Al igual que su hermano, ella es muy hermosa, de rasgos infinitamente cautivadores y unos ojos grises que te dejan prendada. Cualquiera que sea su compañero, será afortunado y no un desdichado como yo.

—No temas, Raisa, vine a sacarte de aquí. Mi madre cree que te llevaré con esos demonios, pero te pondré a salvo, ¿sí?

Me incorporo un poco, pero me pego a la esquina de la pared. Su rostro transmite confianza, pero no puedo permitirme confiar, no cuando es una Moonstone.

—Sé lo que te está pasando y quiero ayudarte —dice con voz suave—. Sé que no confías en mí, pero no tienes otra opción. Mi madre planeaba dejarte encerrada y que murieras de hambre hasta que intervine. ¿Quieres que te deje aquí y que eso pase?

Niego lentamente con la cabeza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.