Los cachorros perdidos del alfa cruel

Capítulo 7: Por alguna razón, yo he sobrevivido

*Leif*

El féretro de mi padre es bajado lentamente hasta su lugar de eterno descanso, un lugar que quisiera convertir en un infierno para toda la eternidad. Mi madre, con el rostro impasible, mira aquel entierro, soltando algunas lágrimas para simular ante las pocas personas que vinieron que le duele.

En realidad, solo están nuestros empleados y un par de amigos de mi padre. Todos los demás temen mi presencia debido a las atrocidades que he cometido en los últimos días para encontrar a Raisa.

Y eso incluye lo que le hice a mi padre, aunque yo no le llamaría una atrocidad a la justicia.

Ayer me enteré de que fue él quien la echó después de seducirla. No necesité saber sus razones o justificaciones; simplemente lo sometí al mismo dolor que siento cada segundo que ella no está conmigo.

Necesito encontrarla antes de que sea demasiado tarde. Sé que todavía vive, porque si no fuera así, yo tampoco estaría vivo.

Raisa tiene que vivir y volver a mi lado. No voy a parar de destruirlo todo hasta que lo haga. No me importa que no podamos estar juntos o que no pueda atreverme a mirarla a los ojos, tiene que estar conmigo. Y cuando la encuentre, la haré pagar con creces por haber puesto los ojos en él.

Una vez que comienzan a lanzar la tierra, me doy la vuelta y camino decidido hacia la salida. Nadie se atreve a detenerme, pero siento la mirada de mi madre sobre mí y, en poco tiempo, me alcanza.

—¿A dónde crees que vas, Leif? —me pregunta—. Es el entierro de tu padre.

—Él no es mi padre —digo deteniéndome—. ¿Y por qué me lo reprochas? Ni siquiera Eden está presente.

—Sé lo que hiciste y sé que no quieres estar aquí, pero es tu deber como líder de la manada.

—Seré el verdugo de la manada si ella no aparece —mascullo—. Ahora, si me disculpas, debo volver a casa. Necesito prepararme.

—¿Vas a seguir buscando a esa mujer? Por Dios, Leif, tienes un deber con tu esposa, que tal vez quedó…

—No, ella no quedó embarazada.

—¿Y cómo va a estarlo si ni siquiera has hecho nada con ella desde que se casaron?

—Y no lo haré hasta que aparezca.

Me separo de mi madre y camino lo más rápido que puedo. Por suerte, ya no me alcanza y puedo subirme al auto.

Necesito volver al monte Redmoon, donde encontré un rastro de su olor en esa cabaña. Ella estuvo allí varios días antes de irse, así que ahora estoy seguro de que sabe lo mal que hizo y quiere escapar.

No la dejaré jugar a este juego por ningún motivo.

El camino hacia mi residencia me parece asquerosamente largo. No puedo transformarme ahora, porque terminaré perdiendo la poca lucidez que he conseguido en estos días. Cuando me uno a Kael, este no me deja en paz, me asfixia con su dolor, el cual también es mío. Los dos estamos agonizando, pero él es el único que cree que Raisa es inocente de todo lo que se le acusa. Yo no puedo asegurarlo, no cuando es tan hermosa y perfectamente tenía que saberlo.

Cuando me bajo del auto, una mujer está frente a la puerta. Es ella. O no, tal vez no. Raisa jamás me miraría de esa forma.

—¿Leif?

—Te encontré por fin.

—¿Qué?

La imagen de Raisa desaparece, reemplazada por la de la mujer con la que me casé. No puedo arrepentirme de mi decisión, pero una rabia infinita me consume, alimentada por Kael, quien me insta a no parar hasta que todos los responsables de la ausencia de Raisa sean castigados.

—¡Leif, no!

Los gritos de terror resuenan por todo el lugar, pero nadie se atreve a intervenir. Al volver en sí, veo el rojo y los mechones de cabello rubio que decoran la sala.

—¡¿Qué hizo, alfa?! —grita Kevin, mi beta.

—Nada de lo que me arrepienta —me encojo de hombros—. Y si no quieres que te pase lo mismo, entonces limpiarás todo.

Me doy la media vuelta y salgo corriendo de la casa. Kael sigue gritando, un ruido tan fuerte que me aturde la cabeza, pero al menos parece más contento.

Sin embargo, ninguno puede estar tranquilo. No somos nada si las cosas no están en su lugar.

«Tienes que encontrarla. Dejaré que hagas lo que quieras, pero debes encontrarla. Ella corre peligro», me suplica.

—Lo sé, claro que lo sé —gruño, mirando mis manos manchadas—. Ahora nos quedamos sin luna.

Me echo a reír, no porque me divierta, sino porque ya no tengo dominio de mí mismo.

«Ella es nuestra única luna», solloza.

Aprieto los dientes y los puños. No, ella no puede ser nuestra luna, aunque así lo desee.

—Dijiste que dejarías que hiciera lo que quisiera, y eso no es que ella sea nuestra luna. Cuando la recuperemos, la mantendremos a salvo y jamás, escúchame bien, jamás cuestionarás mis decisiones.

«Estoy dispuesto a dejarte en paz para siempre, con tal de que logres encontrarla», responde.

Me arrodillo en el suelo, sintiendo su dolor. Kael está realmente dispuesto a todo, como yo. Por fin coincidimos en que tenemos que protegerla.




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