Los cachorros perdidos del alfa cruel

Capítulo 9: Nos une algo peor que el vínculo lobuno: la deuda

*Eden*

—¡No es lo que piensas, mi amor! —exclama Sam, intentando vestirse, pero solo logra verse más patético.

La chica con la que lo encontré no sonríe, pero tampoco parece arrepentida. Si no hubiera hecho la promesa de no volver a transformarme para dejar atrás mi pasado, ninguno de los dos existiría ya.

—¿Por qué todos los patéticos humanos tienen que decir esa frase cuando claramente sí es lo que parece? ¿O qué? ¿Piensas que me voy a creer que estabas tomándole fotos de estudio? Cariño, tu estudio está allá abajo.

—De acuerdo, de acuerdo —jadea él, agotado por el esfuerzo de ponerse la camisa—. Es lo que parece, pero solo fue un impulso.

—Bueno, te agradezco que lo admitas.

—Te amo a ti.

—Pero yo no a ti. Acabo de descubrirlo porque ni siquiera quiero llorar —me encojo de hombros—. De hecho, estaba pensando en terminar contigo porque —lo observo de arriba a abajo— eres un poco chico.

Sam enrojece y me da la impresión de que se enfurecerá. Sin embargo, sus ojos se llenan de lágrimas de arrepentimiento. Una de las cosas que siempre me gustó de él fue su seguridad. Jamás pude decirle un comentario que le ofendiera, ni siquiera si era verdad.

—¡Eden, mi vida! —grita, corriendo detrás de mí—. Haré lo que sea, pero, por favor, perdóname.

—Vete al infierno.

Le hago un gesto grosero y me meto en el auto. Habría echado a correr, pero después de vivir tanto tiempo entre humanos, me he vuelto más sensible a las inclemencias del tiempo. Los licántropos que dejamos de transformarnos por períodos prolongados perdemos fuerza y adquirimos más debilidades.

Somos prácticamente humanos.

Si estuviera en Umbrawood, al alcance de la dictadura de Leif, aquello me afectaría. Hasta hace veinte minutos, me sentía afortunada de solo padecer alergias y no tener que alistarme al ejército para controlar a la población de aquel monstruoso reino, cuyos territorios abarcan casi todo el continente. Aunque Leif ya no va por la vida haciendo destrozos, sí causa temor gracias a las alianzas que tiene con Devian Saevus, el famoso y desconocido rey cruel.

Me detengo en medio de la solitaria carretera. No quiero aullar, no me duele tanto como para eso, pero sí sollozo por mi ego herido, porque recuerdo a Raisa y el día en que se fue con su verdadera familia. Le rogué que no me dejara, pero ella insistió, creyendo que así se podía llegar a salvar y sacarme de un problema a mí.

Al final, terminó yéndose de este mundo y nunca supe qué pasó con mi sobrino. Su familia, que solo me comunicó la noticia del fallecimiento, no me dio más información al respecto, y yo estaba demasiado destrozada como para seguir averiguando. Aun así, fui una tonta que volvió a creer en los humanos y me refugié en Sam.

—Los humanos son un asco, por eso Leif se alió con ese…

Sigo llorando, tratando de drenar todo mi dolor. Soy más sensible desde que soy una simple humana.

No es que me sienta tan sola en este mundo, claro que no.

—Sí, sí, me siento sola —sollozo—. Claro que me siento sola.

—No lo estás. Sigo aquí —susurró Niamh, haciéndome gruñir.

—No me voy a poner sentimental solo porque me hablas después de meses —le respondo—. Eres una insensible, ¿por qué no me advertiste sobre él?

—Te dije que no era nuestro compañero, pero siempre he respetado tus decisiones. Soy una loba, no una médium para saber que haría esa porquería.

No puedo evitar largar una carcajada.

—¿Y en alguna parte está nuestro compañero o todavía no nace? —pregunto con sorna—. Ya tengo veintisiete, necesito colágeno.

—Te repito que no soy una médium —gruñe—. ¿Yo qué voy a saber? Por el momento, dudo mucho que uno de estos patéticos humanos lo sea.

—Ay, qué grande es tu ayuda —resoplo mientras enciendo el auto.

Pero sí fue de ayuda. Su distracción me ayudó a centrarme y a decidir qué haré.

Voy a dejar mi empleo, usaré mis ahorros y viajaré por el mundo.

—Buena suerte, cariño —se burla Niamh.

De inmediato, reviso mi celular para ver mi aplicación del banco. Solo tengo una pequeña parte de mis ahorros, ya que le presté el resto a Sam para su equipo nuevo.

—¡Me lleva! —grito, golpeando el volante—. Creo que nos une algo más que el vínculo lobuno, nos une la deuda.

Niamh suelta una carcajada burlona que me hace añorar los meses en que estaba callada y perezosa.

—Pues ahora que estás soltera, tendrás que soportarme, bonita. Nadie te mirará por pobre e ingenua.

Pongo los ojos en blanco.

—Eres odiosa —mascullo.

—Vamos, sabes que bromeo —se ríe—. Pronto recuperaremos ese dinero. Tienes que pedírselo a Sam, seguro que te lo da.

—Ni loca. No lo quiero volver a ver —gruño—. Que se lo quede. Ya me irá mejor y…

—Honestamente, no creo que te vaya mejor. Las cosas se están poniendo complicadas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.