*Leif*
—No, no está embarazada —confirma el doctor.
Después de tantos negativos, ya ni siquiera me molesto en enfurecer. Ninguna mujer loba, por más fértil que sea, me ha dado el heredero que me asegurará seguir siendo su líder.
—¿Está completamente seguro? —pregunto de todos modos.
—Sí, Alfa Moonstone. No hay vida dentro de su vientre y ya esperamos el tiempo límite para descartar un falso negativo.
Me siento lentamente. El dolor me atraviesa el pecho otra vez, pero no es por el negativo, sino por la posibilidad de perder lo único que le da sentido a mi miserable existencia.
Pronto se convocará otro combate de selección, y esta vez no podré evitarlo. Ni siquiera Devian podrá ayudarme, ya que está ocupado preparando sus nuevas reformas fiscales, diseñadas para atraer más ingresos al reino a través de territorios que aún no controlamos. Cuando él se sumerge en sus asuntos, nuestras alianzas parecen no existir, y me veo obligado a emplear la fuerza.
En este momento, ya no puedo permitirme amenazar a punta de fuego ni con el ejército que tengo a mi disposición.
—Bien, entonces este es el fin.
El doctor palidece al comprender a lo que me refiero. En los últimos años, cada esposa que no ha podido darme un hijo ha sufrido el mismo destino. En total, he tenido seis esposas, y cada vez es más difícil encontrar a alguien que quiera casarse conmigo. No es por falta de atracción, sino por los castigos que han aprendido a conocer.
—Me parece que todavía es algo precipitado. Tal vez podamos esperar un mes más y…
—No, este es el último mes que le concedí, así que veremos qué sucede. —Me encojo de hombros con indiferencia.
—Sé lo frustrante que es para usted no poder obtener un heredero, alfa, pero tiene que ser paciente. Usted y su esposa son personas sanas y fértiles. Estoy seguro de que si aplican un tratamiento…
—No voy a emplear un tratamiento de fertilidad para tener un heredero. ¿Qué clase de hombre sería entonces?
—Tal vez algo esté fallando con la implantación natural. Ahora existen técnicas que…
—No, se acabó —lo corto—. Prepara a Luzbel.
—Se llama Luz María, Alfa —me dice Kevin, quien ya no se ríe cuando le cambio el nombre a mis esposas.
—Da lo mismo, es el mismo diablo.
De todas mis esposas, esta ha sido la más insoportable, pero admito que es la que más me da pena desechar. Por mucho, es la que mejor ha cumplido con su papel de esposa y la que acepta que la llame de otra forma mientras estamos juntos.
Claro, las pocas veces que lo estamos. Buscar procrear ya no me atrae, y prefiero pasear por los pueblos, atemorizando con mi presencia y recordándoles quién soy y lo que puedo hacer. Es ridículo, pero es la única forma de pasar la vida sin volverme loco.
Ninguno de los dos logra convencerme de tener piedad por mi esposa, quien me grita las peores cosas antes de perecer en la plaza del pueblo. Es un espectáculo al que a nadie le gusta asistir, pero que todos tienen que contemplar. Lo parte negativa es que eso dificulta mi búsqueda de esposa.
—Alfa Moonstone, creo que debería parar con esto —insiste Kevin mientras conduce de regreso a casa—. Cada vez es más difícil encontrarle una pareja adecuada. ¿Quién querría casarse con usted si va a terminar siendo carbón?
La idea me hace sonreír. Las cosas que dice mi beta de vez en cuando me hacen gracia, y por eso y más lo conservo.
—Pues estoy seguro de que muchos padres con muchas hijas no me dirán que no.
—No, ya no hay familias interesadas, Alfa —replica—. He intentado por todos los medios conseguir a alguna mujer, pero usted ahuyentó todas sus posibilidades.
La perspectiva es aterradora, pero como ya no conozco el miedo, simplemente me encojo de hombros. Ya aparecerá algo; siempre hay alguna mujer dispuesta a ser la que pueda darme un heredero.
—Es lamentable lo que has hecho, hijo —me reprende mi madre, que me espera en la sala.
—¿Qué haces aquí? ¿Y quién te dejó entrar? —le pregunto, perdiendo el poco buen humor que había conseguido con las quejas de Kevin.
—Soy tu madre, tengo derecho a entrar.
—Te equivocas. No me gusta que vengas sin avisar. Puedes irte ahora.
—¡Tienes que dejar de hacer lo que haces con cada esposa que no puede darte un hijo! —grita, exasperada—. Se hará otro combate de selección y elegirán a otra persona, seguramente a…
—No, eso no pasará —la interrumpo—. Y, si tuviera que enfrentarme a ellos, lo más probable es que…
—¿Y qué pasa si obtienen la aprobación del rey? Recuerda que ese loco está sediento de poder. Tal vez decida apartarte del camino para obtener más.
—Tú has escuchado algo —la acuso, acercándome a ella.
—Sí, Leif —asiente—. El rey ya no cree que esto esté funcionando y me lo hizo saber en esta carta.
Mi madre saca de su bolsa un sobre. El tipo de papel me resulta familiar y es real. La única forma de conseguir algo así es que alguien de palacio lo envíe.