*Eden*
Salir de territorio humano para regresar a la tierra que alguna vez fue mi hogar era impensable para mí... hasta que ese trío de pulgas se escapó de mí. Semanas atrás, los escuché hablar sobre lo mucho que querían detener a su papá y que dejara las crueldades que diariamente vemos en internet o la televisión, pero jamás pensé que se escaparían.
Aunque siempre tuve la opción de dejarlos ir y que se las arreglaran con ese infeliz de Leif, simplemente no pude contenerme de venir a buscarlos. Me costó mucho adaptarme a tenerlos en mi vida, pero ahora los amo como si fueran mis hijos y no pienso vivir sin ellos.
Sé que no se escaparon porque no me quieran, sino al contrario: quieren que deje de huir y tenga una vida plena.
—No tengo por qué darte explicaciones, Leif —le respondo a mi furioso hermano, que tiene la ropa revuelta por otro de sus ataques de ira—. Solo dame a los niños y nos iremos silenciosamente para que…
—He dicho que no —dice acercándose.
Aunque soy fuerte y puedo pelear yo sola contra diez hombres, mi hermano sí me intimida. Está mucho más fuerte y musculoso que la última vez que lo vi.
Mis sobrinos corren hacia mí, y los tres me rodean, gruñendo a su papá. Han sido pocas las veces que se han transformado, ya que, por alguna razón, prefieren ser humanos. Sin embargo, son demasiado buenos para hacerlo de inmediato.
Heredaron el talento de Leif.
—Apártense, no los voy a lastimar —dice Leif, irritado.
—Querido, creo que aquí tú saldrías perdiendo —me burlo—. No los subestimes por ser cachorros. Deberías ver cómo le fue a mi ex cuando llegó con un juez para que nos casáramos.
No puedo evitar reírme cada vez que recuerdo a Sam ofreciéndose a ser el padre de mis tres hijos, y luego siendo mordido por ellos. Es un recuerdo que me recarga la vida por completo.
De todos modos, todavía no se rinde. No le importa que mis pequeñas pulgas se conviertan en lobos, ni siquiera que yo sea una loba. Sigue intentando que lo perdone. Hace ya tiempo que lo hice, solo porque me da risa, pero definitivamente no volveré a ser su pareja.
—¿Expusiste a los niños a un hombre humano? ¡Eres una…!
Mis pequeños gruñen más y hacen retroceder a Leif, quien parece estar a punto de desmayarse. Él jamás se ha puesto así, salvo quizás por lo de Raisa, así que estoy segura de que esto lo está afectando profundamente.
—Eden, me da mucho gusto volver a verte —me dice Kevin, con una mirada atontada.
Realmente se ha puesto bastante más guapo; ya no es el muchacho enclenque que solía ser. Sin embargo, no es mi compañero y no pienso perder el tiempo con alguien que no lo sea. Ya he tenido suficiente con Sam.
—¿Qué tal? —contesto, antes de volver a mirar a Leif—. Y no, hermano. Ese tipo era mi novio justo cuando llegaron los niños, pero nos persiguió.
—Debiste...
—¿Y llamar la atención? No, gracias. Estaba ocupada cuidando a mis niños.
—Tenemos que hablar, así que tampoco te irás.
—¿No podría hacer de cuenta que nunca nos aparecimos? —sugiero, pero él niega con la cabeza—. Estábamos bien.
—No, tía —dice Lunaire—. Vinimos a buscarlo para que no tengas que seguir escapando.
—Te amo, pero estás en problemas, jovencita —le advierto, a punto de llorar—. No debieron hacerme esto. ¿Acaso soy tan mala?
—¡No! —exclaman ellos, consternados.
—¿No fue suficiente para ustedes que les demostrara mi amor compartiéndoles mi jamón serrano caro? Y la vez que se llenaron de piojos y...
—¡Piojos! —grita Leif, alejándose y rascándose la cabeza—. ¿Dejaste que tuvieran piojos?
—Bueno, cuando pasas días en ciertos bosques, es inevitable —me encojo de hombros—. ¿O qué? ¿Jamás te dieron? Te recuerdo que cuando tenías nueve años…
—¡Basta! Los tres van a subir ahora a que los revisen. Tú, Eden, vamos a hablar en el jardín.
—No tenemos piojos —gruño—. Bueno, yo no.
—Nosotros tampoco, tía —dicen mis tres pulgas al unísono—. Nos aseguramos de no tenerlas antes de venir. Además, ni siquiera nos transformamos.
—De eso se encargarán mis empleadas. Kevin, llévalos.
—Sí, alfa —responde él con resignación.
Rodeo a los niños con los brazos.
—Leif, por favor —suplico—. Todos estamos cansados, preferiría que…
Su mirada furiosa no deja lugar a réplica. Tendré que hablar con él sí o sí.
—Está bien, que vayan a darse un baño.
—Queremos que la tía Eden se quede —dice Riven.
—Pero claro que se quedará —sonríe Leif, aunque noto el sufrimiento en su mirada—. Tiene muchas cosas que explicar.
Una vez que las empleadas se llevan a los niños arriba, Leif me toma del brazo y me lleva a su despacho.
—No te conviene hacer un escándalo —le advierto—. Los niños me defienden mucho y…