Los cachorros perdidos del alfa cruel

Capítulo 14: Mi loba no está bien de la cabeza

*Eden*

Leif se ha ido corriendo y ha desaparecido tras lo que le conté sobre mi vida en estos años con sus hijos. No puedo adivinar lo que está pensando, pero sí intuirlo: debe sentir culpa, agonía y pensamientos que lo atormentarán por el resto de sus días. Lo único que me he callado es la participación de nuestra madre en todo esto, no porque la quiera, sino porque no quiero exponer a mis niños a una situación desagradable.

El día en que Leif se entere de lo que nuestra madre hizo, arderá todo, no tengo dudas.

—Creo que debiste decírselo, esa bruja no merece respirar —se queja Niamh.

«¿Y dejar que Leif se sienta aún peor y que lo destruya todo?», replico.

Mi loba me responde con un bufido.

«Basta, sé lo que hago. Bueno, eso creo».

—No, la verdad es que no tienes ni la menor idea de lo que estás haciendo, Eden. Ni siquiera tenías pensado volver. Si no fuera por esos tres cachorros descerebrados, no estarías en este aprieto.

—Si los vuelves a insultar, te juro que me desharé de nuestro compañero en cuanto lo encuentre —amenacé en un susurro—. Y eso te dolerá mucho.

—Pues tendremos otro —se burla.

¿Qué clase de loba anormal me vino a tocar? ¿Cómo se toma a juego que pueda hacerle eso a nuestro destinado? No está bien de la cabeza, necesita terapia.

—No, la que necesita ver a una eres tú. No debiste hacerte cargo de esos niños, al final te lo pagaron abandonándote y angustiándote como nunca en tu vida.
Intento rebatir, pero no lo hago. No es que crea lo que Niamh dice, sino que estoy herida porque mis niños me dejaron.

—Además, ¿qué clase de persona amenaza con destruir a su compañero? —refunfuña.

«Vaya, sí tienes sentimientos», me burlo mientras abro la puerta.

Si mis sentidos no fueran más desarrollados que los de un ser humano, habría pensado que la casa está en completo silencio. Mis pequeños están callados, seguramente escuchando las indicaciones de las empleadas, que los están preparando para bañarse.

Subo las escaleras a toda prisa, justo cuando en el pasillo Kevin está frente a ellos, comenzando a reprenderlos.

—Que el alfa les crea no significa que yo lo haré, ¿me entienden?

—¿Qué les estás diciendo? —reprendo a Kevin, pero este no se inmuta.

—¿No te has puesto a pensar que también te mintieron? —me pregunta.

—¿Que me mintieron?

—Sí, escuché que los encontraste a los cuatro años. Ellos pudieron haber armado todo un plan maestro con algún adulto que…

—Deja ya la paranoia, Kevin. Si están aquí es porque son los hijos de Leif. Él mismo los reconoció como suyos. ¿Por qué estás desconfiando de la palabra de tu alfa, eh?

Me llevo una mano a la cintura y lo miro con desconfianza. Él traga saliva.

—Incluso tú, que deberías ser su más fiel compañero, dudas de él. ¿Y dices que estos pobres niños están mintiendo?

—No, no dudo de mi alfa. ¿Cómo insinúas eso? Pero sí soy consciente de que todo lo sucedido le ha afectado. Tú no sabes todo lo que…

—Claro que estoy enterada, Kevin —gruño—. Las noticias sobre lo que hacen los de su especie también llegan al mundo humano.

—¿Los de su especie? —pregunta estupefacto.

—Sí, porque hasta para los licántropos hay categorías.

Mis pulgas sueltan risitas, que se acallan ante mi mirada severa.

—Vamos al baño, yo me encargo.

Las empleadas protestan por protocolo, pero parecen aliviadas de no tener que lidiar con los supuestos «piojos» que sé que mis cachorros no tienen.

—Ojalá que sí los tuvieran y les picara la cabeza como nunca —les digo mientras los preparo para el baño en una de las habitaciones—. ¿No se pusieron a pensar que me podría dar un infarto?

—Pero tú eres muy sana, tía Eden —responde Lunaire.

—Me da igual. Sentí a la diosa de la muerte respirándome en la nuca —suelto con un gruñido—. Ahora estamos atrapados aquí.

—No debiste venir a buscarnos, tía. Se suponía que tenías que estar libre —dice Riven, frunciendo el ceño.

—Querían conocer a su papá, ¿verdad? —pregunto con un tono más comprensivo mientras me acerco a ellos.

Los tres me toman de la mano. No me responden, pero yo sé que es así.

—¿Por qué nunca me quieren hablar de Raisa? ¿Qué pasó con ella? Leif quiere saberlo.

—No merece saber —dice Dean—. Le hizo daño.

—Lo sé, cariño, pero…

—No, no mientras sea una persona cruel y que quiera castigarla —masculla Lunaire.

—Pero si ella está muerta, ¿no?

—Sí, pero no queremos que la visite. Nosotros creemos que la gente en el cielo puede escuchar y sufrir.

—De acuerdo, no se lo diremos. —Suspiro—. No vuelvan a hacer algo así, ¿de acuerdo? Prefiero vivir aquí que estar separada de ustedes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.