Los cachorros perdidos del alfa cruel

Capítulo 15: ¿Qué haría si la tuviera frente a mí? ¡Castigarla!

*Leif*

Correr y golpear troncos en mi forma humana nunca fue una opción para mí, pero ahora es lo único que me ayuda a liberar toda la presión que llevo por dentro.

Mis nudillos están destrozados y mis músculos duelen como nunca antes. Intento recordar, una y otra vez, el momento en que tuve a Raisa entre mis brazos y cómo fue que ella siguió después de eso.

Mi madre debería saberlo, ya que vivía y sigue viviendo en esa casa.

—Tengo que saber la verdad, tengo que hacerlo —digo temblando.

El viento que sopla en el bosque es helado, y una agradable luz lunar se filtra por las copas de los árboles, pero no puedo relajarme.

—Raisa, Raisa —digo, poniéndome de rodillas—. Debe haber un error, yo recordaría haberlo hecho.

Frunzo el ceño, sintiendo un dolor repentino en la sien. Si tuviera problemas médicos que lo justificaran, no me extrañaría, pero no los tengo.

—Raisa —repito, intentando conectar con esos recuerdos que no estoy seguro de tener.

Cierro los ojos y siento una calma falsa que me permite concentrarme y llegar a esa zona de mi cerebro a la que nunca intento llegar por miedo a lo que pueda descubrir allí.

Tengo miedo de haberla herido, aunque evidentemente ya no exista.

De repente, ese recuerdo se abre paso en mi mente. No es tan nítido como me gustaría, ya que estoy en completa oscuridad, pero pienso en lo maravilloso que huele esa mujer, lo especial que es y cuanto más cerca quiero estar. En lugar de darle cabida a las sensaciones más intensas, me enfoco en mi autocontrol.

Esa noche, incluso estando tan mal, tuve cuidado.

—Raisa.

El recuerdo desaparece junto con las dos lágrimas que derramo. Saber que estuvimos juntos no aminora el dolor, sino que lo empeora.

—¿Lo recordaste? —me pregunta Eden, recargada en uno de los árboles—. Sí, recordaste a Raisa.

—Solo vete de aquí —mascullo, sin moverme de mi sitio—. ¿Te complace verme así?

—No, hermano, por supuesto que no.

—¿Por qué no la trajiste a mí en lugar de huir con ella? —le reprocho—. Yo me habría hecho cargo.

—No sabía qué esperar de ti, Leif. Jamás volteaste a verla. Supuse que no querías que fuera tu luna. Dios mío, ni siquiera entiendo lo que hice, pero te pido perdón.

—¿Cómo?

—Tal vez las cosas habrían ido mejor si te la hubiera entregado a ti. Lo siento mucho.

—Ahora es demasiado tarde, Eden —le recrimino—. La perdí, y ahora lo único que me queda son esos tres niños de los que no tengo idea de cómo voy a cuidar.

—Pues al menos tienes algo, una oportunidad de redimirte por lo que le hiciste a Raisa.

—Eso fue algo que no quise…

—Claro que quisiste —me interrumpe—. Tal vez lo hiciste para protegerla, pero no pudiste evitarle el dolor de saber que estabas con otras. Ella lo sentía, sentía cuando elegías a otra mujer en vez de a ella.

—¡Basta, no te quiero oír! —le grito, tapándome los oídos—. No, ella no podía sentirlo, no la marqué.

—Claro que lo sentía. La conexión que ambos tenían iba más allá de la marca. Cuando tu compañero es un humano, son uno solo, no tu complemento.

—Entonces, si eso es así, ¿por qué no me fui con ella? Tengo que encontrar a Raisa. Tal vez siga viva.

—Puede ser, pero los niños no quieren decirme nada. Y te juro que no me gusta verte sufrir así.

—¿Cómo confiar en ti si no nos hemos visto en años?

—Lo sé, pero estamos obligados por tus hijos.

—Podría echarte.

—Claro, pero entonces ellos se irían. Créeme, se las arreglan muy bien para hacerlo.

—No, no lo harán. No pueden dejar la manada, no me pueden dejar a mí.

—Entonces no los lleves ante ese rey. Son solo…

—Jamás dejaría que Devian les hiciera algo malo —le aseguro a Eden, que parece realmente nerviosa—. Sí, es un hombre que ha jugado sucio e invade territorios como si fuera la peste, pero no va a lastimar a tres niños.

—Eso es lo que dices —Eden entorna los ojos—. Yo no confío en él, ni en ningún humano.

—¿Ni en Raisa?

—Ni siquiera en Raisa, porque ella me dejó para irse con los suyos.

—Raisa, ¿por qué hizo esto? Demonios, quisiera tenerla enfrente y…

—¿Qué? ¿Qué harías si la tuvieras enfrente?

El temor en los ojos de mi hermana me hace sonreír. Ahora que sé que estar conmigo no le arrebató la vida y que pudo dar a luz a mis hijos sin problemas, me vienen a la mente mil ideas.

—No la dejaría ir nunca, sería solo mía —le respondo—. La castigaría por no atreverse a ser clara conmigo y por engañarme.

—¿Castigarla?

Me levanto del suelo mientras asiento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.