*Eden*
Regreso a casa sintiéndome muy asustada por la mirada frenética de Leif, quien se empeña en creer que encontrará a Raisa algún día. Tengo miedo de que arrase con más pueblos y que más gente inocente pague por su ira. Sin embargo, algo me dice que sus cachorros harán que se apacigüe ese dolor.
De verdad espero que eso suceda.
—Pues yo lo vigilaría muy de cerca —me susurra Niamh—. No podemos confiar en alguien así.
Detengo mis pasos de golpe. ¿Es en serio lo que me dice?
—A ver, ¿de cuándo a acá te importan mis pulgas? —le pregunto estupefacta—. Estás tramando algo, ¿verdad?
—No sé. Desde hace algunas horas, desde que Leif mencionó la fiesta, tengo la sensación de que podría irnos bien.
«Cada día más loca», le respondo en mi mente para que Leif no escuche, aunque dudo que me preste atención en este momento.
—No, no estoy loca —me responde serena—. Creo que será lo mejor.
«Si piensas que entre esa bola de seres odiosos de la corte estás muy equivocada. Ahí no hay licántropos».
—Eres melliza de Leif. Tal vez un humano también sea nuestro compañero, ¿no lo crees?
Detengo mis pasos, asustada por lo que me está diciendo.
«Me niego a creer que eso sea cierto. Me niego a que mi compañero sea un ser humano tan repugnante», le digo, estremeciéndome.
Ya me los puedo imaginar a todos siendo unos cerdos, comiendo a manos llenas —qué envidia— y mirando a las mujeres como objetos. No es que Sam fuera así, pero sí me traicionó, cedió ante la tentación en cuanto tuvo la oportunidad. ¿Por qué no haría lo mismo alguien de la corte, rodeado de mujeres hermosas?
—Solo es una idea, no te enfades —gruñe Niamh—. Igual, creo que ya es hora de que lo encontremos, te estás haciendo vieja.
No le contesto, me tiene cansada. Para mi sorpresa, Niamh tampoco dice nada más y se queda en silencio el resto del camino.
Al llegar a casa, me encuentro con Kevin, quien está lanzando algunas piedras a la fuente. Tiene una expresión abatida y fastidiada.
—Hola —lo saludo.
Kevin alza la vista y hace una mueca, pero sus latidos delatan su nerviosismo de verme.
—Buenas noches, Eden —me responde—. ¿Se te ofrece algo?
—No, solo me pregunto qué es lo que te pasa, no el tema de que te guste.
Sus mejillas se encienden y deja de mirarme.
—Por Dios, no digas tonterías.
—No estoy diciendo tonterías, y lo sabes. Es hora de que dejes de pensar en mí de esa forma. —Suelto un suspiro—. No es que no seas guapo o que no pudiera tener esas cosas contigo, pero no estamos destinados. Sinceramente, ya un patán jugó con mi corazón, y no tengo ganas de volver a vivir lo mismo.
—Pero era un humano, ¿no? Bueno, eso escuché.
—Sí, sí, pero en estos momentos no tengo ganas de enredarme con nadie. Soy como una madre soltera.
—Madre soltera —murmura—. La verdad es que sí, parece que los amas mucho.
—Lo daría todo por ellos, y haría lo que fuera por mantenerlos a salvo.
Kevin continúa lanzando piedras, fingiendo que no me ha escuchado, pero sé que sí lo ha hecho. Su ritmo cardíaco disminuye, lo que indica resignación. Ni aunque nos falte una pareja, podremos estar juntos.
—¿Y si nunca pasa? —pregunta de repente—. ¿Y si nunca lo encontramos?
—¿Qué cosa? ¿A nuestro compañero? —me río—. ¿Sabes? El mundo humano me hizo darme cuenta de algo.
—¿De qué cosa?
—De qué quizás es mejor no encontrarlo —respondo con el tono más serio que puedo antes de marcharme.
—No quiero que estemos solas de por vida —susurra Niamh—. Puede que tener un compañero no sea tan malo.
—Para mí lo sería —mascullo—. Lo más importante en mi vida son mis pulgas.
Mis niños ya están dormidos cuando llego a la habitación, el ritmo de sus corazones me lo indica. Estaban muy cansados como para mantenerse despiertos después de este día tan lleno de emociones.
—Solo espero que estemos bien —digo mirándolos con preocupación—. No puedo permitir que algo malo les suceda mientras estén aquí.
Me quito los zapatos y me recuesto horizontalmente en la cama para no molestarlos. Junto las manos bajo las mejillas y suspiro, pensando en lo que será de nosotros ahora que Leif asumirá su papel de padre.
«Sé que no te hablo seguido, diosa, pero por favor, haz que él cambie y no haga más atrocidades», oro.
Niamh no dice nada, está tan nerviosa como yo. De hecho, está bastante extraña, y me temo que sea síntoma de alguna enfermedad o de que algo malo vaya a suceder.
—Te dije que no soy vidente —gruñe Niamh, adormilada—. Solo sé que me siento distinta.
«¿Entonces nos vamos a morir? ¿Es eso?».
—Déjame dormir, no quiero escucharte más —responde irritada.
«Comienzo a creer que nuestro compañero sí es un humano. Eres una desalmada», murmuré, haciéndole un gesto grosero en mi mente.