Los cachorros perdidos del alfa cruel

Capítulo 18: Tenemos una misión: transformar al alfa cruel en un padre respetable

*Eden*

—Tía, lo siento —se disculpa Lunaire entre lágrimas al verme caminar pensativa—. No queríamos mentirte, pero…

—El caso es que lo hicieron, siempre me han mentido —digo, deteniendo mi andar—. Creía que había confianza entre nosotros cuatro.

—Es que es tu mamá —responde Riven, mirándome avergonzado—. Pensamos que no nos seguirías o que te irías.

—Me decepciona que piensen de esa manera —suelto, sin detenerme a considerar sus sentimientos porque estoy muy herida—. Me decepciona que crean que yo no la habría delatado si ustedes me lo pedían. ¿Qué clase de…? Bueno, ¿por qué esperar demasiado? Son hijos de Raisa.

Los ojos de mis pulgas se abren de par en par. Acabo de hacer precisamente lo que juré nunca hacer: herirlos con mis palabras. Aun así, no me disculpo y les doy la espalda. Todavía no me puedo recuperar de mi asombro ni me puedo dejar de preguntar si ellos de verdad me quieren o solo me usaron.

—Tía Eden, mamá nunca ha sido mala. Ella no quería dejarte —solloza Dean—. No nos trates así.

Ahora soy yo quien rompe a llorar, con el rostro entre las manos. Sin darme cuenta, el coraje se desvanece y me vuelvo hacia ellos mientras asiento.

—Lo siento, mis pulgas. Lo que pasa es que…

—Te amamos —me dice mi sobrina, abrazándome—. Te amamos tanto como a mamá.

—Sí, créenos —me suplica Dean, que también se acerca para rodearme—. Eres la mejor de todo el mundo, te pedimos perdón.

—Perdón, tía Eden. Te amo —dice Riven, llorando también.

—Ay, mocosos tontos —gimoteo—. También los amo, los amo más que a mi vida. Eso sí, no quiero que me vuelvan a decir mentiras. No las que tengan que ver con esa señora.

—No, no lo haremos, pero dinos que nos perdonas —me pide Lunaire—. Por favor, por favor.

—Ay, está bien, pero en el siguiente baño les lavaré muy bien las orejas —gruño.

—¡No, todo menos eso! —grita Dean, causándome una carcajada.

Los niños no se olvidan de lo ocurrido, pero tratan de mantenerse tranquilos jugando y haciendo sus lecciones diarias. Aunque puedo parecer un poco irresponsable, no lo soy del todo y decidí educarlos en casa. No ha sido tan difícil como dicen muchas madres, ya que ellos saben leer, pero a veces me resulta complicado recordarles que hagan los deberes.

Leif no se aparece hasta bien entrada la tarde, una en la que Niamh no ha hecho más que gruñirme y decirme que si perdemos a nuestro compañero, se callará para siempre como lo ha hecho Kael.

«Ay, mi vida, me encantaría que te callaras para siempre», le respondo con sarcasmo mientras me acerco a mi hermano.

—No, mejor te gritaré todo el tiempo —responde, más furiosa.

—¿En dónde estuviste? —le pregunto a Leif.

—En el calabozo, naturalmente —responde con seriedad—. Ella no ha querido decir nada, pero ahora sé que tú sabías todo. Fue ella, no mi padre, quien sacó a Raisa de aquí.

—¿Y eso qué significa?

Leif me toma fuertemente del brazo. Su respiración se vuelve errática y pierde la compostura con la que había llegado.

—Prisión preventiva para ti, Eden. No pienso volver a confiar en ti.

—¡¿Qué?! No, Leif, lo que yo quería era que…

A pesar de mis protestas, mi hermano termina llevándome a una de las habitaciones más polvorientas y descuidadas de la casa.

—Si solo me vas a decir mentiras, será mejor que te deje aquí. ¿Por qué merecerías alimento cuando…?

—Solo te oculté que nuestra madre fue la que encerró a Raisa —digo furiosa—. Fui yo la que la rescató y la que la llevó lejos para protegerla. No te lo dije para defenderla a ella, sino para proteger a mis pulgas. Que quede bien claro que por ellos soy capaz de mentir a todo el mundo, incluso a la diosa.

Leif sonríe ante mi blasfemia, pero no parece menos enojado, por el contrario: la ira arde en sus ojos, que son casi un reflejo exacto de los míos.

—No puedo confiar en ti, y ahora menos que tienes a mis hijos. Yo me haré cargo, te puedes largar.

—No, jamás me iré sin ellos.

—Entonces, no me quedará más remedio que…

De pronto, tres cachorros, que me parecen más grandes desde la última vez que los vi transformados, destruyen la puerta y se lanzan sobre su padre. Este tarda unos cuantos segundos en quitárselos de encima. Retrocedo asustada, incapaz de decir algo ante la rabia que expresan los gruñidos y miradas de mis niños.

—No pueden transformarse dentro de la casa —los reprende mientras esquiva sus ataques—. No los voy a lastimar, regresen y hablemos esto.

Mis pequeños se acercan a mí y me rodean. Los gruñidos que le dedican a su padre me atemorizan un poco, no por ellos, sino por lo que pueda pasar.

—No puedo confiarle su seguridad —protesta Leif—. Todos me mienten, siempre me han mentido.

—Leif, solo omití la verdad porque sabía lo que le harías a nuestra madre si se enteraba de todo. Solo quería que te llevaras bien con ellos, eso es todo. Por favor, haré lo que quieras, pero no me alejes de ellos, son lo único que tengo.




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