Los cachorros perdidos del alfa cruel

Capítulo 23: A veces, las pesadillas sí se hacen realidad

*Leif*

No puedo dejar de dar vueltas en la cama, intentando dormir. Pronto me doy cuenta de por qué.

Mi hija está caminando por el pasillo.

Por alguna razón, en este poco tiempo desde que llegaron, he aprendido a identificar sus latidos. Los de los gemelos son casi iguales, pero el de mi hija tiene momentos en que parece el de un humano y luego es tan acelerado como un licántropo. No es nada raro, dado que su madre es una humana, pero me extraña que los dos niños sean completamente como yo.

—Ah, hola —me saluda ella cuando abro la puerta y me la encuentro—. Yo...

—¿Pasa algo? —le pregunto con más brusquedad de lo que pretendía.

—No, perdóname por molestar.

Se da la media vuelta para marcharse, pero la tomo suavemente del brazo y la hago girar. Lunaire se pone muy tensa ante mi toque, así que la suelto con cuidado y me pongo en cuclillas.

—Perdóname, no quería hablarte así, es que me preocupas.

—¿Gruñes cuando te preocupas? —pregunta con el ceño fruncido.

Su expresión es exactamente igual a la de su madre cuando intenta comprender algo complicado. Cada vez que leía algo y no entendía un concepto familiar para nosotros, ponía esa misma cara.

—Mmm… Algo así —sonrío—. Creo que soy un bruto, jamás traté con niños. Y menos con niñas tan hermosas como tú.

Mi hija se sonroja y sus ojos comienzan a brillar. Es una pequeña versión de Raisa, una que despierta en mí la más intensa ternura.

—Bueno, lo haces mal, pero no tan mal —responde—. Al menos ya aprendiste que la tía Eden tiene que estar con nosotros.

—Te prometo que no dejaré que la aparten de nuestro lado —juro—. Yo lo arreglaré mañana.

—Tengo miedo, papi —solloza, acercándose a mí—. No quiero que la tía Eden se vaya.

—Ven, vamos a hacer algo que me ayudaba a dormir.

La tomo entre mis brazos y ella se acurruca tiernamente. Por alguna extraña razón, tener a esta pequeña cachorra en mis brazos me hace sentir mucho más poderoso que todas mis acciones pasadas.

Bajo lentamente al segundo piso, sintiéndome orgulloso de mí mismo porque Lunaire parece más calmada, casi hasta el punto en que creo que está dormida.

Al llegar a la cocina, me doy cuenta de que sí lo está, y que no será necesario prepararle ese té suave que una de mis nanas me hacía cuando era pequeño.

—Te pareces tanto —digo mirándola.

No quiero soltarla ni recostarla en ningún otro sitio que no sean mis brazos, así que voy a la sala y me acomodo en mi sillón. Lunaire se remueve un poco, olfatea con su naricita y suspira antes de esbozar una leve sonrisa.

A pesar de lo relajante que es tenerla así, me mantengo despierto durante largo rato, observando a mi bebé. Sé que es una niña que ya puede hacer muchas cosas, pero en ese momento, para mí no es más que una recién nacida que apenas comienza a descubrir el mundo.

—Raisa, Raisa —susurro con pesar, sintiendo cómo el dolor amarga este precioso instante—. ¿Por qué?

La respuesta es obvia. Siempre ha sido mi cobardía. Me dejé arrastrar por las pesadillas que me mostraban lo mucho que podía dañarla si me atrevía a estar a su lado. Ahora lo comprendo: nunca debí hacer lo mismo que Eden pretende hacer. Todo habría marchado bien si tan solo le hubiese dado su lugar.

Cuando me doy cuenta, las lágrimas ya ruedan por mis mejillas, y siento la tentación de sollozar. No quiero despertar a Lunaire ni que se aparte de mí, pero el nudo en mi garganta es insoportable.

Raisa se merece estar aquí, cuidando de ellos, siendo la mujer de esta casa. Si tan solo la tuviera enfrente, se lo daría todo, aunque probablemente también me dejaría llevar por impulsos oscuros y controladores. No querría que nadie la apartara de mi lado.

Pero aunque sea problemático, la quiero conmigo. Y para saber dónde está, tengo que ganarme a mis cachorros. Solo espero que eso sea más sencillo.

—Bueno, diste el primer paso —susurra alguien.

Esta vez sí es Kael.

A pesar de la conmoción de haberlo escuchado, termino durmiéndome, reconfortado por el calor de Lunaire. Sin embargo, al despertar, ese calor es más intenso y extraño.

¡Tengo sobre mí a dos cachorros más!

—Espera, no te muevas —dice Eden, que está frente a nosotros—. Esto es digno de ser fotografiado.

—Pero…

Mis dos hijos saltan de inmediatos, somnolientos y frotándose los ojos. Por extraño que suene, extraño de inmediato ese calor.

—¿Qué hora es? —pregunto, confundido

—Las seis de la mañana. Me dijiste que tenías que ir al palacio a las ocho, así que vine a despertarte.

—Eden, debiste despertarme antes —gruño—. El palacio queda a cuatro horas, y con el auto como está…

—Pues se supone que a eso vamos, ¿no? Puedes echarle la culpa a eso y hasta pedir dinero de más.

—Sí, lo voy a pensar —le miento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.