*Eden*
Podría usar mi fuerza o transformarme, pero este instinto de protección que acaba de nacer hacia mi compañero me lo impide. Aun así, no puedo evitar pensar en lo fuerte que es, ya que ningún humano promedio podría levantarme así.
—¡Te dije que era un papucho, fuerte, macho! —exclama Niamh, llena de júbilo.
Colgada del hombro de Devian, sí que puedo ver que es todo eso que dice Niamh. Sin embargo, el miedo no se me quita. Este hombre está loco, y le late el corazón a una velocidad que no comprendo. ¿Tan emocionado está de conocerme? Mejor dicho… ¿sabe que soy su compañera?
—¡Suéltame! —grito, luego de tomar aire—. Se me ven los calzones, por favor.
El rey gruñe y me cubre como puede, pero no me hace caso y sigue avanzando hacia no sé dónde. ¿A su habitación? ¿O me encerrará con esas mujeres que dicen que tiene? Me voy a morir si eso pasa.
—En eso estamos de acuerdo. No dejes que te sea infiel —gruñe Niamh, celosa—. Domestícalo. Que aprenda a respetar.
—Eso sería si fuéramos algo, pero no lo somos —masculló, mientras le doy puñetazos contenidos en la espalda—. Puedo caminar, ¿sabes?
—Cállate —me exige.
Finalmente, llegamos a una enorme y esplendorosa habitación. Hay tantos ornamentos dorados que me da dolor de cabeza, pero no se puede negar que es hermosa.
—Bueno, gracias por bajarme —digo con sarcasmo cuando por fin me deja en el suelo.
Alzo el rostro y me sorprende su estatura. Este hombre debe medir al menos dos metros. Sus facciones angulosas y su mirada profunda me dejan anonadada.
«Bueno, no está nada mal. Mejor dicho, está más que bien… pero parece un loco», pienso, algo asustada.
¿Es normal tenerle miedo a tu compañero? ¿No debería tenerme más miedo él a mí?
O sea, sí siento ganas de llevarlo a la cama, darle cachorros y esas cosas, pero la forma en que me mira me aterra.
Creo que la que terminará inválida aquí soy yo si llega a ponerme un dedo encima.
—Ahora sí, tienes que arreglar lo que me hiciste —masculla—. Empieza por…
—A ver, a ver, a ver —lo corto, retrocediendo un par de pasos—. Usted fue quien chocó el auto de mi hermano, ¿o me equivoco? Así que es usted quien tiene que arreglarlo, no yo.
—¿Tu hermano? —entorna los ojos—. ¿Eres…?
—Sí, Eden Moonstone. Hermana de ese mequetrefe que se dice alfa, y que ya está aprendiendo a controlarse gracias a mí y a sus hijos. Hijos que yo he cuidado, para que lo sepa. Puedo dar fe de que son suyos.
—Se nota que son suyos. Lo que no me dijo es que tenía una hermana. Así que eres loba... interesante.
Me repasa de arriba a abajo con la mirada. No puedo decir que me molesta; de hecho, me gusta muchísimo porque se podría morir de lo hermoso que está.
Pero no puedo darme el lujo de quedarme encerrada aquí con él. Me da la impresión de que estoy frente al feroz hombre loco y que no va a dejar ni mis huesitos.
No estoy lista. Tampoco estoy segura de qué pasaría si él y yo hiciéramos cosas de compañeros.
—Raisa sobrevivió, él también puede —me anima Niamh—. Hazlo por el bien de todos.
«La que no está segura de sobrevivir soy yo», le respondo mentalmente.
Mis impulsos son tan fuertes, que siento un calor insoportable recorrerme el cuerpo. Es mi compañero, necesito unirme a él, pero simplemente me niego. Por suerte, mi racionalidad no me ha abandonado, tal y como me aseguró Leif.
—Sí, y me puedo transformar y morderte si no te apartas —le advierto—. Puedo ser muy feroz si me lo propongo, incluso más grande que tú.
—Solo si te paras en dos patas —se burla Niamh—. Y eres terrible en eso.
No puedo enojarme con ella, no cuando veo que mis palabras están causando efectos secundarios enormes en el rey.
—Estoy funcionando —dice, sorprendido—. Eden, estoy…
—Ah, así que era eso —me río, nerviosa—. Felicidades, ya salió del embrujo. Ahora, si me disculpa…
El monarca me atrapa antes de que llegue a la puerta, lo cual me sorprende mucho. ¿Por qué tiene mejores reflejos que yo?
El contacto de su mano me quema la piel y me acelera el corazón. El suyo también lo hace, y entonces lo noto: laten al mismo ritmo, como si fueran uno solo.
«Por Dios, quiero besarlo, quiero tantas cosas…», pienso, mirando esos labios hermosos y perfectamente delineados.
—Eden, eres mía, ¿verdad? —me pregunta.
Se me eriza toda la piel. Esos ojos oscuros están llenos de súplica, de desesperación y dolor. Él lo sabe, y no tiene caso ocultárselo.
—Es absurdo, pero siento que…
—Sí, eres mi compañero —le confieso con un suspiro—. Pero me iré de aquí, y haremos de cuenta que no está pasando nada.
—No, claro que no —refuta, tocándome el rostro.
Cierro los ojos, dejándome llevar por un instante por el calor de su contacto. Los humanos tienen una temperatura similar a la nuestra, pero él parece tenerla más alta que yo.