*Leif*
Al volver al palacio, me informan que Eden se quedará a dormir con el rey y que posiblemente no la envíen a casa hasta el día siguiente. Mis cachorros y yo nos miramos consternados. Ya no nos hace gracia que ella se quede aquí cuando Lunaire podría estar en peligro.
—Insisto —le digo a Bartosz—. Necesitamos que Eden venga, se trata de los niños.
—Le he dicho que no puedo importunar al rey ahora —gruñe—. Me pidió que por nada del mundo lo interrumpiera.
—Es mejor que esperemos, papá —me dice Lunaire, tomándome de la mano—. No pasa nada.
—No, ustedes la necesitan más que él, así que vamos a…
Un fuerte temblor sacude el palacio entero, obligándonos a sujetarnos del pasamanos.
—¿Qué está pasando? —pregunta Riven, asustado.
«Algo no apto para que lo sepan», respondo mentalmente.
—Nada, seguro que Eden está gritándole al rey —farfullo—. Debe querer ser liberada.
El corazón de Bartosz se acelera.
—¡No puedo permitir tal cosa!
—Papá, es mejor que no los molestemos —dice Dean—. Podemos volver mañana y la rescatamos.
—¿Y si ya no nos dejan entrar? —pregunta Lunaire, asustada—. Papá, hagamos algo.
Respiro profundo, intentando encontrar una solución, pero es Bartosz quien se adelanta a decir lo que estaba por proponer.
—Vengan conmigo, les ofreceré habitaciones de huéspedes. No creo que sea bueno para la futura reina angustiarse al no verlos. Además, el rey lo permitió.
Miro a mis hijos, buscando su aprobación. Por suerte, los tres asienten y acompañamos al asistente del rey hacia las habitaciones de invitados, que resultan estar en el ala opuesta a donde se encuentran las zonas que Devian frecuenta más.
Aun así, me alivia saber que vamos a quedarnos. Ahora más que nunca quiero estar cerca de Eden, porque sé que será quien encuentre una solución para lo que le ocurre a mi hija. Y si no la tiene, al menos no sufriré solo.
Definitivamente, soy un miedoso cuando se trata de mis cachorros. Ya no soy ese hombre déspota que solía ser; ellos se convirtieron en la luz que alumbró mi vida oscura. Ahora todo tiene sentido, y me niego a perderlos.
—¿Estás segura de que no te duele, hija? —le pregunto a Lunaire mientras la arropo, luego de que se pusiera su pijama—. ¿Te sientes bien?
—Sí, papi —asiente—. Solo me pica por ratos, pero ahora que tengo otra ropa, me siento mejor.
—Me alegra escuchar eso —le sonrío, aunque siento que la alegría no me llega al corazón—. Sea lo que sea, lo vamos a solucionar, ¿sí? ¿Cómo conocías el nombre de esa marca?
—Mamá nos mostró algunos libros. La tía Eden también —responde—. La tía nos educó más para vivir como humanos, ya que estábamos entre ellos, pero también nos habló de algunas leyendas.
—Así que ella sabe lo que es una marca solar.
—Sí, pero tampoco sabe lo que significa. Solo que aparece en una persona cada muchos años. La verdad es que me dio miedo y no puse atención. Perdón, papi.
—No, mi cachorrita, no me pidas perdón.
Los ojos de Lunaire se iluminan ante ese apodo cariñoso. Me ha salido de forma natural, sin buscar ganármela, pero me alegra verla incorporarse y mirarme con esa súplica tan inocente.
—¿Podrías dormir conmigo? Tengo miedo y mis hermanos se quedaron en otra habitación.
—Sí, hija, claro. No me iré de aquí.
Me quito los zapatos y me recuesto junto a ella. Lunaire me olfatea un poco y sonríe.
—Hueles rico, tal y como dijo mamá un día —susurra.
Por la cabeza se me cruzan todos los momentos en que estuve cerca de Raisa. Tal vez en una de esas ocasiones lo notó. Bueno, si quitamos la vez en que concebimos a nuestros cachorros…
—¿Ella te habló mucho de mí? —pregunto, intrigado.
—Sí.
—Bueno, yo te hablaré de ella entonces.
—¿Sí? —pregunta ilusionada—. ¿Qué es lo que recuerdas de ella?
—Todo, hija. Puedo recordar cada nota de su aroma, cada matiz en el color de su pelo. Y sus ojos… eran marrones, con algunas líneas más claras.
—Mamá huele a flores —suelta una risita—. Y a ella, a mamá.
—Sí, ella es tan especial. Y tú te pareces mucho, hija —le contesto, pellizcando suavemente su nariz.
—¿Tu corazón latía fuerte cuando la veías?
—Sentía que me iba a desmayar.
—Debiste poner cara de tonto —se burla.
—Por dentro, sí —admito con una sonrisa—. Raisa es la mujer más hermosa de todo el mundo… bueno, hasta que tú naciste. Ahora son las dos.
—¿Piensas que soy bonita?
—Eres la niña más hermosa, y no lo digo porque soy tu padre, sino porque de verdad lo pienso.
—Estás jugando.
Pongo los ojos en blanco, riéndome.