*Leif*
Lo hermoso de ser niño es que a veces se le quita importancia a cosas que en realidad son graves. Mientras observo a mis hijos jugar en el río al que los traje, pienso en cuánto deseo verlos crecer, que esto no termine jamás.
A partir de hoy debo emprender una búsqueda aún más exhaustiva de Raisa. Tengo que seguir presionando a mi madre para que me diga lo que sabe. A pesar de las torturas, no da su brazo a torcer y ya estoy cansado.
Debo hacer un último intento.
—¡Papá! ¡Vamos a competir para ver quién aguanta más bajo el agua! —me grita Dean, muy alegre—. Cuéntanos el tiempo.
Les sonrío mientras regreso al río. Riven y Lunaire también se muestran entusiasmados. Es difícil encontrar ánimos para jugar con ellos mientras mi mente es un infierno, pero sé que debo dar lo mejor de mí para que sean felices y se resistan a abandonarme.
No dejaré que se vayan, aunque deseo que ellos tampoco quieran hacerlo.
—Les propongo algo más interesante —les digo—: deben transformarse bajo el agua. El primero que lo logre, gana.
—¡¿Qué?! —exclaman incrédulos.
—Pero eso es fácil —protesta Riven, frunciendo el ceño.
—Eso no es divertido —bufa Dean.
—¿Han intentado transformarse bajo el agua? —pregunto arqueando una ceja.
Mis trillizos se miran entre sí y niegan con la cabeza.
—No, ahora que lo pienso, no —responde Lunaire—. ¿Es muy difícil?
—Les aseguro que es más complicado que hacerlo en tierra firme. Intenten, ya verán. Traje ropa para ustedes, así que no se preocupen
—¡Está bien! —exclaman los tres antes de sumergirse.
Me alejo un poco y me río al verlos intentar transformarse y frustrarse porque no lo logran bajo el agua. Ese ejercicio es de los más difíciles, pero resulta un buen entrenamiento desde cachorro.
—¡Es imposible! —grita Riven, furioso—. Nos estás engañando.
—Para nada, hijo. Claro que es posible, solo tienes que practicar mucho.
—No vamos a lograrlo ahora —gruñe Lunaire—. Es muy…
Sus palabras se interrumpen cuando vemos a Dean salir en forma de lobo y aullar de alegría. Abro los ojos de par en par, igual que mis otros dos cachorros. Primero protestan con envidia, pero luego gritan de júbilo ante la impresionante hazaña.
—Es increíble —lo felicito cuando salimos del agua y nos vestimos—. A mí me tomó semanas lograrlo.
—¡Soy genial! —exclama mi hijo, eufórico—. Voy a ser el próximo alfa.
—Mmm… no cantes victoria, hermanito —ríe Riven—. Yo también lo lograré pronto.
—Me pica mucho esto —se queja Lunaire, rascándose la nuca—. ¿Cuándo se me pasará?
—No lo sé, hija, pero te sugiero que no te toques. En cualquier momento podría quemarte los dedos —le digo mientras la hago girar.
Mis hijos y yo jadeamos y retrocedemos al ver cómo la marca de Lunaire brilla ahora con un amarillo intenso.
—¡Me arde! —grita ella, sollozando—. ¡Papi, me quema mucho!
Intento detenerla, pero se retuerce tanto que termina transformándose y corriendo hacia el agua. Al no encontrar alivio, sale del río y se va a toda velocidad.
Mientras mis hijos se preparan, llamo a Kevin para que contacte a Eden y nos ayude.
En el fondo no me gusta admitir que no puedo lidiar solo con los problemas, pero reconozco que necesito a mi hermana para esto y que eso no resta el amor que empieza a afianzarse entre mis cachorros y yo.
—Te queremos, papá —dice Dean mientras corremos detrás de Lunaire, ya transformados—. Gracias por llamar a la tía Eden.
—Eres genial haciendo esto —me elogia Riven.
No me da tiempo de procesar la emoción que me provocan sus palabras, porque Lunaire se acerca peligrosamente al borde de un barranco. Pedirle que se detenga con el ardor que sufre en la nuca es inútil.
—¡Se va a caer! —chillan mis cachorros.
Acelero la velocidad, dejando atrás a mis hijos. Lunaire grita porque sus patas no logran detenerse y está a punto de caer al vacío.
«No, no puedo dejar que nada le pase a mi cachorrita», pienso mientras me abalanzo sobre ella para atraparla del pescuezo, como lo haría una madre.
Segundos antes de sujetarla, pienso en lo mucho que me dolerá poner el hocico sobre su marca, pero también en que soportaría cualquier cosa con tal de salvarla.
La explosión en mi boca afloja mi agarre y ella queda suspendida en el aire, pero sus chillidos me devuelven la fuerza y consigo apartarla de la orilla.
Aunque mi visión se tiñe de rojo por el dolor y mis pasos se tambalean, busco la sombra de un enorme árbol y acomodo allí a mi cachorra. Mis hijos nos rodean y vuelven a ser humanos, angustiados por la situación.
—¡Papá, estás muy mal! —grita Dean, sollozando.
Riven intenta tranquilizar a Lunaire, pero también me lanza miradas preocupadas.