*Leif*
Aunque aún me duele lo que me ocurrió en la boca, voy en busca de mis cachorros y los encuentro en la entrada del sendero que siempre recorremos. Los tres escriben concentrados en sus cuadernos y, por un instante, pienso que no notaron mi llegada.
—¡Ya le escribimos a Santa! —exclaman los tres al unísono.
—¿Ah, sí? —me río—. ¿Y qué le pidieron?
—Juguetes, obvio —sonríe Dean—. Pero también que se le quite esa marca a Lunaire.
Mi corazón se oprime ante esa respuesta. No dejo de pensar que mi hija será reclamada tarde o temprano, pero no estoy dispuesto a rendirme sin luchar.
Me acerco a mi cachorra y me agacho frente a ella
—Todo estará bien —le aseguro—. Papá no se rendirá. No los quiere perder.
—Pero si nos llevan, ¿prometes que siempre nos querrás? —pregunta Dean.
En un parpadeo, Eden está frente a él
—Nada de eso, muchachito —gruñe—. Nadie te va a llevar, no lo vamos a permitir.
—Pero es que nos aseguraron que esto era inevitable —suspira Riven.
—No, no se pueden poner tan pesimistas, pulgas descarriadas —reprende mi hermana—. Sea como sea, seguiremos juntos. Somos un equipo. ¿Me oyeron? Si vuelven a decir que se van, juro que los castigaré sin cenar ese pan dulce que tanto les gusta y…
Eden se lleva las manos al rostro y llora desconsolada. Mis cachorros corren hacia ella para rodearla con sus brazos. La escena, aunque triste, me infunde una extraña esperanza.
—Será mejor que nos animemos un poco —intervengo—. Vamos a terminar las cartas para Santa y luego iremos a comprar decoraciones navideñas.
—¡Sí! —exclaman mis pulgas.
—¿Crees que sea buena idea salir? —pregunta Eden—. Aún estás mal y no creo que quieras que te vean así.
—Nos vamos en media hora —le digo—. Primero tengo que resolver unos asuntos.
—Está bien —asiente, sonriendo débilmente.
Les lanzo otra mirada a mis cachorros y suspiro. Tengo que dar lo mejor por ellos, para que confíen en que esto se solucionará. No puedo dejarlos ir, aunque eso signifique vivir con la agonía de que Raisa no regrese. Aferrarme a ellos debe ser el acto más grande de amor y entrega hacia ella.
Aunque mi felicidad se desvanezca, nunca dejaré que me quiten a mis cachorros.
—Nos vemos en un rato —me despido—. Por favor, quédense en la casa.
—Está bien —me responden los cuatro al unísono.
—Alfa, ¿irá al calabozo? —me pregunta Kevin mientras me dirijo al auto.
—Sí, y más vale que te quedes aquí vigilando para que nada ni nadie entre, ¿me entendiste?
—Sí, alfa —responde—. Los protegeré.
—Por favor, entiéndelo: ellos son lo más importante para mí.
—Lo sé, y el pueblo también comienza a creerlo. Escuché que tal vez suspendan el combate de selección.
—No me importa que continúe. Tal vez yo deba…
—¡No! No puede dejar de ser el alfa —exclama asustado—. Usted es el único que tiene tratos directos con el rey, así que no sería beneficioso…
—Tal vez Devian piense que alguien más sería mejor —suspiro—. Puede que yo no tenga cabeza para seguir siendo…
—No, usted ha mantenido a raya a esas… cosas —susurra—. Su rabia no solo provocó desgracias. Hace años que no vemos a esas sanguijuelas por aquí. No han vuelto a cruzar la muralla.
—Pues podrían, si el sol…
—¿Qué?
—Nada, olvídalo —suspiro—. Iré al calabozo. Cuida de Eden y de los niños.
—De acuerdo, alfa.
Me subo al auto y cierro la puerta con más fuerza de la que hubiera querido. Aun así, no me siento tan culpable; sé que mis hijos saben que estoy frustrado por esta situación.
—Tengo que arreglarlo, maldita sea —mascullo—. Aunque sea lo último que haga, lo arreglaré.
Al llegar a la cueva, dos guardias se acercan para informarme sobre las novedades.
—Se niega a comer de nuevo —me dice uno—. Creemos que su final está cerca.
—Tal vez eso sería lo mejor, a estas alturas —respondo.
Mi madre no está en peores ni mejores condiciones que la última vez que la vi, pero su mirada ahora está cargada de más odio.
—Si vienes a preguntarme…
—No, no vengo a eso. Vengo a decirte que no me importa si me lo cuentas o no: tu final tiene que llegar ya.
Mi madre no responde nada, pero su expresión se descompone.
—¿Vas a arrebatarme la vida solo por ese trío de asquerosos…?
—Ni siquiera te atrevas a terminar la frase, porque soy capaz de hacerte algo peor que eso —la interrumpo—. Dime cómo prefieres terminar.
—Hace frío —susurra, abrazándose—. Seguramente tu hija ya está marcada; eso significa que pronto vendrán por ella.
—¡¿Qué es lo que estás diciendo?! —le grito, agitando la reja—. Eres…