Los cachorros perdidos del alfa cruel

Capítulo 34: Ya no me necesitan, tienen el mejor regalo

*Eden*

La Navidad siempre es una época en la que mis niños son felices, incluso con las limitaciones de los años en que los cuidé sola. Ahora, en cambio, todo se siente cargado de tensión y melancolía.

Todos estamos nerviosos por lo que pueda pasar.

Además del miedo que siento por mi pequeña pulga, también me angustia Devian. Los regalos siguen llegando, pero él no ha dado más señales de vida, ni nadie sabe nada de él. En el pueblo solo se habla del humo nauseabundo que cubrió gran parte del bosque.

Ese aroma era el de mi madre, pero hasta ahora nadie puede decir a ciencia cierta qué fue.

—¿Y para qué queremos una bicicleta si somos lobos y podemos correr? —dice Riven al escuchar a Dean y Lunaire hablando sobre las bicicletas de montaña que vimos en el centro comercial—. ¿No les parece una pérdida de tiempo?

—Andar en bicicleta es divertido, cielo —intervengo—. Yo lo hacía cuando era niña.

—¿En serio? —pregunta Lunaire, asombrada—. ¿Y se siente bien? ¿No te caíste?

—Para nada, pero Leif sí —me río—. Aún no entiendo cómo llegó a ser alfa con un equilibrio tan malo.

—Te estoy escuchando, Eden —dice mi hermano desde la cocina, donde está preparando un pavo.

Claro, sí, es que se le puede llamar así al hecho de solo supervisar a las cocineras.

—No me molesta que lo sepas —me río mientras ajusto otra esfera en el árbol.

De nuevo, pienso en Devian. ¿Qué estará haciendo ahora mismo? ¿Todavía me ama y quiere casarse conmigo?

—¿Te pasa algo, tía? —me pregunta Lunaire, preocupada—. ¿Estás triste por mí? Ya no me ha vuelto a arder desde ese día.

—No, no, tranquila —sonrío—. ¿Ya viste el árbol? ¡Está quedando precioso!

—Estamos haciendo un buen trabajo —dice Dean entusiasmado—. Nunca vi un árbol de Navidad tan brillante ni tan alto.

—Papá es el mejor. Cortó el más hermoso —suspira Lunaire.

—Por ti cortaría ese y muchos más —le asegura a Leif, saliendo de la cocina con el delantal puesto—. ¡Vengan a probar, que ya escucho sus tripas rugir!

Mis pulgas sueltan una risita y dejan todo lo que estaban haciendo para correr a la cocina.

—Tú también, Eden —me dice mi hermano al notar que me quedé parada en medio de la sala—. Tienes que dar tu opinión.

—Vayan ustedes, ahora vuelvo yo —les digo con una sonrisa.

Mi hermano asiente y se marcha a la cocina con nuestras pulgas.

Al salir, cierro los ojos y respiro el aire fresco que circula por la propiedad, esperando ilusamente el milagro de poder detectar su aroma.

—No, no está —gruñe Niamh—. Tú echaste a nuestro taladro de aquí.

—Eres una sucia —resoplo.

—Ah, no, yo no le puse el apodo, querida —me responde—. Ahora tendremos que soportar su ausencia porque te empeñaste en…

«Es lo mejor. Todos necesitamos a Raisa», pienso, cayendo en cuenta de que mis cachorros y Leif podrían escucharme.

—Pero Devian tal vez nunca la encuentre.

No respondo, aunque Niamh ya debe saber lo que estoy pensando. Cada día que pasa, mi corazón se destroza más por la culpa de haberlo mandado a esa inútil búsqueda, motivada por mi egoísmo y por no desear que se enfrente al dios del sol.

Hasta ahora, todas las búsquedas sobre rituales han sido infructuosas. Muy pocas brujas podrían conocer estos rituales, porque las energías son extremadamente difíciles de canalizar.

Por eso, y por mucho más, creo que Raisa nunca aparecerá. Es imposible que alguien la curara sin que eso tuviera consecuencias devastadoras para el mundo.

Regreso a casa sin sentirme mejor, pero al ver la alegría de mis pequeños y el esfuerzo de Leif por no desmoronarse, decido dejar de lado mi propio sufrimiento.

Mis niños y mi hermano se merecen lo mejor de mí.

***

La Nochebuena que compartimos, aunque llena de cierta nostalgia, resulta cálida y apacible. Todos cenamos y compartimos risas y anécdotas divertidas que me hacen sentir el calor de un verdadero hogar.

Mis niños, aunque ya tienen muchas cosas, se van a la cama con la esperanza de que Santa les traiga los juguetes que pidieron. Leif y yo debemos sellar las habitaciones para que no vean que somos nosotros quienes colocamos los regalos bajo el árbol.

—Increíble que exista de verdad y que nos discrimine por ser lobos —farfullo—. Debería irse de una buena vez al inframundo.

—Maldita sea, Eden, cállate —me susurra mientras colocamos la última caja.

—Perdón.

Al terminar por completo, nos alejamos y observamos en silencio el hermoso árbol de Navidad, decorado con tanto esfuerzo y, sobre todo, amor.

—Aunque seamos una familia tan extraña, esto es lo más real que he vivido en mucho tiempo —murmura Leif, abrazándome por los hombros—. Gracias por no llevarte a mis cachorros.

—No creo que nos hubieras dejado ir de todas formas —me río.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.