*Raisa*
—No, eso no es verdad —dice Devian—. El muro es inquebrantable y, si algo estuviera sucediendo, me lo habrían informado.
—El cambio apenas comienza, su majestad —le responde Carmina con su habitual parsimonia—. Esta tarde comenzarán a notarlo y se lo informarán. La torre este está resquebrajándose.
Me dejo caer en el asiento, sintiendo que me falta el aire al comprender lo que eso significa. Si la torre cae, ellos van a entrar y no habrá nada que impida que haya pérdidas.
Los lobos y los humanos somos vulnerables ante la presencia de esos seres del infierno.
Leif corre hacia mí y se arrodilla.
—¿Qué te pasa? —me pregunta angustiado—. Raisa…
—Corremos peligro —murmuro, incapaz de mirarlo a los ojos—. Si ellos cruzan el muro, se acabó todo. No podremos proteger a nuestros cachorros.
—No va a suceder —contesta con voz temblorosa—. No vamos a permitir que eso suceda.
—Tenemos que llegar a un acuerdo… o reventarle la cara —dice Eden, caminando por todos lados—. Sí, eso. Tal vez un reseteo en la cabeza le haga pensar mejor las cosas.
—Nadie puede pelearse con el dios del sol —replica Carmina con seriedad—. Al menos no sin convertirse en cenizas. La única razón por la que ustedes no son una montaña de cenizas ahora es porque están de por medio los sentimientos de su destinada.
—La montaña de cenizas será él si se atreve a ponerle un dedo encima a mi hija —dice Leif, levantándose—. No lo pienso permitir. ¿Por qué no se busca otra destinada? Es un…
—Solo existe un destinado —lo corta la bruja antes de que él suelte una palabrota—. Lunaire tarde o temprano le pertenecerá. Lo único que podemos hacer es comprar tiempo.
—Mi hija no se va a unir a él de ninguna forma. Tiene que haber otra solución —insiste Leif—. No sé, puedo sacrificarme, puedo…
—No, por favor, no —le suplico con angustia—. No lo resistiría, y estoy segura de que los niños tampoco podrían soportarlo.
—El sol no aceptará sus vidas a cambio. No aceptará nada —replica la bruja—. Tendrán que aceptar el destino de su hija o llegar a un acuerdo que les convenga.
El silencio que se apodera de la sala es casi tan aterrador como todo lo que se nos viene encima. Nos miramos unos a otros sin saber qué decir o qué hacer para solucionar el problema.
—¿Cómo fue que entró aquí? —pregunta Devian de pronto.
Leif y Eden fruncen el ceño, pero yo capto de inmediato la intención de Devian al hacerle esa pregunta.
—Soy bruja, a mí nadie puede verme si me lo propongo.
—Entonces tiene el poder para contactar a ese cretino —murmura Leif—. Díganos cómo es que podemos hacerlo. Hablemos con él.
—No es tan sencillo —suspira Carmina—. Se necesita una enorme cantidad de energía para hacer eso. Además… se debe ofrecer un sacrificio.
—No tenemos nada para ofrecer —digo agobiada—. Mis padres ofrecieron a Lunaire y resultó ser su destinada, pero…
—La marca desapareció —interviene Eden—. ¿Eso no quiere decir nada? Tal vez se rindió.
—No, la marca solar sigue ahí, solo que ya no es capaz de percibirse para los demás —explica Carmina—. Lunaire sigue siendo el objetivo, pero ella tiene que decidirse por él. El dios del sol no puede actuar en contra de sus deseos.
—Entonces tiene que dejar de insistir —gruñe Leif—. Mi hija solo es…
—Una persona que lo dejaría todo por defender a quienes ama —intervengo—. El dios del sol quiere presionarnos a todos, sobre todo a ella, para que ascienda.
—Y eso es justamente lo que habrá que negociar con él —me responde Carmina—. Lo siento, hija, pero es imposible que no pierdas a tu hija. Gracias al sacrificio que ofrecieron tus padres, él terminó encontrándola antes de tiempo.
—Los odio, los odio —sollozo—. Espero que se estén pudriendo en el inframundo.
Leif me abraza con fuerza, asintiendo.
—Estoy seguro de que así es —me susurra—. Mi amor, no dejaré que nuestra hija se vaya. Tenemos que lograrlo de alguna manera.
—Quiero hablar con él —jadeo—. Necesito explicarle todo. No puede llegar a estos extremos; es terrible.
—Lunaire no es quien está en peligro, sino todos nosotros —replica Carmina—. La vida en la Tierra se extinguirá porque esos muertos comenzarán a robarla para alimentarse. En el momento en que el sol se oculte definitivamente, van a atacar.
—En lugar de decirnos todo lo que puede pasar, hagamos algo —gruñe Devian—. ¿A quién diablos tenemos que sacrificar para que ese desgraciado nos escuche?
—Intentaremos sacrificar a un animal de una granja cercana —dice Carmina—. Por ahora, creo que eso nos puede servir, al menos para comunicarnos.
—¿Un animal? —jadea Eden—. ¿Como una vaca?
A pesar de que su pregunta suena graciosa, nadie se ríe. Para lo último que hay cabida es para la más mínima sonrisa. No solo mi hija, sino todos, estamos en riesgo.
No podría perdonarme que algo malo les suceda a mis hijos.