Los cachorros perdidos del alfa cruel

Capítulo 44: Entender al enemigo

*Leif*

—¿Crees que vamos a sobrevivir? —me pregunta Devian mientras caminamos por el bosque.

Es la tercera vuelta completa que damos, y todo parece normal, salvo que los animales están inquietos. Algo grave se avecina, y me aterra pensar que no soy lo suficientemente fuerte para proteger a las personas que amo.

—No lo sé, Devian —admito—. No entiendo la situación, no sé por qué esa maldita bola de fuego se empeña en castigarnos por algo tan lógico. ¿Qué clase de dios acepta que sacrifiques a un hijo?

—Lo único que puedo decirte es que a ti no te habría importado…

—Claro que me importó —lo corto furioso—. Sí, me equivoqué, pero me aparté de Raisa por su bien, porque pensaba que, si la tocaba, la volvería polvo.

—¿No lo hiciste también para proteger tu propia vida?

—No, lo hice por ella —suspiro—. Fui un imbécil, la hice sufrir porque no tenía ni idea de lo que le dolía saber que buscaba a otras mujeres, pero al menos tengo la conciencia tranquila de que intenté que ella tuviera una vida normal.

—Claro, lejos del mundo humano, en un entorno que solo tú podías controlar —replica con sorna, dejándome anonadado—. Leif, no te voy a juzgar, porque no hay cosa que no haría por retener a Eden. Sin embargo, quiero que veas esta situación con un poco más de calma, que…

—No me pidas que lo acepte. Es mi hija —protesto con voz rota.

—Eso no es lo que estoy tratando de decirte y lo sabes bien —gruñe—. Lo que quiero hacerte ver es que debes entender a tu enemigo, ponerte en su lugar. Tal vez solo así podamos llegar a un acuerdo que…

—Claro que comprendo, pero no quiero que Lunaire se vaya nunca —lo interrumpo, temblando.

Estoy tan furioso que siento que voy a transformarme. No obstante, observo la expresión triste de Devian y logro detenerme.

—Lo siento, Leif —suspira—. Debe ser terrible que quieran arrebatarte a tu hija. No sé cómo se siente y ni lo quiero saber.

—No, no quieres, y yo tampoco deseo que lo hagas —replico, sentándome en un tronco—. Estoy angustiado; me ahoga la idea de no poder escapar de este mundo con mi familia.

—Nunca… lo pensé así —murmura, palideciendo. Tras soltar una maldición entre dientes, añadió—: Tenemos que meternos en su mente y pensar en un trato que no sea tan doloroso.

—Si mi hija se va, incluso cuando sea mayor, será doloroso —replico—. No puedo dejar que me quiten a mi cachorra, me niego.

—Sé que no quieres dejarla ir, pero ¿no piensas también en tus otros hijos? ¿Qué va a pasar con ellos si te aferras? Debemos comprar tiempo con Lunaire; esa es la única solución que hay.

—No, tiene que haber…

—No, Leif, no hay otra solución. Lunaire no morirá, eso es un hecho; pero tus otros hijos sí, si no te quitas esas ideas de la cabeza.

Dejo escapar un jadeo, angustiado ahora también por mis otros hijos y por Raisa. Si no hago lo que dice Devian, voy a perderlos a todos.

—¿Por qué? ¿Por qué, maldita sea? —grito furioso, rompiendo el tronco en pedazos—. ¿Por qué mi hija? ¿Por qué?

—La vida es cruel, igual que la obsesión de esa bola de fuego —suspira Devian—. Hay cosas que no tienen explicación.

—¿Desde cuándo te volviste tan reflexivo? —le reclamo—. Tú no eras así.

—Eden cambió mi forma de ver las cosas, supongo —suspira—. Leif, yo haría lo que sea para poder tenerla; es mi compañera. Sé que no soy un lobo, pero puedo sentir un amor que me ahoga y que necesito demostrar a cada momento. Si alguien la toca, me volvería loco y no vería a quién le hago daño. Sé que sientes lo mismo por mi prima, así que, nos guste o no, debemos entender a ese infeliz.

—Creo que necesitamos volver —murmuro—. Se acerca la hora del amanecer.

Mi estómago se encoge ante la idea, pero no detengo mis pasos. Las astillas que tengo clavadas en las palmas me recuerdan esta misión molesta y desafortunada que he de cumplir hoy.

No puedo entregar a mi hija, pero tampoco permitir que mis otros cachorros pierdan la oportunidad de vivir. Como alfa, siempre he tenido que tomar decisiones difíciles; sin embargo, esta vez es imposible.

Entiendo a nuestro enemigo, pero también quiero que él me entienda.

—Buenos días —le digo a Eden cuando la encontramos afuera del palacio.

—¿Qué haces aquí afuera? —la reprende Devian, preocupado—. Está haciendo frío.

—Se acercan las nevadas de enero —murmuro en voz baja.

—Somos más resistentes al frío que tú —suspira mi hermana.

—¿Pasó algo con mi familia? —pregunto aterrorizado.

—No, solo dejé a solas a Raisa y a los niños para que ella pueda calmarlos. Yo, sinceramente, no puedo hacerlo ahora.

Aprieto los dientes y Kael gruñe. Ambos notamos el pulso irregular que tiene en este momento. Está tan preocupada como para reaccionar.

—Iré a verlos —susurro—. Necesito estar con ellos.

Al ver a mis hijos, la angustia que me oprime el pecho se vuelve más pesada. Los envuelvo entre mis brazos, disfrutando de ese calor que tal vez pierda si no logro llegar a un acuerdo con ese maldito astro.




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