Los Colores de Jimmy

Capítulo 3

"Te extraño"

Antes de enviar el mensaje, lo pienso varias veces.

Ayer tuve un día horroroso (no menos que el de hoy) y necesitaba estar solo, no hablar con nadie, pensar hasta devanarme los sesos. Tuve que pedirle que deje de escribirme sin siquiera haber leído todos sus mensajes. Ahora siento su falta como nunca antes por lo tanto, decido que darle Enviar a ese chat podrá hacerme sentir mejor.

Lo cual termina siendo completamente distinto.

Hace tiempo he desistido con esta relación virtual. "A distancia" le llaman pero reservo el término para las parejas que se vieron al menos una vez y sostienen el contacto. Esto ni siquiera es así. ¿Cómo puede uno enamorarse de una persona que no conoce? Cuando el soporte del cuerpo falta, la fantasía se desborda. No pude verle, vive a países enteros de mí. Tampoco tengo el dinero para un boleto de avión ni lo tiene para verme a mí.

Estoy frente a mi ordenador, sólo con unos pantalones cortos y un par de calcetines. Me he dado un baño para recomponerme luego de dos horas de viaje que se hicieron eternas ante el silencio de mi madre, el peso de mi gato y un libro devastador. Un mensaje de chat o haberme dado una ducha caliente no colaboran a cerrar el agujero sangrante que escarba en el interior de mi pecho.

Me seco un poco el pelo y entonces escucho el plip cual anuncia que respondió a mi mensaje.

«La distancia no significa nada y lo sabemos (: »

¿Una carita sonriente? ¿En verdad? ¿El puto emoticón de una carita sonriente? ¿Quienquiera que haya inventado estas cosas erraba terriblemente al pensar que esa cosa podría hacer simpatizar al que yace del otro lado. Una maldita risita acostada en un chat puede ser sarcasmo o alegría fingida pero jamás apaciguar al otro.

"Calma, Jimmy. Cálmate..."

Tomo asiento a orillas de mi cama y releo el mensaje. También leo los suyos del día anterior y siento algo de remordimiento por haberle tratado mal en mis pensamientos.

«No lo sé... me desespero y-me detengo al no saber bien con qué completar esto pero me decido por palabras que mienten y dicen la verdad a su vez-: te necesito cerca de mí. Cada vez se pone peor.»

Me pregunto cuántas veces al día mentimos y somos honestos del mismo modo.

Tras enviar el mensaje, cierro el chat sin despedirme y me pongo de pie frente al espejo. Me acerco al vidrio y observo el ojo que realmente gracias al cuidado de mi abuela ha bajado un poco lo amoratado. No me digno a peinarme el pelo corto pero recuerdo que en algún momento tuve el deseo de cambiar mi color negro o raparlo por completo.

¡Plip!

No sirve cerrar el chat de tu PC cuando lo tienes vinculado al de tu móvil.

«Yo también te necesito cerca y aún más sabiendo que no te la estás pasando bien, pero el tiempo y el destino serán justos en algún momento, te lo aseguro.»

Me pregunto qué clase de novela latinoamericana está viendo esta persona.

Niego con la cabeza e ignoro el chat.

Cansado de promesas vía Internet, decido será mejor que me comprometa con mis estudios este año escolar y deje las fantasías electrónicas para cuando las pueda hacer realidad. Haber encontrado una pareja en la red, fue una mala idea y lo noté a esto desde el principio aunque no estoy seguro de que pudiere dejar de hablar con mis seres queridos que están en línea. Son mis consejeros y no me juzgan por lo que hago ni por quien soy, tal cual yo no les juzgo a ellos.

Entonces mi móvil vibra arrancándome un suspiro.

«¿Te fuiste?» me pregunta.

Me aseguro de que no debo contestarle el mensaje, sin embargo lo que hago es abrir mi ordenador portátil de nuevo, conectarme a Internet y veo cinco mensajes suyos:

«¿Estás ahí?»

«¿Estás ahí?»

«¿Estás ahí?»

«¿Estás ahí?»

«¿Estás ahí?»

«No, lo siento» escribo seguido de un emoticón triste y apago el aparato al igual que el celular.

Me visto y veo por la ventana que ha dejado de llover justo cuando el sol se ha escondido. En ese momento de tranquilidad, los gritos de mi padre y míos vuelven a mi memoria...

Cierro los ojos. Apoyo la frente en el cristal tan húmedo, tan frío, y me niego volver a llorar.

-Basta-me susurro a mí mismo-. Este año no será así. 

Bajo hasta la cocina y veo a mi abuela frente a un par de ollas metiendo verduras y cantando. Luego le echo un vistazo a mi abuelo quien sigue con la vista pegada al televisor.

-Abuela, voy a salir-le digo. Ella se da la vuelta y se limpia las manos con un trapo.

-¿Dónde irás, cielo?-me pregunta.

Ammm, ¿a dar un paseo? ¿A conocer el vecindario?

-No muy lejos-contesto y me encojo de hombros pero le aseguro que vendré para la cena.

-En veinte minutos estará lista, no tardes-me pide.

Me despido de Don quien está comiendo trozos de pescado que Susan le dejó en el suelo y salgo.

Me meto las manos en los bolsillos del pantalón y camino por la acera mojada. La humedad se levantará en cuanto salga el sol aunque por ahora la noche permanece fresca y agradable. Camino mirando las casas tranquilas del vecindario y me encuentro con una mujer sacando la basura, uno que otro auto andando por la calle, un par de gatos circulando por los tejados, algún perro por ahí ladrando y otro aullando.

Tras haberme alejado un poco y atravesado dos calles, escucho música desde una casa. Es música disco al parecer. Mucha noción de esto no tengo pero es un ritmo viejo y conocido. Me arrimo al lugar de donde proviene el sonido y en la espera de ver una pareja de adultos recordando sus tiempos de juventud en los ochenta, me encuentro con algo diferente. Alguien diferente.

Una figura recortándose a la luz de un televisor de pantalla gigante y un equipo de música a volumen alto. La cortina de la ventana está abierta a medias por lo cual puedo apreciar que un muchacho está bailando al ritmo de Take on me.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.