—Vaya... Me ahorraste el tener que pedirte que nos alejemos de la fiesta—dice y en su mano trae un vaso con ponche, que extrañamente me ofrece y acepto—. En cuanto tu amiga negra me dijo que tenías mi número, fue una suerte que nadie más la escuchó.
—¿Meredith?
—Sí, creo que así se llama.
Asiento y le paso de nuevo su vaso. El ponche de Steve tiene licor y me ha quemado la garganta al digerirlo.
Entiendo a la perfección el motivo por el cual Steve me dice que es una suerte que me haya apartado de la fiesta y le facilité el alejarnos; de lo contrario, sería él el hazmerreír del instituto entero. Su pareja esta noche no sólo es otro varón, sino que se trata de un friki que se esconde de la fiesta.
Pero pese a toda la tragedia que esto puede significar, una parte de mí se siente como un montón de chispas o una bebida burbujeante.
—Te seguí el rastro y no sé cómo lo has hecho para encontrar este lugar—señala mientras le da un último trago a su licor.
—Sinceramente yo tampoco sé cómo diablos llegué—admito y él sonríe. Al menos parece no estarse aburriendo.
—En años que vengo a este lugar, jamás descubrí este rincón oculto. ¡Es el lugar indicado para...!
¿Para? Se calla.
—Que esté oculto—titubeo—es una suerte para nosotros esta noche, Steve.
Él me mira.
A continuación se mete la mano dentro del saco y saca una cantimplora enfundada. He aquí el licor que lleva en su ponche; vierte otro tanto en el vaso y le da un trago en seco que a juzgar por la expresión que pone, está puro y le ha quemado la garganta mucho más que a mí, un rato antes.
Hay dos banquetas y Steve elige una para sentarse. Yo hago lo propio a su lado y entonces me pasa el vaso con licor. Le recibo y apenas me mojo los labios pero simulo darle un trago. No me gusta, me quema y me produce retortijones en el estómago.
Le paso de nuevo el vaso pero él se niega y sigue bebiendo de la cantimplora. Estoy frito; tendré que beberme todo.
—Déjatelo—me dice.
Me vuelvo a mojar los labios y realmente que sabe horrible. Me pregunto cómo hacen los alcohólicos crónicos para poder subsistir gracias a su adicción a esta bebida con sabor a metal oxidado.
—Mi familia es un asco—suelta Steve de modo repentino y se revuelve el pelo. Noto cómo el licor le ha subido la temperatura corporal y se ha puesto rojo como un tomate.
—¿Siguen mal las cosas?—le pregunto tratando de no hacerle saber que también mi familia es un asco.
—Terribles—admite—. Las personas que viven en mi casa no paran de discutir y mi hermano mayor está quedando en lo de su novia, harto de las peleas que hay en casa. Él me prometió llevarme en cuanto pueda pero...al parecer aún no puede.
—Oh—es todo lo que soy capaz de decir. Steve apoya los codos sobre las rodillas mientras agita el licor en la cantimplora que supongo, no debe de quedarle mucho.
No seas estúpido Jimmy. Tienes que darle conversación, mantenlo cerca de ti.
—Esto...¿hace cuánto que tu hermano prometió llevarte?—inquiero y siento que la pregunta se oye estúpida.
—Un mes. O dos, no lo sé, ya perdí la cuenta.
Si para entonces creía que soy el único que le fastidian sus padres, estoy equivocado.
La familia de Steve es un completo desastre, por muchos lujos y mucho dinero que al parecer tienen. Me inquieta saber a qué se deben tantos problemas. ¿Trabajo quizá? Si le pregunto qué es lo que sucede, ¿cómo lo tomará? Lo último que pretendo es que intuya que puedo ser un enorme cotilla.
Queda mucho por pasar esta noche y Steve es mi pareja por hoy. No tendré una oportunidad de tenerlo así de cerca de nuevo; al menos esto es lo que el panorama plantea.
Entonces noto que él se inclina y ve mi vaso tal cual al momento en que me lo pasó. Luego me mira a los ojos y sonríe. Noto cómo la luna se ilumina en las maravillosas gemas verdes que lleva en la mirada y sus dientes brillan de tan blancos.
Pero ese toque risueño se debe a que está medio borracho.
—Hey—me dice y sigue acercando su rostro sin dejar de reír—. ¿No te gusta la bebida?
Mi nariz percibe que Steve tiene un agrio olor a alcohol y no me apetece dejar mi rostro a tanta proximidad. Mi reacción es retroceder un poco en la banqueta pero él se sigue acercando. ¿Quizá quiere mi bebida? Es lo más probable, puesto que ha tirado la cantimplora a un lado y se está acercando al vaso donde trajo el ponche.
Si le ofrezco el licor, la embriaguez lo pondrá peor y eso es justamente lo que no quiero. Necesito que Steve esté consciente del todo justo ahora... o quizá no. ¿Podría aprovecharme del estado en que se encuentra para hacerle delatar que es un bailarín nato de música disco? No. No debo hacerlo.
Dejo el vaso a un costado pero a él no le importa y se sigue acercando. ¡Santo cielo, está tan cerca que puedo sentir su respiración y su aliento caliente en mi rostro!
Entonces dejo caer el licor.