Los Colores de Jimmy

Capítulo 21

La respiración se me entrecorta.

Lo bueno es que desde el comienzo sé que estoy soñando.

Aunque parezca horriblemente real.

El peso del arma en mi mochila; el pulso latiéndome a mil y la respiración entrecortada. Es que…esto no es un sueño; o quizás estoy en lo cierto y se trata de algo mucho más grande y terrible que eso.

¿Por qué me miran? ¿Qué he hecho que les llame tanto la atención? No obstante, todos esos rostros se me hacen conocidos de un tiempo atrás…detesto la idea pero debo asimilarla: Estoy de vuelta en mi antiguo instituto.

Miradas críticas llenas de burla, asco, rechazo e indiferencia se clavan en mí al pasar. Personas señalándome con el dedo índice en alto. Mi vida al borde de terminarse, pero ¿permitiré que tal cosa suceda?

Debo dejarme de andar con evasivas sin sentido; ahora yo soy mucho superior que todos ellos. Tengo más poder. Tengo una vida por delante que ellos no. Tengo el arma en la mochila.

Aquí viene un muchacho del club del periódico escolar y me toma una fotografía. Bang. ¿Cuánto tiempo de vida le quedará si decido usar la Calibre 22 de papá? No lo sé, pero de algo que sí estoy seguro es que esa foto no alcanzará a ser publicada jamás. Hay otro revolver. El abuelo tiene uno.

Uno que no quiero ver, en el que no quiero pensar…

No puede ser cierto.

No puedo estar aquí de nuevo.

Lleno de odio, tristeza, rencor, ira, indiferencia. No tienen derecho a hacerme esto, de condenarme con su juicio crítico e hipócrita. Esto no puede ser así. ¿Otra vez tener que pasar por esto? ¡Otra vez no, maldita sea! ¡Otra vez no! ¡Otra vez no!

—¡Otra vez no!

Y me sacudo, logrando despertar.

Estoy solo. En mi habitación. En casa de los abuelos. Nada a que temer. Las cosas están en orden y no importa por cuánto tiempo.

Si bien me reconforta que únicamente haya sido un sueño, algo irreal, la angustia perdura en mí y no puedo pegar un ojo el resto de la noche. En cuanto despuntan los primeros rayos de sol decido levantarme de la cama y me siento hecho polvo, como si hubiese corrido una maratón de cien kilómetros, siendo que realmente he estado hasta recién dando vueltas en la cama.

Miro el calendario que cuelga de una pared y redondeo el día que toca: jueves. Tengo hoy y el viernes para comprarme algo bueno o alquilar un traje, estilo Travolta en Saturday Night Fever.

Percibo movimientos fuera de la habitación y una vez que bajo, me encuentro con mi abuela haciendo el desayuno.

—Buen día—me dice y respondo lo propio.

Luego baja el abuelo y también saluda. Va en busca del periódico y lo lee sentado a la mesa mientras Susan le sirve su taza de café y a mí, una buena ración de gofres. Los empapo en miel. Al tiempo que disfruto su sabor, pienso en que mamá jamás me preparó un desayuno tan exquisito.

A decir verdad, no recuerdo la última vez que ella me preparó el desayuno, pero debo ser realista: estoy algo grande como para que me estén haciendo de desayunar.

La abuela es muy generosa y conservadora en lo que respecta a costumbres, por lo tanto, el levantarse antes que todos para hacer de comer, forma parte de su inalterable rutina.

En un momento determinado que Ernie se levanta para cambiarse el pijama por ropa de vestir, me acerco a Susan y le comento lo del Baile Disco. Ella me sonríe y va por los fajos de billetes del abuelo. Me da un tanto y le pregunto si no sería mejor avisarle que sacaremos dinero de sus pertenencias.

—Lo suyo es mío—me contesta—. Y uno no consulta a otro acerca de qué hacer sobre las pertenencias.

Le agradezco y me guardo el dinero. Me parece que se olvidó  decirme la parte de “…y lo mío es suyo”.

Minutos luego, Britt pasa a por mí y lo mismo cuando se trata de volver. El día en el instituto pasa normal. Nada que altere el ritmo de las cosas con el transcurrir de clase tras clase.

Cuando vamos en su carro les comento a Jena y Meredith sobre el hecho de que debo comprarme un traje para el Baile Disco. De pronto, una sonrisa al estilo Gato Cheshire les ilumina el rostro.

—No se diga más—contesta Britt y toma otro rumbo para ir directo a un centro comercial. Yo por tanto me pregunto si habrá sido buena idea el pedirles a ellas que me acompañen a comprar mis cosas o hubiere sido mejor buscarme algo por mi cuenta.

Al llegar, parece ser que todas las vidrieras y productos en exposición son un imán para mis insoportables amigas. ¿Tan difícil es avanzar? Mover un pie, luego el otro y así varias veces hasta dar con la tienda indicada, sin embargo, cada dos pasos, ellas se detienen a ver qué hay de bonito para comprar… ¡Y ni siquiera tienen encima el dinero suficiente!

Hasta que por fin llega el momento que más deseo (suerte que es antes de que cierren el centro comercial porque nos hemos retrasado muchísimo) y encontramos la ropa precisa: un pantalón blanco, un saco blanco y un chaleco de franela, también blanco. Es perfecto. Todo eso más mi camisa negra y el peinado indicado, seré un excelentísimo John Travolta. La atracción de la noche, al menos para los ojos de Steve. O eso espero.




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